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Las sombras de Gray

Columna de opinión por Guillermo Pérez Ciudad
Miércoles 14 de octubre 2020 9:04 hrs.


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La semana pasada, Sebastián Gray escribió el siguiente tuit: “volvieron las mesas de restaurants a la vereda y con ellas volvieron los cantantes ambulantes del infierno, más espantosos que el virus. ‘Me gusta la música de fondo, no de frente’, le dije una vez a uno que pasaba el sombrero y se me ofendió”.

Muchos respondieron que cantar en la calle era el único medio de subsistencia para algunas personas, a lo que Gray contestó con más ingenio que prudencia que un sicario también podía decir lo mismo. Cantar en las veredas y matar por plata no serían cosas tan distintas para el arquitecto. Según él, en ambos casos “se pisotean los derechos del otro”.

Esto no pasaría de ser una pelea tuitera como tantas otras si es que la actitud de Gray no reflejara una profunda contradicción: el connotado académico, que ha diseñado modernas y exclusivas casas en Zapallar y Catapilco –los mismos lugares que frecuenta el Presidente, a quien en otro tuit pidió guillotinar en la Plaza de Armas–, es uno de los más entusiastas defensores del Chile que despertó. Sin embargo, después de leer estos mensajes es imposible dejar de preguntarse qué significa concretamente ese despertar. Por de pronto, en Gray no se traduce ni en mayor empatía ni en ponerse en el lugar del otro. Así, al mismo tiempo que denigra a los cantantes callejeros –también a los barristas, que tildó de orangutanes hace un par de años– lanza en redes sociales rimbombantes mensajes a favor de la dignidad, un concepto que parece difuminarse con sus últimos improperios.

La actitud del director de Fundación Iguales es el reflejo de un fenómeno que se ha vuelto frecuente en ciertos ambientes progresistas, especialmente en estos tiempos de polarización. Tanto Gray como otros miembros del sector no alcanzan a percibir que en muchas ocasiones caen en el mismo clasismo y elitismo que dicen combatir. Ellos son la versión chilena de esa izquierda burguesa y cosmopolita que tanto critica Mark Lilla en su ensayo “El regreso liberal”. La misma que, según él, le habría dado el triunfo en bandeja a Donald Trump al despreciar los legítimos temores de los sectores vulnerables y priorizar las luchas identitarias de sus élites.

Así como los demócratas en Estados Unidas suelen tratar de homófobos, racistas y xenófobos a cualquiera que se atreva a votar por Trump (recordemos que Hillary Clinton usó exactamente esos adjetivos para caracterizarlos), nuestra izquierda boutique tiende a creer que quienes no se suman a sus agendas son conservadores retrógrados que viven manipulados por los matinales, el fútbol y los pastores evangélicos. Cuando se enfrentan a opiniones que no se condicen con las suyas piden a gritos mejor educación, convencidos de que si los pobres pudieran acceder a una enseñanza de calidad no tendrían otra alternativa que pensar como ellos, pues solo sus ideas representan el progreso y muestran el camino correcto de la historia.

Al reducir los temores y anhelos de los más vulnerables a meras manifestaciones de ignorancia, atraso o mal gusto –como Gray en su tuit–, el mundo bienpensante se vuelve incapaz de comprenderlos y termina abandonándolos a su propia suerte. De nada sirve hablar de dignidad si es que los sectores que históricamente han enarbolado la bandera de la justicia social hoy son incapaces de ver algo más que sesgos en la precariedad material y espiritual de los invisibles que piensan distinto a ellos. En este nuevo Chile que despertó, al parecer, solo caben algunos. Los barristas y los cantantes callejeros, no.

*El autor es Investigador IES

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.