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Análisis

Lanzan menor al Mapocho: la obstinada memoria

Columna de opinión por Pablo Salvat
Jueves 22 de octubre 2020 15:39 hrs.


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Hay un dicho que viene del mundo jurídico pero que se popularizado más allá de ese círculo, que dice: “A confesión de parte, relevo de pruebas”. Se usa cuando una de las partes admite aquello de que se le acusa y entonces no es necesario presentar más pruebas para demostrarlo. Lo comento, lectores/lectoras, en directa alusión al alevoso e increíble  hecho que se dio hace muy poco, cuando un grupo de Carabineros -de seguro del Gope-, armados como robocoops para una guerra galáctica, no encontró mejor idea que lanzar a un  menor al Mapocho, el cual, como usted sabe, lleva  muy poca agua.

No contentos con eso, viendo que quedaba inmóvil abajo, partieron tranquilamente del lugar. Junto con los perdigones a los ojos de los manifestantes el año pasado, los 31 muertos, además de otras situaciones vejatorias, es de lo más grave que hemos visto en cuanto a la represión policial en estos años. No solo eso, acabamos de enterarnos que en recordatorio masivo del estallido social del 18 de octubre del año pasado, fue asesinado el joven de 29 años, Aníbal Villarroel, en La Victoria,  y fueron detenidas más de 600 personas. Por cierto, ni el Grupo de Lima ni la Alta comisionada de la ONU dicen algo al respecto. Para qué vamos a hablar de la OEA.  Ahí tiene usted, en directo, el absoluto doble estándar y la hipocresía manipulatoria respecto a derechos humanos, de parte de los gobiernos neoliberales y de ultraderecha y sus medios de comunicación.

La memoria es, con todo, obstinada. La pregunta que tiene que hacerse lector/lectora es:  ¿ si Carabineros (al igual que el resto de las FFAA obviamente) puede disparar a matar, sacar ojos, torturar, o tirar menores de edad al Mapocho en lo que se dice una “democracia”,  cuánto no habrá podido hacer en la Dictadura Cívico Militar del Sr. Pinochet,  donde “no se movía una hoja” sin que el dictador lo supiera? ¿Cómo alguien podría negar entonces la existencia de los detenidos-desaparecidos, muchos de los cuales nunca  podremos recuperar, porque fueron lanzados a mares, ríos y lagos del país? Lamentablemente aún tenemos autoridades y ciudadanos que asumen la mentalidad neopinochetista, tanto en el Gobierno, como en algunas instituciones: fueron detenidos, lanzados al río, o torturados, algo habrán estado haciendo. Así tal cual se argumentaba en plena dictadura cada vez que distintas instituciones reclamaban la persecución o detención de personas. Y a ese coro se sumaban prestos, como no, el grupo de diarios de El Mercurio, La Tercera, los noticiarios de televisión y la mayoría de las radios, con notables excepciones.  Una vergüenza.  Pueden más los intereses clasistas e ideológicos que la vida de las personas. Pero que fiscales usen este mismo argumento, resulta impresentable. Lo importante no es que un grupo de Carabineros o de miembros de inteligencia infiltrados se crean dueños de la vida y la muerte de todos nosotros, sino,  qué hemos estado haciendo manifestando en las calles,  para “merecer”  ser  dejados tirados en el fondo de un pozo, o torturados en los Retenes. Por favor, no será este el mundo al revés? Lo vamos a permitir con nuestro silencio moral cómplice y burocratizado?

Dejemos el discurso sobre “el violentismo”, que usa siempre el orden establecido para defender su accionar represor y para dividir las fuerzas democráticas. Un discurso que siempre privilegia las cosas, los objetos, y casi nunca las vidas de las personas. ¿Acaso los falsos positivos no los tuvimos en los años de Pinochet? Cuando se fabricaban situaciones para culpar después a los otros, a los antifascistas.  Solo recordar el caso de los 119 y como tituló el tabloide  del diario La Segunda. Era la Operación Cóndor.  Y estos manejos venían desde antes del Golpe de Estado del 73. Ahí tenemos los asesinatos del General Schneider, del ex ministro Pérez Zújovic,  del Comandante de la Armada, Sr. Araya. Como casi siempre, las derechas no dudan en recurrir a la violencia y culpar siempre a los demás si ven que su poder puede estar en juego.  ¿O ya olvidamos lo sucedido con el General Prats y su mujer  o la misma historia de nuestra América? (Bolsonaro en Brasil, el gobierno de facto en Bolivia, las masacres en Colombia, la represión en Ecuador).

