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El juego del calamar: la exitosa serie de Netflix como espejo de la realidad chilena

Desde su estreno, en septiembre de 2021, la obra de Hwang Dong-hyuk no ha abandonado el top 3 de las más vistas en Chile. Con 111 millones de cuentas alcanzadas, a escala mundial, superó con creces el éxito de Bridgerton, que territorio latino ni siquiera alcanzó a colarse en el top 10. Este texto no se inmiscuye en aspectos técnicos del cine surcoreano sino que pone al endeudamiento y a la incertidumbre social que abunda en estas tierras como factores claves para entender la transversalidad de la serie.

Eduardo Andrade

  Domingo 7 de noviembre 2021 12:54 hrs. 
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Si tuviésemos que juntar a las personas cuyas cuentas de Netflix han reproducido El juego del calamar desde su estreno en septiembre de 2021, al menos en Sudamérica, el resultado sería igual a la población reunida de Chile, Bolivia, Perú y Argentina. Sin embargo, el éxito de la serie surcoreana poco o nada tiene que ver con la demografía de este bloque, sino que de forma transversal ha logrado posicionarse tanto en el top de países latinos así como en Omán, Filipinas o Qatar. 

Al día de hoy, además, es la serie con mayor alcance en la historia de la plataforma digital, superando al éxito desapercibido, al menos en Sudamérica, de la estadounidense, Bridgerton.  

Es sabido que el boom de la industria cinematográfica en Corea del Sur les ha llevado a ser, desde los albores del nuevo siglo, el primer país en recuperar su mercado interno frente a Hollywood, esto principalmente por el impacto de la cultura k-pop a nivel mundial, y que, además, según una encuesta del Ministerio de Cultura de dicho país aplicada en 2019, ha significado que lejos de sus fronteras, casi el 77% de las personas tengan una imagen positiva del país asiático. 

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Sin embargo, a la par de este fenómeno también han aparecido otros productos que, lejos de ensalzar al llamado “milagro coreano”, han terminado por evidenciar sus imperfecciones tal como sucedió en 2020 con Parasite, o hace poco, en septiembre, con El juego del calamar

¿Por qué Corea sí y Chile no?, es una pregunta recurrente al momento de analizar dos modelos de desarrollo profundamente capitalistas (en Corea desde los años sesenta) y que según el profesor del Instituto de Asuntos Internacionales de la Universidad de Chile, José Miguel Ahumada, podría darnos vislumbres del éxito transversal de la serie dirigida por Hwang Dong-hyuk. Y es que sí, todos aquí nos emocionamos cuando uno de los protagonistas de Parasite apareció cargando una caja de vinos de una conocida marca nacional, pero la verdad es que existen vínculos aún más profundos entre ambos países que el mero guiño azaroso en tres segundos de la ganadora del Oscar. 

“Chile tiene un modelo económico que no ha logrado generar desempeños productivos industriales como sí los tuvo Corea del Sur. Por eso se utiliza como un ejemplo de lo que se podría hacer si quisiera tener un crecimiento sostenido en el tiempo y un modelo de desarrollo productivo que sea más complejo y sofisticado”, explica Ahumada. Sin embargo, agrega: “Si la gran diferencia con Corea del Sur es la matriz productiva, un gran punto de encuentro es la alta competitividad a nivel de las relaciones sociales”.

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La incertidumbre y la ansiedad son dos constantes que atraviesan a los personajes de El juego del calamar. Sin opciones aparentes en la realidad, todos eligen por voluntad propia arriesgarse en los desafíos a muerte planteados por la serie, aun cuando por mayoría, en algún minuto, hayan optado por desistir.  La competencia que plantea Ahumada, en la vida real es una batalla que no pueden ganar, al menos no con el esfuerzo y la meritocracia que propone el capitalismo. 

“El estado de bienestar no está suficientemente desarrollado en Corea del Sur, entonces hay pocos derechos sociales”, afirma el también doctor en Estudios de Desarrollo. “No es que no hayan, pero no son tan desarrollados como en los países europeos, por ejemplo, y esto construye a un sujeto bastante temeroso, por un lado, respecto de su condición económica, pero por el otro con una sociedad muy jerárquica”. 

Ya en Chile, dificultades para que las y los trabajadores puedan a través de negociaciones colectivas mejorar el nivel de los salarios, en un país en donde solo el 16% de la población percibe ingresos superiores a un millón de pesos, son el escenario perfecto para que, según el sociólogo e investigador de Fundación Sol, Recaredo Gálvez, el endeudamiento pueda echar raíces hasta el corazón del sistema. 

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El problema aquí es tal magnitud que, según recuerda Gálvez, pese a la disminución de deudores y deudoras morosas, comparando períodos 2021 y 2020 al mes de junio, la cifra actual supera los 4 millones de personas que no pueden pagar sus compromisos de deuda al día. Es decir, poco más de la cuarta parte de la población total del país viviendo en quiebra, al límite. 

¿Cuál ha sido la respuesta estatal ante esta realidad? “No se han impulsado reformas profundas y concretas ni en materia de salario mínimo ni de ingresos del trabajo a través de regulaciones como negociaciones colectivas que sean mucho más amplias, y por otro lado lo que sí se ha buscado son ciertas transferencias y subsidios para la población”, responde el sociólogo.

Solo por mencionar un caso, en pleno año de explosión de la pandemia, la opción que el actual Gobierno ofreció a la llamada clase media para enfrentar la crisis fue un préstamo de hasta 2 millones 600 mil pesos, en meses en donde el propio Banco Central cifró el nivel de deuda de los hogares en un 75% de sus ingresos. A poco más de un año de esta medida, Gálvez, que se opuso rotundamente considerándola como estratégica y acotada solo para ciertos sectores clasemedieros, remata: 

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“La deuda de hoy día está relacionada con el consumo para subsistir. Son deudas de consumo en retail, en gran proporción. No es solo gran endeudamiento con la banda, pero de cierta manera esto muestra la forma en cómo muchos hogares tienen que enfrentar los bajos salarios y la crisis”.

Mientras esto sucede, El Juego del Calamar sigue rompiendo récords y significando ganancias para sus creadores que sobrepasan los 900 millones de dólares, 40 veces el monto de su realización. En Chile, y muy probablemente en distintas partes del mundo en donde triunfó, el último fin de semana de Halloween, el traje verde con rayas blancas de los participantes o el mameluco rojo con máscara negra de los organizadores fue sin temor a dudas de los disfraces más repetitivos en las fiestas nocturnas. Bajo eso la realidad no es distinta. De regreso a casa, en el auto o en el metro, no somos más que jugadores en potencia esperando un golpe de suerte, dicen las cifras: una llamada al teléfono, una tarjetita extraña. 

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