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Ser joven universitario en pandemia: Una “atención” especial en salud mental

Columna de opinión por Sonia Pérez Tello
Martes 27 de abril 2021 10:37 hrs.


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Pocos días atrás circuló una noticia que remeció fuertemente la opinión pública: Chile es el segundo país, de 30 en el mundo, en el empeoramiento del bienestar emocional de sus habitantes desde que comenzó la pandemia. Al menos así lo reporta el 56% de la población encuestada por la compañía IPSOS para el World Economic Forum, en febrero 2021. Un porcentaje similar al de Hungría, Italia y Brasil, pero muy lejano al de China e India donde, por el contrario, un 48% señala un impacto positivo de la pandemia en lo que a emociones se trata.

Es una noticia inquietante, pues viene a confirmar la sospecha que se despertaba en nuestro vivir cotidiano: en cada trato violento, en cada llanto inesperado, en cada inacción desmotivada, en cada sensación de vacío, en cada licencia psiquiátrica, en cada ideación catastrófica, en cada angustia nocturna, en cada frustración colectiva… las cosas, emocionalmente hablando, no andan nada bien.

No obstante, el estudio no tiene una muestra representativa de los distintos grupos sociales, lo que nos imprime el desafío de explorar el efecto que la pandemia tiene en las emociones y la salud mental de grupos específicos. A su vez, invita a pensar que este impacto podría no necesariamente ser negativo y, finalmente, a analizar qué hay de particular en nuestro país como para que destaque de manera tan gris. Chile, el mismo que hace 10 años sorprendía por sus altos niveles de satisfacción con la vida, según las mediciones de la CASEN.

Sabemos que la desigualdad es una de las enfermedades chilenas que se ha agravado con la pandemia. No sólo la desigualdad económica, sino todas aquellas exclusiones a las que no hemos tenido la capacidad de resistir desde que aparecieron las medidas de protección contra el virus. Estas medidas, a la vez que proteger la salud física, han mermado los recursos y redes con los que algunos grupos sociales comúnmente contaban para enfrentar las crisis.

Esto ha hecho que el impacto en la salud mental sea desigual entre las distintas generaciones. Es desigual el acceso a la cultura, la recreación, la información, los círculos de amistad, la psicoeducación, las formas de comunicación. El problema está en que, para las y los jóvenes, estas desigualdades resultan agobiantes, pues a diferencia de las otras generaciones, pueden ser vividas como una injusticia social al mismo tiempo que son vivenciadas como una crisis existencial.

A la juventud chilena le duele la pandemia de una manera específica, entre otras cosas, porque muestra descarnadamente que el modelo de self-made man, que le enseñaron a valorar, es frágil como el papel. El encierro y la vulnerabilidad concreta ante la muerte, producen una suerte de experiencia espejo, en que las personas se enfrentan a sí mismas, con sus capacidades, limitaciones y la realidad de sus posibilidades. En ese espejo, se triza hoy la imagen del emprendedor de sus propios sueños, el responsable de su propio futuro, cuyo esfuerzo personal será recompensado con el éxito.

Para quienes son jóvenes en Chile, el desajuste social que ha provocado la pandemia, hace notar la pérdida de aquello que este país les prometió: la importancia sublime del poder sobre su propia vida, del control absoluto de sus proyectos.

El estudio “Vida en Pandemia”, liderado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, evidencia la distancia crítica con que la juventud se plantea ante la pandemia y sus medidas.

Que la juventud cuestione las decisiones de las autoridades, implica que no encuentran en ellas una intención de protección, sino que responden a otros intereses. El autocuidado puede ser una responsabilidad muy grande para quienes necesitan primero recuperar la confianza en ser cuidados.

Podemos suponer que, mientras las personas adultas debaten sus preocupaciones entre cuidar la salud y/o mantener económicamente a las familias, las y los jóvenes viven su dilema entre cuidar la salud y/o desarrollar su identidad. Muchas situaciones obligadas por la pandemia pueden estar interfiriendo en los procesos de construcción de identidades, identificaciones, prácticas y ritos de pertenencia. Muchos “nosotros” son ahora menos cómplices que los que habitualmente permiten la realización de las capacidades juveniles, limitando desde el autoconcepto hasta la autoconciencia.

Uno de los procesos clave de la identidad social juvenil es la educación, cuyos cambios no han sido menores en este tiempo de exigentes adaptaciones. Más específicamente, la universidad ha sido la institución que, por excelencia, se le ha ofrecido a la juventud chilena como el lugar de su realización personal, económica y social, no solo profesional. Es una institución cargada de expectativas y deseos que la misma sociedad ha inculcado para prometer la movilidad transgeneracional de las familias. Por tanto, la educación online no pone necesariamente en jaque a la formación profesional, sí estas otras funciones, pues sin relaciones sociales, la educación superior, como toda educación, es un proceso incompleto.

En consecuencia, vivir siendo joven universitario en Chile, hoy en día, tiene un alto nivel de exigencias educativas, psicológicas y éticas. Las primeras están cargadas, entre otras cosas, de complicaciones en la planificación de tiempos y espacios para conectarse digital y psicológicamente y así poder aprender. Las segundas, exigen claridades respecto a cómo ser y estar en la universidad al mismo tiempo que cumplir los otros roles sociales en este incierto y cambiante mundo; mientras que las terceras exigen no morir en el intento de ser humano, orientándose a la justicia, dignidad y el bien común.

En este escenario, ser estudiante universitario en pandemia se vive no solo con cansancio, sino también con confusión, ansiedad y frustración. Poner atención a sus particulares condiciones no se traduce exclusivamente en la atención terapéutica en salud mental. También es fundamental poner atención a los espacios donde las emociones dialoguen con aquellos sentidos que motivan la implicancia, el compromiso, el ejercicio de derechos y la participación. Instancias en donde cada experiencia individual pueda ser visible y reconocida por el sistema educativo, creando culturas y estilos de vida universitaria.

Estudiar en la universidad, en contexto de pandemia, se ha convertido ya en una experiencia social, en una vivencia de jóvenes de distintos territorios que, sin conocerse, comparten una disputa de sentidos, emociones, posiciones, que no sólo traen un impacto negativo en la salud mental, sino que puede activar otras y nuevas formas de estar en el mundo, a través de nuevas plataformas y lenguajes.

El desafío hoy para las universidades, es ser un espacio de desarrollo integral, de vinculación profunda, de construcción de sentidos en donde dialogue lo personal y lo social, en donde se establezcan relaciones sociales significativas, se “colectivice” la experiencia educativa, y se construya comunicación. Sobre todo las universidades públicas, tienen la oportunidad de consolidar su compromiso con tender los puentes entre los conocimientos, la sociedad y las nuevas generaciones. Con la pandemia, los problemas que encuentren los jóvenes para estudiar no se pueden transformar en problemas para aprender a ser profesionales al servicio de las comunidades.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.