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La doctrina de la anti-participación de niños, niñas y adolescentes

Columna de opinión por Jorge Sepúlveda
Martes 8 de diciembre 2020 10:12 hrs.


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Cuando éramos pequeños, nuestros familiares se esmeraban en organizar las celebraciones de cumpleaños. A medida que fuimos creciendo, conquistamos algún grado de opinión en ciertos aspectos, tales como elegir a quienes invitar, qué temática usar, el día y hora para la fiesta, e incluso dar ideas sobre juegos y actividades a realizar en la celebración.

Las mesas estaban separadas: el mundo adulto a un lado, el mundo infantil en una mesa más pequeña; comíamos y bebíamos cosas distintas; los temas que hablábamos -supuestamente- también lo eran.

El sueño más grande: organizar nuestra propia fiesta; el mayor fantasma: que ésta se suspendiera; un temor siempre latente cuando nos portábamos mal.

Por estos días, bastante revuelo ha causado la canción “El llamado de la naturaleza”, por cuanto la referencia a ‘saltar los torniquetes’ se trataría de un supuesto llamado a la violencia e incluso a la desobediencia civil.

La interpretación en el discurso oficial, no fue la de una metáfora que invita a superar aquellas barreras que impiden expresar la opinión o participar; todo lo contrario: querella bajo la Ley de Seguridad Interior del Estado, y solicitud de destitución contra la Defensora de la Niñez, han sido parte de las consecuencias de esta -errónea- interpretación.

Pero la condena a cualquier intento de participación, o bien, a su promoción, no es nueva: Vale la pena recordar que, el año pasado, a causa de manifestaciones artísticas en las cuales estudiantes se presentaban con un ojo tapado,  mostrando pancartas alusivas al movimiento social, o recreando la intervención artística de resistencia feminista creada por ‘Las Tesis’ sufrieron la suspensión de las celebraciones de graduación.

¿Resulta sensato creer que personas que han vivido casi toda la vida conectadas a un clic de distancia de lo que ocurre en cada lugar del planeta, pueden mantenerse neutras, e incluso ajenas al malestar social?

En una sociedad que aspira a fortalecer la democracia por medio del reconocimiento, garantía y protección de los derechos humanos: ¿Se puede seguir negando su posibilidad de participar? y lo que es más grave ¿se seguirá sancionando a quienes intenten expresar su opinión o a quienes llamen a manifestarla?

En definitiva: ¿Cuál es el mensaje que el mundo adulto está trasmitiendo? ¿Qué siempre serán otros los que decidirán por uno? ¿Que los intentos de participar serán siempre reprimidos?

Nuestra legislación carece actualmente de mecanismos para que niños, niñas y adolescentes ejerzan su derecho a participar de manera efectiva e incidente, tal como repetidamente lo ha indicado el Comité de Derechos del Niño.

La Defensoría de la Niñez, en el mes de mayo de 2020, envió un Oficio al Congreso Nacional en el cual abogaba por la disminución de la edad para votar a los 16 años. Por otra parte, sendos proyectos en la misma línea descansaban hace años en el Congreso. Todas estas iniciativas, lamentablemente, fueron rechazadas.

Pero más allá del voto: ¿Qué instancias han sido creadas para garantizar o promover la participación de niños, niñas y adolescentes en el actual proceso constituyente? Como menciona el profesor Lovera (2017) “El voto es importante, qué duda cabe, pero la participación política es más que la intervención intermitente de la comunidad por medio de las elecciones…”.

En nuestra legislación, el derecho a participar de niños, niñas y adolescentes, se reduce al ámbito vecinal, o bien a la participación local por medio de Consejos Consultivos Comunales guiados por las Oficinas de Protección de Derechos. En un estudio llevado a cabo por la Universidad Central (2017),  en que se encuestó a 299 profesionales de estos dispositivos, se concluyó que a medida que los estándares de participación en los Consejos Consultivos se acercan a un ejercicio democrático, la calidad decae.

Participar es ‘tomar parte’, es ‘actuar’ en un mismo nivel de implicancia que otros; lo contrario es la no participación.

Pero la represión a la participación infanto-juvenil está en el extremo opuesto: Se trata de la anti-participación. El mensaje que transmite el mundo adulto es: no puedes participar, y si lo intentas o llamas a hacerlo, serás sancionado.

Esta postura se basa en una serie de prejuicios y concepciones erradas acerca de la niñez, tales como la existencia de ‘temas para adultos’ y ‘temas para niños’; que niños, niñas y adolescentes no tienen la capacidad de dar una opinión o tomar decisiones, o bien, que lo que opinan es justo lo opuesto a lo que resulta aconsejable -teoría del balancín-, tal como en el ejemplo del cumpleaños que ha sido utilizado en los primeros párrafos.

La anti-participación es entonces una doctrina basada en una comprensión adultocéntrica y paternalista del mundo.

En el caso del cumpleaños, la anti-participación implica no solo que el o la festejada no pueden opinar sobre la fiesta, sino que si lo intentan, serán castigados. Si tomamos como referencia la escalera de la participación de Hart (1993), la no participación está en los primeros peldaños, mientras que la anti-participación está varios metros más atrás.

Todavía estamos a tiempo para buscar alternativas de participación que permitan que la opinión de niños, niñas y adolescentes sea tomada en cuenta, en este histórico proceso que vivimos como país. El Estado ha asumido el compromiso, al adoptar la Convención de los Derechos del Niño, a considerar su opinión en “todos los asuntos que le afecten”.

Los Consejos Consultivos, tal como se hizo en Ecuador el año 2008, o bien los Conversatorios o Cabildos Territoriales son ámbitos en los cuales esto puede ser llevado a cabo. El reglamento de funcionamiento de la Convención Constitucional implica una oportunidad para aquello.

El llamado, entonces, es a permitir que niños, niñas y adolescentes sean parte activa de esta ‘fiesta’; que se sienten en la ‘mesa de los adultos’, o mejor dicho, que exista una sola mesa, en la cual se genere un diálogo intergeneracional, y en la cual todas y todos puedan transmitir sus opiniones, inquietudes, intereses y participar de la toma las decisiones.

En ese sentido, la democracia, más que un sistema político, es una forma de relación entre los sujetos que constantemente se aprende, se construye y se vive.

 

 El autor es Profesor de Derecho de Familia e Investigador en materia de Derechos de la Niñez.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.