Por ahora esto me lleva compartir rápidamente con  ustedes  al menos dos reflexiones. Una, relativa a nuestra manera de comprender y ejercer los derechos humanos al comienzo de la transición pactada.  Y me estoy refiriendo específicamente a la frase de P. Aylwin, “verdad y justicia en la medida de lo posible”. Pasados los años, y vista las actuaciones de la policía militarizada y los gobiernos de distinto signo, aquí como en el sur del país, esa frase creo no ha favorecido el proceso de verdad, justicia y reparación que se decía promover. Cuidado. No estoy diciendo que no se haya hecho nada al respecto. Pero no se hicieron los esfuerzos de manera horizontal y vertical, en todas las instituciones, y en la cultura política pública, para que pudiéramos reforzar los lazos de solidaridad, memoria y reparación respecto a lo sucedido y su proyección en el presente-futuro. Claro, se actuó conforme a una ética política pragmática del momento. Pero vista la marcha del país, nos damos cuenta que al parecer esa asunción real, cabal, esa justicia y reparación real, no ha sido capaz de empapar al conjunto de la sociedad y sus mediaciones institucionales.  Partiendo por la educación en todos sus niveles.  Es obvio que muchas veces no se puede todo lo que se quiere, pero eso no faculta para relativizar ex ante la pertinencia  de verdad, justicia y reparación de manera completa.  Y tampoco faculta para creer que la mejor salida es jugar al “empate”. El pragmatismo en estos asuntos lleva al actuar acomodaticio y a no generar una fuerte conciencia moral generalizada dentro y fuera de las instituciones. Una conciencia moral social superior a reglamentos, órdenes y procederes.  Y  eso trae consecuencias.

El otro tema que  surge, para los que tenemos más años encima,   es el recuerdo, la memoria de todos aquellos que, después del golpe de estado del 73, fueron detenidos sin ninguna orden, solo por ser de izquierda o delatados como simpatizantes de la Unidad popular, o por ser  líderes sindicales radicales o DC, y fueron torturados hasta morir, ejecutados o exiliados.  Pero lo que quiero señalar es que algunos de ellos sufrieron el mismo procedimiento de aquel joven menor de edad (que espero se recupere): fueron lanzados al Mapocho. Digamos, el “procedimiento” no es nuevo. Y lo ejemplifico en dos casos: el del padre de la gran periodista Patricia Verdugo, asesinado por la Dicar de Carabineros; el caso de Carmelo Soria, asesinado por agentes de la DINA, funcionario español de la Cepal, que apareció fallecido en las aguas del río, y también su auto flotando para despistar la atención de la prensa.  Ambos crímenes, cometidos el mismo año  1976.

En función de estos sucesos y de la reconstrucción de una cultura política pública, tenemos que discutir la pertinencia de una suerte de derecho a la memoria. Darle un espacio adecuado en una cultura política pública a la memoria, como memoria-recuerdo centrada en las víctimas, implica traer el presente-futuro la proximidad del otro herido y pasado  llevar; es asumir nuestras co-responsabilidades sin evadirlas bajo la excusa de “fuente ovejuna”, o de diluirlas bajo el manto de la impunidad generalizada. Afortunadamente, el hábito nacional de barrer bajo la alfombra lo que nos incomoda, no ha dado resultados en estos cruciales temas. Como lúcidamente nos dice  Patricia Verdugo al final de su libro Bucarest 187: “El ejercicio de la desmemoria (y de la impunidad, agregaríamos) le conviene a los criminales y a sus cómplices. Yo me quedo con el acto subversivo de recordar, teniendo la  certeza  de que hacer justicia es condición indispensable para construir un país donde la seguridad ciudadana sea un hecho real. La impunidad deja presta la hoja del cuchillo para la siguiente ocasión “.

Los dejo con el  poeta Raúl Zurita:

Oí millones de peces que son tumbas con pedazos de cielo adentro,

 Con cientos de palabras que no alcanzaron a decirse,

Cientos de flores de carne roja y pedazos de cielo en los ojos.

Oí cientos de amores que quedaron fijos en un día soleado/ llovieron carnadas

Desde el cielo…/fueron arrojados/llueven/asombrosas cosechas de hombres caen para

Alimento de los peces en el mar/ Viviana oye llover tierras santas/

Oye su hijo caer como una nube sobre la cruz despejada del pacífico” ( IN RI).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.