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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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Buenos días, señores clientes

Columna de opinión por Argos Jeria
Martes 12 de octubre 2021 20:21 hrs.


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  • Recientemente el Centro de Estudios Públicos concluyó que en colegios particulares se “inflan” las calificaciones prolongando la segregación socioeconómica en el acceso a la educación superior. Hace 25 años, nuestro conductor Argos Jeria había previsto lo que hoy ocurre en la siguiente columna:

Hace unos diez años atrás discutíamos, en la Asociación Universitaria y Cultural Andrés Bello, el papel de la educación financiada con la matrícula de los estudiantes. El biólogo Luis Izquierdo, tal vez la figura más importante del movimiento de la intelectualidad académica contra la intervención militar de las universidades, planteó con su acostumbrada claridad que se le hacía difícil imaginar una situación en la cual el saludo habitual de “buenos días, señores alumnos” fuese reemplazado por el de “buenos días, señores clientes”. ¿Habrá previsto Lucho la dinámica del fenómeno que él empezaba a describir con tan pedagógica figura?

No es mi intención referirme aquí a la discriminación (relativamente obvia) que la estrategia de mercado ha producido en el acceso a la educación en todos los niveles. Lo que deseo es referirme a los cambios que tal estrategia irá produciendo en el sistema mismo de la educación superior como un todo. En otras palabras, quiero analizar cómo reacciona tal sistema al enfrentarse a la necesidad de captar “clientela”, a competir por ella en el mercado. Mi intención es mostrar que podemos ser cómplices involuntarios de un proceso de deterioro paulatino tan peligroso que, aún si es detectado, no genera iniciativas individuales de corrección. El mensaje será, sin embargo, optimista: aún podemos evitarlo.

Comencemos por señalar que en muchas actividades productivas el mecanismo de elección en el mercado estimula la generación de “productos” de mejor calidad puesto que se está dispuesto a pagar por zapatos más duraderos, equipos de música de mejor sonido o comida más sana y sabrosa. Por otra parte, sin embargo, estaremos de acuerdo en que aunque se considere la educación superior como un mercado, el “producto” no se ve inmediatamente; transcurre un buen número de años entre la compra a plazos (a veces con deuda) y la recepción del certificado que la acredita. Naturalmente, el cliente no tiene muy claro “qué” es lo que está adquiriendo en términos de las características deseadas de…aquello. De esta manera, el sistema educativo requiere de señales para orientar a jóvenes y padres en cuanto a objetivos, contenidos y metas de la educación.

Analicemos las señales y partamos con el ejemplo de la educación secundaria. ¿Cómo se elige colegio además de por el precio? Lo que hoy parece importar más al padre promedio con muy atendible razones, es el porcentaje de egresados de cada institución que ingresa a la Universidad; de hecho se establecen rankings que muestran en forma objetiva el fenómeno. Y los colegios, conscientes de tal escrutinio, intentan subir ese número por medio de varios mecanismos: una mejor preparación de los estudiantes contando con un buen profesorado, la eliminación de los alumnos que muestran menor rendimiento, y las acciones orientadas a mejorar directamente el puntaje de entrada a la Universidad. El primer mecanismo parece loable y es evidente que el segundo no contribuye a aumentar el compromiso con la enseñanza.

El tercer mecanismo, sin embargo, es el que gatilla la dinámica más contraproducente. Y no me refiero a la preparación acelerada para poder resolver cuestionarios con selección múltiple, del tipo PAA o pruebas de conocimientos específicos. Me refiero a ese mecanismo en que los padres somos cómplices directos: la modificación de notas. El argumento es de una simpleza devastadora y los padres de todos los colegios lo hemos escuchado muchas veces en reuniones de apoderados: como hay colegios en los cuales los promedios de notas son más altos, lo que representa puntos adicionales en la competencia por el acceso a la educación superior, ¿Por qué no hacer lo mismo? ¿Por qué ser tan exigentes con nuestros muchachos y, en el fondo, hacerles daño con notas “poco competitivas”? Es evidente que la presión sobre los profesores por esta suerte de inflación de notas tiene más probabilidad de impacto en la medida que son los “clientes” los que lo piden. Y es este un proceso difícil de detener una vez iniciado, pues basta con que algún establecimiento de calidad sucumba a la tentación de subir artificialmente los promedios de notas para que la aparente ventaja sea disminuida por sus “competidores”, haciendo exactamente lo mismo. En esas circunstancias, hablar de las ventajas de la creación de hábitos de estudio y del rigor en el tratamiento de las materias significa pasar al equipo de los impopulares que no ven la necesidad de adaptarse.

