Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 18 de abril de 2024


Escritorio

Columna del Director Patricio López P.
Martes 18 de mayo 2021 11:28 hrs.


El uso del miedo en contra de la voluntad de cambios



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Para la campaña presidencial de 2009, que dio por primera vez la victoria al actual presidente Sebastián Piñera, una poderosa alianza entre sectores conservadores, ongs funcionales y la crónica roja de los canales de televisión, uno de ellos insólitamente de propiedad del propio Piñera, inoculó en la población el miedo a la delincuencia, a pesar de que, por ejemplo, Santiago era, según los datos duros, una de las ciudades grandes menos peligrosas de América Latina. Fue la época del chiste de Bombo Fica donde decía que su abuelita que vivía perdida en el campo, de tanto ver televisión, le tenía pánico a los portonazos, con el detalle que no tenía auto y tampoco portón. Fue también el tiempo donde el entonces candidato Piñera ocupó los medios de comunicación y los letreros camineros con una elocuente frase: “Delincuentes, se les acabó la fiesta”. No fue el único factor, pero el miedo favoreció a quien terminó ganando la elección.

Luego, para los comicios de 2017, y preferencias políticas aparte, otra poderosa alianza entre sectores políticos conservadores, algunos de Chile Vamos y otros de la Nueva Mayoría, más nuevamente los canales de televisión, plantearon que de ganar Alejandro Guillier, un dirigente con el que se podrá discrepar o coincidir, pero que ha sido sistémico y respetuoso de las instituciones, Chile iniciaría un proceso hasta convertirse en Venezuela. Ahí se acuñó la palabra Chilezuela, que produjo temor, pero el cuento es más viejo que el hilo negro: se echó a correr respecto a Verónika Mendoza primero y Pedro Castillo ahora en Perú, a Alberto Fernández en Argentina, entre otros. Y, contra el sentido común, hubo mucha gente que lo creyó. El miedo una vez más influyó en el resultado de la elección.

Después del estallido social, y en vez de concentrase en las demandas de una mayoría de la población que salió a las calles, autoridades y medios de comunicación volvieron a señalar que huiría la inversión e imperaría la violencia y el caos. Y aunque, como en todo estallido, han ocurrido hechos reñidos con la ley y criticables, el peso de la evidencia señala que los actos violentos más brutales, letales y dañinos no han provenido de los manifestantes, sino de agentes del Estado. Por razones cuyo análisis excede a las posibilidades de esta columna, hay muchas personas que piensan o han pensado que si en Chile se levantan y se empujan justas demandas, la Historia termina castigándolas con ferocidad. Para decirlo más directamente, pero con el breve poema Monterroso, de Mauricio Redolés: “Y cuando desperté, 1973 todavía estaba ahí”.

Qué duda cabe que la gobernabilidad es importante para el adecuado devenir de los países, nadie podría discrepar de aquello, pero una de las condiciones para que opere es que la política y la institucionalidad canalicen adecuadamente las demandas sociales. Durante la transición, se llegó a pensar que gobernabilidad era sinónimo de negación. Es decir, dirigir el país desoyendo las desigualdades y precariedades que se acumulaban debajo de la alfombra. Ésa fue una de las razones del estallido posterior.

Ahora, se ensaya lo mismo: ayer se derrumbó la Bolsa y algunos dirigentes dicen que se viene el caos, por el solo hecho que se ha elegido una Convención Constitucional menos parecida a la élite y más representativa de la diversidad de Chile ¿Hay alguna razón para temer a eso? Ninguna. El Pueblo ha decidido a sus representantes y de lo que se trata ahora, precisamente, es de poder reencontrarnos en torno a bienes y valores comunes, donde quepamos todos y no haya porciones significativas de la población marginadas. No habría, por lo tanto, que tener miedo ni dejar que opere el miedo esta vez, sino la esperanza.

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