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América “Latina”, ¿Una denominación de origen colonial?

Columna de opinión por Maximiliano Salinas Campos 
Viernes 12 de febrero 2021 11:07 hrs.


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“Latinoamérica se podría considerar, o una subcivilización dentro de la civilización occidental, o una civilización aparte, íntimamente emparentada con Occidente y dividida en cuanto a su pertenencia a él.” 

Samuel Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, México, 1997, 51-52. 

“Me he hecho el voto interior de no volver a decir América Latina, porque nuestra latinidad es casi enteramente una fábula.” 

Gabriela Mistral, 1927. Magda Arce, Gabriela Mistral y Joaquín García Monge: una correspondencia inédita, Santiago 1989, 93. 

La noción de América ‘latina’ parece que estuviera consagrada. ¿Será natural llamarnos así? ¿Quién nos nombra así? ¿Es una expresión creada por nosotros o instalada por una convención internacional, liderada por los blancos? Porque está claro que no dice nada de nuestra raíz indígena, africana, oriental. Samuel Huntington, tío Sam de fines del siglo pasado, definió a América ‘latina’ por su íntima vinculación con Occidente. No por su identidad propia, ni por su historia propia. Para él América ‘latina’ era una totalidad homogénea vista desde Occidente. Prolongando a Huntington, Marcelo Carmagnani publicó en México en 2004 El otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización. Para el historiador, el subcontinente, así lo llama, se identifica por completo con Occidente. Incluso, las reivindicaciones indígenas de inicios del siglo XXI, en su concepto, fragmentan el orden constitucional “con efectos negativos sobre la igualdad jurídica, base fundamental en Occidente y en América Latina de la vida democrática” (Carmagnani, El otro Occidente, FCE, 2004). Suma y sigue. En 2012 otro historiador italiano, Loris Zanatta, en su Historia de América Latina. De la Colonia al siglo XXI declara: “América Latina, por su historia y cultura, es parte integrante de Occidente […]. [La] moderna historia política, social, económica, cultural y religiosa de América Latina es parte de la más general de Occidente […]. América Latina entró en Occidente volviéndose Europa, de la cual durante siglos fue parte significativa.” (Zanatta, Historia de América Latina, Siglo XXI, 2012). Un equipo internacional de historiadores en 2013 reconoce que el concepto es polémico, pero al fin y al cabo funcional en términos de la geopolítica mundial: “[Hablar] de América Latina tiene un riesgo. Sin embargo, es la denominación más inclusiva y universalmente expandida que incorpora globalmente el espacio que va desde México al cabo de Hornos y del Pacífico al Atlántico.” (Jaume Aurell, Catalina Balmaceda, Peter Burke, Felipe Soza, Comprender el pasado. Una historia de la escritura y del pensamiento histórico, Madrid: Akal, 2013). En 2019 el periodista de The Economist Michael Reid, siguiendo a Alain Rouquié, define a América Latina como el “extremo Occidente” (Michael Reid, El continente olvidado. Una historia de la nueva América Latina, México: Crítica, 2019). En fin, América ‘latina’, ¿un espacio global?, ¿un extremo Occidente? ¿por eso somos ‘latinos’? 

Se puede intentar una historia de la palabra. En 1605 El Quijote de Miguel de Cervantes designa a un joven “muy gentil latino”, para presentarlo como persona culta, un civilizado (Quijote, Primera parte, capítulo XXII). El jurista colonial Juan de Solórzano afirma en su Política indiana de 1647: “[La] lengua que usamos es tan parecida a la latina, o romana, y por eso la llamamos romance, y ladino al que la habla […], lo que es lo mismo que Latino”. Latino, ladino, romano, occidental. La latinización de América comenzó por cierto con la pretensión católica y misionera de la España imperial (Sergio Gruzinski, La colonización de lo imaginario, México, 1991). 

