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Año XVI, 23 de abril de 2024


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Los sueños de la cordillera

Columna de opinión por Maximiliano Salinas Campos 
Martes 5 de enero 2021 11:49 hrs.


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“Mi deseo es que Chile recupere su infancia y su alegría”

Patricio Guzmán, La cordillera de los sueños

En su apasionante documental La cordillera de los sueños (2019) nuestro gran director de cine Patricio Guzmán vuelve su mirada a los Andes. Una experiencia que personalmente había rehusado: “En mi juventud no sentí ninguna curiosidad por los Andes. Mi generación estaba demasiado ocupada en crear una sociedad nueva. La cordillera, eso, no era revolucionario. Con los años mi mirada se ha vuelto hacia las montañas. Ellas me intrigan. Tal vez son la puerta de entrada que me ayudará a comprender el Chile de hoy”. Un vulcanólogo, Álvaro Amigo, confirma el olvido de los Andes, especialmente entre la población santiaguina. “Siento que Santiago le da la espalda a la cordillera. No la mira, no la busca, no la entiende”. Con todo, la hija de Ángel y nieta de Violeta Parra, Javiera, escuchó de su familia que la cordillera era como la mamá, “que uno, aunque no la viera, sabía que estaba ahí”. 

La historia de Chile, la batalla de Chile, es para Guzmán la épica de un pueblo que acaba en una tragedia. Como un sostenido dolor, como el asesinato de los inocentes que relatara el profeta Jeremías: “Un clamor se ha oído en Ramá, llanto y lamento grande: es Raquel que llora a sus hijos, y no se quiere consolar, pues ya no existen” (Mateo 2). La historia no puede esquivar esta tragedia. En 1973 se decidió la muerte colectiva de un pueblo que, según los testimonios recogidos del documentalista Pablo Salas y del ensayista Jorge Baradit, continúa devastado, y afectado de un inmenso malestar. La historia no logra olvidar tanta inhumanidad. 

Desde este lugar violento, Guzmán vuelve los ojos a los Andes. Advierte que, en algún sentido, la cordillera, la segunda cadena montañosa del planeta después del Himalaya, observó todo, fue testigo de la historia de Chile. Para indagar en sus misterios conversa con dos escultores, Francisco Gacitúa y Vicente Gajardo. Gacitúa, desde su taller en Pirque, le dice que la cordillera es “un arcón donde se guardan las leyes poéticas más importantes”, que es fuerza y ternura, y que comprende el ochenta por ciento del territorio del país. “Todo sucede adentro de los Andes, es una piedra que contiene, adentro de ella está todo”. “Materia alucinada”, la nombra con una expresión mistraliana (Selena Millares, Gabriela Mistral: la materia alucinada, Anales de Literatura Chilena, 2007). Gajardo precisa más diciendo que la cordillera, más que físico es un “referente cultural, y eso no lo puedo definir porque lo respiro”. 

Guzmán transita los límites de la cosmovisión y el programa clásicos de Occidente. De un lado, la historia, entendida como la lucha por la construcción de la civilización presente y futura (la ‘polis’), y de otro lado, la naturaleza, como un mundo mudo, distante, volcado al pasado. ¿Es posible seguir sosteniendo esa opción binaria? ¡Imposible! La cultura de la agresividad humana es parte de su relación extractivista con la naturaleza. La explotación minera de los Andes funda la historia de una civilización que instala la barbarie de la desigualdad humana. 

El documental concluye con una inequívoca confesión de Patricio Guzmán: “Mi deseo es que Chile recupere su infancia y su alegría”. Es la proclamación de un deseo primordial. Históricamente decisivo. Implica la conexión del presente con el pasado más remoto: la armonía del mundo natural con el gozo humano. En términos místicos e históricos es el anhelo del convivir en la proximidad de la cordillera como Terra Mater, tierra madre, la ‘mamá’ omnipresente de Javiera Parra. Hablando de los cerros de Elqui Gabriela Mistral le escribe a su amiga de Montegrande Isolina Barraza en 1946: “El Chile montañés está lejos de las ciudades gastadoras y cursis. […] Aunque la haga reír, quiero decirle que el valle adentro tiene unos 500 o más cerros sin nombre. El de ‘El Fraile’ (Montegrande) era tan mío como mi mamá.” (Antología mayor. Cartas, 409). Nos atrevemos a decir que el deseo de Guzmán podría incluso invertir el título del documental. No sólo se trata de la cordillera de los sueños, de nuestros sueños, sino de los sueños ancestrales de la propia cordillera viviente, de la Tierra viva. La montaña andina es quien nos sueña, devuelve, acoge, como hijos destinados a la alegría primigenia. Esta ha sido la certeza milenaria de los pueblos andinos. Indígenas y mestizos. De la montaña nace la vida, el agua, la música, continuamente, desde hace millones de años. Con ella hay que volver a pensar, a sentir, a revivir una historia que no enemista, como lo hizo ilusamente Occidente con sus ciudades cuadradas y cúbicas, la naturaleza de la cultura. En una de esas, como dijo Nicanor Parra, nuestro mismo país tiene que cambiar de nombre: “Este país debiera llamarse Lucila / en su defecto / que se llame Gabriela”: 

¡Cordillera de los Andes, 

Madre yacente y Madre que anda, 

que de niños nos enloquece 

y hace morir cuando nos falta; 

que en los metales y el amianto 

nos aupaste las entrañas; 

hallazgo de los primogénitos, 

de Mama Ocllo y Manco Cápac, 

tremendo amor y alzado cuerno 

del hidromiel de la esperanza! 

 

Gabriela Mistral, Cordillera: América. Tala, 1938. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.