Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 19 de abril de 2024


Escritorio

Sobre “La versatilidad de mi mundo”, de Pietro Rovira

Columna de opinión por Jaime Galgani
Jueves 4 de febrero 2021 18:54 hrs.


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Dos cosas son necesarias para vivir: el agua y la piedra. El agua porque da fluidez, origen, movimiento y posibilidad a la existencia; la piedra porque representa la consistencia que la vida necesita para recogerse, descansar, habitar y desplegarse. La “piedra y el agua” constituyen la síntesis de la materia universal en su necesidad dialéctica de coexistir y de armar la casa de la humanidad. Un día, cuando una de las dos falte, algo profundo desbarrancará nuestro proyecto hacia el vacío. 

He escogido esta díada simbólica para hablar de un libro que, ya en su título, La versatilidad de mi mundo, recoge la fuerza de esta complementariedad, de esta poderosa sujeción en que lo relativamente estable -el mundo- se deja ablandar por lo cambiante, es decir, la flexibilidad de su joven autor, Pietro Rovira, quien, nacido hace poco más de 19 años, ya defiende, con sus propias palabras, el esfuerzo primaveral que un buen libro representa. 

Detrás de esta publicación se encuentra el trabajo interesante de un proyecto nuevo liderado por la escritora y editora Eugenia Prado Bassi, quien hace un tiempo publicó, entre otras obras, Advertencias de uso para una máquina de coser. Cito este título porque su trabajo editorial tiene muchas analogías con la práctica ancestral del tejido, la costura, el remiendo, hermosas imágenes que son recogidas por lo mejor de la tradición cultural tanto en sus más reconocidas y canónicas referencias (Penélope, La Odisea) como en los más íntimos quehaceres textuales de personas y comunidades. Así pues, Palabra Editorial nace hace un tiempo como un esfuerzo por dar vida a ciertos proyectos de escritura desde su tímido nacimiento hasta su madura realización. Fruto de esta dinámica colaborativa es la obra de Pietro Rovira.

Es cierto que hay libros que parecen piedras, códigos pesados, mamotretos normativos, delirios ideológicos que pretenden dar fijeza a nuestro pensamiento. Lo hacen con el afán de dar rigidez y fortaleza a nuestros valores. Libros como esos han impulsado proyectos aniquiladores. Pongo por ejemplo aquel que escribió Hitler, titulado Mi Lucha (1925), y que fue el fundamento del nazismo que tan triste y destructiva memoria nos dejó del fallido siglo XX. Sin embargo, hay otros libros, como el de Pietro, que transcurren como el agua, con fuerza liberadora, y con llamada creativa, es decir, impulsándonos a dinamizar la circulación de la palabra, aquella que precisamente es lo que nos falta cuando, en medio de nuestras crisis, hemos terminado por concluir que lo único que sirve para convencer al otro es la piedra fratricida.

No es necesario decir que cada palabra de Pietro nace con la energía que se necesita para enfrentar la limitación del discurso. ¿Quién hay, entre nosotros que, al intentar escribir un verso, un ensayo, una columna, no sienta estar tropezando a menudo con la pesantez del pensamiento que debe combatir con la adusta solidez de las palabras? Escribir, hablar, es, por ello mismo, una lucha, un impulso de salida desde la cavernaria solicitud del placentario mundo del silencio. La escritura supone, ante todo, un rompimiento, una cierta violencia primordial contra sí mismo, para constituirse en una donación hacia el mundo. Por eso, mi primer sentimiento ante la obra de Pietro es de agradecimiento. Su creación es un inmerecido don para quienes, incluso siendo profesionales del discurso, nos damos menos tiempo que él, para escribir y soñar con palabras, lo que la realidad sería si nos sintiéramos más responsables de regar con el agua de nuestras ilusiones, el pedregal de las carencias humanas. 

Entrando en la materia que da contenido a esta publicación, es necesario indicar que no es factible ofrecer una síntesis del texto, puesto que contiene, en sí, multiplicidad de géneros imposibles de agrupar bajo una crítica compacta. De algún modo, es el resultado de un taller de escritura con la consiguiente práctica exploratoria del joven creador, quien, asomándose a distintos ritmos y estilos, ensaya la voz para probarse en sus múltiples tonalidades. El fruto es un archivo que, aunque intenta algunos vuelos ficcionales de orden narrativo, alcanza su tono mayor en el ejercicio lírico de un “yo” precozmente dotado para la expresión de los asuntos humanos: el miedo, los afectos, la soledad, la admiración, el reconocimiento, la historia personal, el miedo a lo desconocido, la ira, los desajustes relacionales de la convivencia cotidiana, etc. En medio de todo esto, se advierte muy pronto que, aunque Pietro podría haber descansado con bastante éxito en una escritura de carácter puramente intimista, su propuesta no deja de ser un punzante estímulo para cuestionar la realidad circundante. Siendo así, lo que podría parecer un diario personal termina ofreciendo una lectura política en donde se releva una mirada crítica que desnuda nuestras propias visiones. En este sentido, el poema final de la antología bien podría resumir el programa poético de este novel escritor: 

 

Tú ves una portada. 