En el siglo XIX sabemos que el término América ‘latina’ pasó a identificar los intereses geopolíticos franceses sobre el continente, en disputa con las pretensiones anglosajonas. En 1976 el historiador argentino José Luis Romero titula su historia del continente Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Su objetivo es relatar los protagonismos citadinos, eurocéntricos, del acontecer histórico. Las masas populares, indígenas, africanas, padecen el protagonismo de las ciudades capitales. 

A estas alturas, lo latino se consagra como una palabra inventada por los blancos para identificar lo civilizado, lo europeo, lo que nos aparta de las herencias ‘bárbaras’: lo indígena, lo africano, lo moreno, la morenidad. El concepto se tiñe de referencias eurocéntricas, occidentalcéntricas. Los intelectuales anglosajones, inventan y propagan los “Latin American Studies”. En 1969 nace la Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos (AHILA). El XXI Congreso de la asociación celebrado en 1999 lleva por título: “América Latina, ¿otro Occidente?” El historiador anglosajón Harold E. Davis publica en 1972 Latin American Thought: A Historical Introduction limitando a su mínima expresión las expresiones indígenas y africanas (New York: Macmillan, 1972). 

Siempre existió en el siglo XX una tradición intelectual que se negó a reconocer la validez de la expresión América ‘latina’. El historiador y filósofo rumano Alexandru Xenopol, autor de La teoría de la historia (1908), desestima la condición latina de nuestro continente. Lo mismo hace Gabriela Mistral. Afirma en 1927: “Me he hecho el voto interior de no volver a decir América Latina, porque nuestra latinidad es casi enteramente una fábula.” Refiriéndose a las raíces euromediterráneas de América Gabriela le confiesa al historiador Jaime Eyzaguirre en 1942: “Me moriré defendiendo una cosa que yo llamo la cultura oriental-greco-romano -que no es lo mismo que la cultura latina que allá defienden los retóricos” (Gabriela Mistral a Jaime Eyzaguirre, 20 de julio de 1942, Antología mayor. Cartas, 1992, 343). El historiador español Américo Castro dice en 1941: “La denominación Latino América, o América Latina, es inexacta; quieren fundarla en el hecho de que el español y el portugués son lenguas derivadas del latín […]. Este nombre es tan inoportuno como lo sería el de América Germánica aplicado a los Estados Unidos, fundándose en que el inglés es una lengua germánica.” (Iberoamérica. Su pasado y su presente, New York, 1941). El historiador peruano Luis Alberto Sánchez añade en 1945: “Ni nuestra cultura es latina, sino esencialmente indoibera […], ni lo español es latino […]; ni el indio, nuestra raíz, encarnación humana de lo telúrico, tiene nada de latino. Como reacción contra España […], el terminacho de América Latina tuvo fortuna” (¿Existe América Latina?, México, 1945). 

En vez de quedar atrapados en las disputas coloniales y nacionalistas de las Américas ‘anglosajona’ y ‘latina’ podemos reconocer mejor la vasta noción de América, de polo a polo, ancestralmente indígena en sus raíces milenarias. ¿No es el tiempo de recuperar una tierra común a partir de dichas raíces profundas que han defendido su belleza y su dignidad ante la pretensión blanca y colonial? En el Verbo América dice el artista Roberto Matta en 1983: “Corresponde a la idea de que América no es solamente un continente, un espacio, sino que es el tiempo. Si el espacio es la materia, el sustantivo, el verbo viene a ser la energía. Es el tiempo.” Gabriela Mistral había anunciado en El grito de 1922: “¡América y sólo América! ¡Qué embriaguez semejante futuro, qué hermosura, qué reinado vasto para la libertad y las excelencias mayores!” Con ese espíritu y ese sentimiento los pueblos ancestrales reivindican la expresión kuna Abya Yala, “tierra en plena madurez, tierra en florecimiento, tierra madura, tierra en pleno auge de juventud madura” (Miguel A. López, Encuentros en los senderos de Abya Yala, Quito: Abya Yala, 2004). ¡Esa energía sí nos identifica por completo! 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.