Podría pensarse que la dinámica recién descrita no necesariamente puede ser extendida al sistema universitario. Para mostrar lo contrario, basta mirar lo que está ocurriendo en el gran país del norte. Tengo frente a mi una carta publicada recientemente en el principal diario de Boston (ciudad que concentra la mayor cantidad de universidades prestigiosas en los Estados Unidos), en la que se sostiene, como punto central, que los padres norteamericanos están muy satisfechos con la educación de sus hijos, pero esto ocurre “porque los profesores colocan buenas notas a los estudiantes por un trabajo académico pobre. Lo hacen no sólo para estimular la autoestima de los alumnos, sino para mantener felices a los padres” (Boston Globe, Marzo 1996; mi traducción). En un artículo en el mismo diario y mes, ya se había hablado del costo de socavar los estándares educacionales; en sus conclusiones, se sostiene que “mientras menos rigurosa [la educación superior] más fácil es atraer a los estudiantes y sus cheques de matrícula”… “De aquí la dinámica que tiene al precio y al prestigio de la educación superior [norteamericana] moviéndose en direcciones opuestas”. El panorama no puede ser más preocupante, pues el diagnóstico generalizado, tanto desde la derecha como desde la izquierda política en EEUU, es la de un sistema en deterioro con la alegría y complicidad implícita de padres, estudiantes y profesores.

Pero esto no podría ocurrir con la educación superior en Chile. ¿O sí? El sistema educacional formado por las Universidades tradicionales conforma un panorama como para enorgullecerse aplicándole los estándares académicos más exigentes en el planeta. Esa es la realidad, pero… Hay síntomas inquietantes que, aunque se asoman tímidos, hacen necesaria una alerta temprana. Ya han aparecido los programas conjuntos con universidades del hemisferio norte que evidentemente intentan atraer alumnos con la idea de obtener grados “con aval” del mundo desarrollado, aprovechando remanentes de provincianismo que son difíciles de superar. Dado que en la formación universitaria básica (los cuatro primeros años, o lo que en los EEUU se llama college) en áreas como Ingeniería nuestra educación tradicional es más profunda y exigente, es probable que estos nuevos “joint ventures” en ese tipo de áreas sean atractivos para los alumnos-clientes desde varios ángulos; entre otros, obtener un grado internacional con un mínimo gasto de energía. Una vez más, la dinámica desde el punto de vista de una institución local recién llegada a la educación superior es fácilmente explicable, ya que se logra vender la idea de tradición (aunque sea prestada), disminuyendo la posible desconfianza de los clientes. El problema se torna serio cuando se constata que tal práctica comienza a ser desarrollada también por entidades que pertenecen a las Universidades tradicionales.

Pero hay más señales. Hay presiones para bajar los niveles de matemáticas y ciencias básicas en general. Son sutiles, pero existen. Nunca se planteará explícitamente una baja de nivel. Pero sí carreras mas rápidas (sobre todo en una época que privilegia la velocidad sobre la profundidad), por la vía de cursos supuestamente más eficientes o la supresión de las memorias de título. Y por eficiencia se puede entender cursos de aprovechamiento inmediato, más ligados al así llamado mundo real. La liviandad generalizada también puede ingresar a las aulas: ¿Para qué entender los fundamentos si se puede aprender el manual, para lo cual ni siquiera es imprescindible ir a clases?

Sin intención de ser exhaustivo, no puedo dejar de mencionar el nacimiento y desarrollo de programas conducentes a grados, títulos o post títulos, que se ofrecen en horarios vespertinos para no interferir con la jornada laboral. Como tanto los clientes-alumnos y los profesores tienen jornadas diurnas normales, es posible imaginarse el grado de atención y aprovechamiento de unos, y el grado de rigurosidad y exigencia en otros. Por otra parte, si esta actividad es realizada en las instituciones de educación superior con los mismos recursos humanos con que se atiende a los alumnos normales, se tenderá a descuidar a estos últimos ya que el día tiene veinticuatro horas y nuestras capacidades son limitadas.

La superficialidad afín a la rapidez es una componente importante de los valores dominantes hoy en Chile. Otra es el predominio de la forma sobre el fondo (o del marketing sobre el contenido). Ello hace de este panorama, en el que podemos ser alegres cómplices, una amenaza real al nivel de nuestra educación superior, que ha costado tantas décadas construir. Bastaría con que alguna de las instituciones tradicionales diese la señal equivocada para comenzar una espiral de deterioro difícil de detener, ya que alivianar las carreras en universidades de prestigio es una combinación fascinante para un “cliente”, incluso para muchos de los más aplicados: título profesional de prestigio a partir de cursos más superficiales. Es irresponsable jugarse el prestigio de nuestra educación superior tradicional por obtener (literalmente) ganancias de corto plazo.

El que alguna institución importante de educación superior comience un proceso de adaptación promocionando carreras profesionales livianas para atraer estudiantes, debería ser tomado como un mal ejemplo, como un intento de competencia carente de sabiduría. Este es un problema serio, que requiere adelantarse a los hechos y ser capaces de predecir los efectos nocivos de acciones aparentemente inocentes.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.