Yo veo tristeza. 

 

Tú ves una biblioteca. 

Yo veo una imagen pasada. 

 

Tú ves un balneario, 

yo un basurero. 

 

Tú ves un océano, 

yo pienso en una crisis.

 

Tú ves Jardines del Sur, 

yo veo una clase social. 

 

Tú ves la cordillera, 

yo algo derritiéndose. 

 

Tú ves alegría, 

yo una sonrisa engañosa. 

 

Tú ves un desierto, 

yo una realidad.

 

En efecto, después de leer estos últimos versos, se confirma lo que desde las primeras páginas se intuye como una clave de interpretación. Se trata aquí de la escritura de un hijo de la sospecha, un hijo de la modernidad caída, un testigo de lo que pudo ser y no resultó, una voz que, desde su desierto nortino, está invitándonos a ver más allá de la simple mirada. Pietro no es ni un poeta romántico ni modernista. Ni siquiera es un cantor popular o un eco de las nuevas trovas que, en sus diferentes versiones, apuntaron a líricas transformadoras en lo político y lo social. Es, simplemente, el exponente de una mirada que recoge los cansancios de la tierra avasallada por la maquinaria productiva infame, los miedos de una generación que se agolpa en las calles reclamando promesas incumplidas, la severidad de una naturaleza que reclama su hastío frente al caos climático que ya da sus primeras señales. Pietro nos parece, de pronto, un adulto que no confía con ingenuidad en lo que los demás llamamos alegría, puesto que, como buen observador, sabe ver con más frecuencia de lo que desearíamos que, detrás de una linda y festiva acogida, no hay más que “una sonrisa engañosa”. De este modo, su creación cumple con el oficio antiguo de los poetas, aquellos que algunos llamaron “videntes” y otros “profetas”, es decir, se constituye en la apelación a la apertura de los sentidos para que, así, nos aprontemos a conocer el verdadero rostro de la Historia. Algunos de los poetas de la tradición occidental (Kavafis entre ellos) nos han enseñado que la diferencia entre los eruditos y los sabios es que los primeros saben todo sobre el pasado, mientras que los segundos saben lo que está por ocurrir. De algún modo, esta mirada del hablante del poema recién citado responde a esa naturaleza, y, por eso, creo que, sin exageración, hay aquí una cierta sabiduría en ciernes que ha llegado en la forma de un libro para despertar nuestra conciencia adormecida con un chasquido de palabras destinadas no a tranquilizarnos sino a generar las inquietudes que siempre se necesitan para la transformación. Por todo esto, el día de la presentación del libro (28 de enero), concluí mi intervención con las siguientes palabras: 

Pietro, “Antes de dormir hay que despertar”, así titulas uno de tus poemas. Y con ellos, nos sacas de golpe de la ternura del amor, del calor privilegiado del hogar, de la generosidad de tus padres, para llevarnos a los ruidos de la calle, a las tormentas de la ciudad, a las iras de los pueblos. Como tú, muchos y muchas también tuvieron que gritar con el grito de los humillados, de los esclavos, de los sometidos, de los perseguidos, de los abandonados, de los menos privilegiados, o, como diría Franz Fanon, de los “condenados de la tierra”. No dejes de recordarnos que siempre debemos despertar, porque siempre existe el riesgo de dormir, es decir, de recostarnos en el olvido de lo que incluso alguna vez fuimos, de nuestros propios sueños de transformación. Miguel de Unamuno dijo que obra de misericordia es “despertar al dormido”. Cada uno tiene su forma de golpear la insensibilidad de quien está dormido; tú lo haces con tu palabra. Quizás esa sea la granada más transformadora, la que anima las verdaderas revoluciones humanas. Lo digo con la conciencia y la convicción de que la palabra es la verdadera residencia de lo humano, “la casa del ser”, como dijo Heidegger. Por eso no te canses de interrogarnos, de despertarnos.

Comencé esta columna señalando una pareja metafórica que resume la consistencia del universo: el agua y la piedra. Dije, después, que hay libros pesados como piedras y otros, ágiles como el agua. Así es la naturaleza de la vida que nos toca experimentar. El mismo Pietro Rovira, tal como lo dicen sus palabras, ha debido convivir con la coexistencia de lo blando y lo duro, lo suave y lo áspero, la ternura y la adversidad. La realidad se resuelve en el juego de estas polaridades existenciales. Así se construye la vida de las personas, de las comunidades y de los pueblos. Así nacen los libros que, como este, nos anuncian una palabra joven que nos hace bien escuchar y celebrar. 

 

*El autor es Decano Facultad de Historia, Geografía y Letras de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.