Los partidos políticos parecen haber olvidado la Convención Constituyente que diseñará la nueva institucionalidad del país. Están en otra, aceitando oxidadas maquinarias para surfear la ola de elecciones que se avecina. Los candidatos surgen como callampas después de la lluvia. Hay un desfile de candidatos a gobernadores regionales, alcaldes, concejales, cores (1), parlamentarios e incluso Presidente de la República. Es la rapiña de miles de “pitutos” que financian partidos, funcionarios y “asesorías” múltiples. Los matinales de TV y las escaramuzas triviales del Congreso Nacional se esmeran en confundir a la galería. El 29 de noviembre se inicia la fiesta que parte con las primarias de gobernadores y alcaldes. Un delirium tremens que seguramente terminará en la camisa de fuerza de la abstención electoral. Entretanto, de la Convención Constituyente, la primera en nuestra historia republicana, no se dice chus ni mus.
Los partidos no se dan por aludidos de lo que sucede en el “Chile profundo”. No captan el fenómeno subterráneo -un río de lava insurgente- que desafía la institucionalidad heredada de una dictadura y que a ratos eclosiona en una violencia sin brújula o alcanza cimas de enormes manifestaciones de masas. Es cierto este movimiento carece de dirección y de una hoja de ruta que le permita alcanzar los niveles de epopeya de una insurrección popular. De esa debilidad se aprovecha la casta política para hacer sus jugarretas. Pero igual de lo profundo surge el reclamo de dignidad e igualdad para los hombres y mujeres de este país. Si este clamor no es escuchado la furia del pueblo derribará todas las barreras que se opongan a su paso… o caerá en brazos de un aventurero. Sin embargo, esa rabia apenas contenida de millones, ha planteado una solución pacífica y democrática a la crisis: una Asamblea Constituyente que redacte una Constitución Política que enderece por caminos democráticos la marcha hacia una sociedad de iguales. Si este movimiento no ha logrado imponer la Asamblea Constituyente y debe conformarse con un remedo de ella, es porque le ha faltado organización y una conducción colectiva respetada por todos.
La casta política, aprovechando esas debilidades, construyó esta jaula tramposa de la Convención Constituyente. Una caricatura vergonzante de que reemplaza la voluntad del pueblo por un reglamento que otorga poder de veto a la minoría.
El pueblo está consciente de la trampa. Pero, intentará -como hizo con éxito en el plebiscito del 25 de octubre- quebrar el espinazo de la maniobra antidemocrática.
Lo que nos proponemos esta vez es el asalto cívico de la Convención Constituyente. Elegir el 11 de abril más de dos tercios de convencionales comprometidos a cambiar el eje de la Convención para convertirla en una verdadera Asamblea Constituyente. El objetivo es “reventar las costuras” de la Constituyente mediante una votación arrasadora del pueblo.
No es tarea imposible. Venimos de un triunfo impresionante. El plebiscito demostró que la unidad del pueblo es capaz de arrasar con las trampas y engañifas -por astutas que sean- de las élites financiera y política.
Vencer esta vez, sin embargo, exige redoblar esfuerzos para motivar una participación popular que vaya mucho más lejos del 50,9% del padrón electoral. Hay más de 7 millones de ciudadanos y ciudadanas que no votaron en octubre.
Esa es la tarea más importante de este periodo. Mucho más importante que las elecciones variopintas de autoridades que la próxima Constitución Política reemplazará por nuevas estructuras democráticas de poder nacidas de la base popular.
Los partidos, sin embargo, continúan en la enconada disputa de cuotas de un poder en vías de extinción. Por eso corresponde a los movimientos sociales, y a cada uno de nosotros, tomar la iniciativa para reorientar los esfuerzos hacia la gran victoria del 11 de abril.
Todo aconseja que los partidarios del cambio se agrupen en cada distrito en una sola lista de candidatos a convencionales, militantes e independientes, elegidos en primarias. La dispersión entrega ventajas a un adversario cuyo modesto objetivo es lograr 1/3 de convencionales que le permitiría bloquear la voluntad mayoritaria. Un grupo de importantes dirigentes sociales –militantes de partidos algunos de ellos- ha formulado una razonable “Propuesta de unidad a la ciudadanía de Chile para elegir a los candidatos al órgano constituyente” (2). Los partidos políticos -que arriesgan morir de asfixia por una alta abstención, deberían atender esa propuesta que les da un inmerecido respiro pero que a la vez reconoce que la fuerza está de lado del movimiento social.
En la lucha política y social 2+2 no son 4. Pueden ser diez, cien o miles porque multiplicar fuerzas no es una ciencia exacta, es un arte. Mario Benedetti lo dijo con ternura de poeta: “y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos” (3). Construir mayorías significa articular ideas, emociones y sueños de millones de hombres y mujeres, de jóvenes y viejos, de distintas clases sociales, que acumulan diferentes experiencias de vida. Los constructores de mayorías no pretenden organizar una masa uniforme y sumisa. Entienden que cada ser humano es un mundo, que el proyecto del cambio social debe enriquecerse cada día con nuevas experiencias y que el poder nace de la base.
Enfrentamos una coyuntura histórica. Si no somos capaces de unirnos para elegir a los constituyentes, nos espera la tumba del tercio fraguado por los herederos de la dictadura.
(1) Consejeros regionales. En la Región Metropolitana son 34.
(3) M. Benedetti, “Te quiero”, del libro Poemas del alma.