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Armas de fuego y prevención de la violencia contra las mujeres

Columna de opinión por Priscila González Badilla
Lunes 4 de enero 2021 9:49 hrs.


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La jornada del 30 de diciembre el pre-candidato presidencial Mario Desbordes se manifestó a favor del “derecho a que un ciudadano honesto” que cumple los requisitos tenga un arma en su casa. Sin duda es muy tentador para un pre-candidato centrar su discurso en una agenda aparentemente anti delincuencia en la que, ante la sensación generalizada de desprotección y de ausencia de justicia, las personas tengan el “derecho” a protegerse con armas en sus domicilios.

Sin embargo, se hace necesario que frente a este tipo de afirmaciones, tengamos a la vista la evidencia disponible e incorporemos en nuestros conceptos de seguridad mucho más que los crímenes contra la propiedad privada. En lo específico, la violencia contra las mujeres y las armas de fuego, cuestión que no fue tomada en cuenta en la agenda de seguridad durante los años noventa y se incorpora a los análisis a principios de los años 2000. 

En este año que termina, 57 mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres, además de contabilizar 3 suicidios femicidas (es decir, el suicidio de algunas mujeres tiene directa relación con la violencia machista ejercida en su contra), un castigo femicida y dos crímenes contra personas trans. Un conteo que las feministas llevamos de luto y con rabia. A nuestras muertas las lloramos, pero también necesitamos poner el acento en la prevención de la violencia hacia las mujeres, cuestión que los organismos internacionales como el Mecanismo de Seguimiento de la Convención Belém do Pará (para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres) ha venido diciendo a los Estados parte por lo menos desde el año 2014. Actualmente, la oferta programática del Ministerio de la Mujer contempla un escaso foco en la prevención primaria de la violencia, es decir, a que nos adelantemos a la ocurrencia de la misma. 

DerGhougassian, Otamendi y Fleitas (2015) analizan la relación entre femicidios y armas de fuego livianas en Argentina. El año 2012, un año después de la promulgación de la ley de femicidio de ese país, no solo aumentaron los asesinatos hacia mujeres, sino también aumentaron los casos en los que hubo armas de fuego. Según su revisión sobre el panorama de Argentina y de la región, “en la legislación no aparece necesariamente la cuestión de las armas de fuego como factor relevante de políticas públicas para evitar femicidios”, cuando son enfáticos en señalar que “la evidencia queda clara: las armas en posesión de civiles representan una amenaza particular a las mujeres”. Según Jenny Pontón, el año 2008 el 32% de los femicidios de Ecuador se concretaron mediante armas de fuego. El diario El País publicó en una columna de enero de 2019 escrita por la antropóloga Debora Diniz y la politóga Gisselle Carino sobre Brasil en la que afirman que “si hoy hay casos en los cuales las mujeres sobreviven a intentos de feminicidio es, en gran medida, porque el instrumento de violencia utilizado en esos casos fue la fuerza física o armas de baja letalidad, como cuchillos. En el caso del uso de armas de fuego, las posibilidades para una mujer de sobrevivir son mucho más escasas.” Brasil nos puede parecer un caso extremo por la política de armas de Bolsonaro, pero la misma columna agrega que “En países pacíficos, como Uruguay, las armas son el principal instrumento para matar a mujeres en situación de violencia de género o doméstica.” Seguramente un país lleno de “ciudadanos honestos”. 

Tampoco es posible hacer una simplificación del problema pensando que si no hubiese armas de fuego no habría motivaciones para que los femicidas cometan los crímenes. Lo cierto es que la reproducción una cultura machista y patriarcal es el núcleo duro y central de las relaciones jerárquicas en las cuales prevalece la supremacía masculina. Pero en el triste conteo de los femicidios de este año hay ocho casos en los que las mujeres fueron atacadas con armas de fuego, y no estoy contabilizando los casos que continúan en seguimiento (alrededor de 80) y que en la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres consideramos que nos faltan antecedentes para calificarlos como tal, donde hay al menos siete casos en los que hay armas de fuego involucradas en las muertes de las mujeres. Es cosa de indagar en los registros de años anteriores para encontrar casos de “ciudadanos honestos” portando armas de fuego y que de un momento a otro se convirtieron en femicidas y terminaron con la vida de la mujer que decían amar, o para encontrar casos en los que se atribuye a un accidente o bala perdida que –“casualmente”- sale del arma inscrita, manejada regularmente por el cónyuge, un pariente cercano, un amigo, posiblemente un “ciudadano honesto” y sin problemas psiquiátricos. Porque la violencia machista no es una enfermedad, es algo que se aprende sin que nos demos cuenta. 

La prevención de la violencia contra las mujeres no puede ser un asunto que se encapsule en las instituciones especializadas en temáticas de género. Prevenir implica adelantarse a la ocurrencia de la violencia contra las mujeres en todas sus manifestaciones, y no solo en su forma más extrema. Se debe abarcar la educación formal e informal, la comunicación responsable por parte de los medios, los presupuestos de los Centros de la Mujer, pero también habría que incorporar la variable “género” a los análisis y propuestas que se hacen en materia de tenencia de armas, pues la evidencia indica que solo aumenta la probabilidad de las mujeres de morir asesinadas por sus convivientes, esposos o ex esposos.  No basta con examen psicológico o psiquiátrico, porque los femicidas no son –necesariamente –esos monstruos televisivos, son también personas comunes y corrientes, o como dice uno de los carteles de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, son hijos sanos del patriarcado. 

Cabe entonces cuestionar con fuerza la sugerencia del pre-candidato a la luz de las aportaciones del género como perspectiva interdisciplinaria y de la evidencia recogida. 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.