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Los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el medio ambiente

Columna de opinión por David Souter
Jueves 18 de noviembre 2021 14:57 hrs.


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Los Objetivos de Desarrollo Sostenible -ODS- sin duda son importantes. Tienen defectos, como cualquier acuerdo internacional, y deben ser interpretados a la luz de las circunstancias cambiantes, pero un acuerdo global sobre objetivos de desarrollo es inmensamente difícil de lograr, y llegar a un acuerdo sobre ellos fue un gran éxito para la ONU.

Sin embargo, llegar a un acuerdo es sólo la mitad de la tarea. Es igual de difícil –sino más–, aplicar el acuerdo que lograrlo. Muchos de los Objetivos son ambiciosos y es necesario que muchas cosas funcionen bien para lograrlos. Requieren compromiso político, consenso en torno a sus objetivos clave, financiación y un entorno positivo para el crecimiento económico. En la práctica, desde que se acordaron en 2015, han enfrentado vientos en contra: la polarización geopolítica, el bajo rendimiento de las economías de muchos países, la perturbación de las relaciones comerciales mundiales y, ahora, la crisis y la recesión por el COVID-19. En 2020 se registró retrocesos en muchos de los Objetivos y metas: retrocesos que serán difíciles de recuperar y que requieren un replanteamiento.

Esta reseña considera los ODS desde la doble perspectiva del medio ambiente y de la tecnología. La primera parte repasa los orígenes del desarrollo sostenible y la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible1, el acuerdo de la ONU que contiene los Objetivos. En la segunda se analiza cómo se reflejan el medio ambiente y la tecnología en los Objetivos y las metas. La tercera se ocupa de la situación actual y de cómo podemos avanzar.

El significado del desarrollo sostenible

Es un error pensar que el desarrollo sostenible es sólo otra forma de hablar del medio ambiente. La Agenda 2030 es fundamentalmente una estrategia dirigida al desarrollo, no al medio ambiente.

La palabra “sostenible” añade un matiz importante al desarrollo. Pretende ser una abreviatura de algo así como “desarrollo económico ambientalmente sostenible”, y así inyectar la protección a largo plazo de la viabilidad del planeta en las formas en que se persigue el crecimiento económico y el bienestar social.

La idea de desarrollo sostenible, tal y como se entiende en el sistema de la ONU, surgió de la Comisión Brundtland (la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo) en 19872 y la Cumbre de la Tierra que le siguió en 1992.3 Allí se propuso un enfoque tripartito del desarrollo basado en la prosperidad económica, el bienestar social y la protección del medio ambiente, tres aspectos que, según se afirmaba, podrían, deberían y deben perseguirse conjuntamente. Se formuló también objetivos de equidad intergeneracional y de consumo sostenible, principios destinados a garantizar que los resultados medioambientales que afecten a las generaciones futuras no signifiquen perjuicios irreparables (o “insostenibles”) debido a políticas y prácticas de corto plazo.

Lograr este núcleo tripartito del desarrollo sostenible es un reto. Requiere estrategias de desarrollo que no contrapongan los objetivos económicos, sociales y medioambientales, ni los aborden por separado, en silos, sino que los consideren interdependientes, incluso inextricables. A modo de ejemplo: se necesitan estrategias que reconozcan que el bienestar económico y social es insostenible si el cambio climático convierte tierra en océano, o si los recursos naturales críticos se vuelven demasiado escasos para ser asequibles.

En este sentido, hay cuestiones evidentes de igualdad intergeneracional y geográfica. El objetivo general, definido por la Comisión Brundtland, ha sido “un desarrollo que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”.4 Pero la conjunción de los objetivos económicos, sociales y medioambientales en la Cumbre de la Tierra, y más recientemente en la Agenda de Desarrollo Sostenible, es también política. Los resultados de ambos procesos –y de la revisión de los 20 años de la Cumbre de la Tierra en 2012, que influyó fuertemente en los ODS5– se negociaron a través de procesos políticos muy agitados en los que los distintos gobiernos tenían diferentes objetivos, diferentes expectativas y a veces buscaban alivio en la ambigüedad constructiva. El compromiso al que llegaron también podría describirse como “un desarrollo que satisface las necesidades del mundo en desarrollo sin comprometer la capacidad de los países desarrollados para continuar su propio crecimiento”. 

Hay una tensión que surge de esto en los ODS. El texto inicial de la Agenda es holístico. Subraya la importancia de integrar los objetivos económicos, sociales y medioambientales. Sin embargo, los propios ODS se centran en aspectos específicos del desarrollo: alimentación, salud, educación, agua, género, etc. Algunos son más detallados que otros, con objetivos más específicos, que reflejan dónde la política permitió un mayor o menor consenso. El problema es que la distinción de los ODS individuales ha fomentado un pensamiento aislado, en lugar de holístico, sobre las formas de aplicarlos, y ha infravalorado la afirmación del texto inicial sobre los temas transversales (como el medio ambiente) o los medios para abordarlos (como la tecnología).

El medio ambiente y la tecnología en los ODS 

Desde el punto de vista del medio ambiente, el mundo se enfrenta hoy a tres grandes retos, que tienen que ver con el cambio climático, la contaminación y el agotamiento de los recursos (este último incluye la tierra y el agua). Los tres plantean retos fundamentales para sostener el crecimiento económico (y, por tanto, el bienestar social). El desarrollo sostenible, tal y como se entiende en la Agenda, incluye (hay quienes dirían que integra transversalmente) estas preocupaciones medioambientales dentro de una serie de ODS en lugar de establecer una plataforma distinta para la protección del medio ambiente dentro de la sostenibilidad.

Sólo uno de estos tres temas –el más crítico desde el punto de vista de la existencia, el clima– recibe su propio ODS (Objetivo 13), y éste cede el liderazgo a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el tema. Otros ODS –relacionados con el agua, la energía, las ciudades, el medio ambiente marino y la tierra– tienen aspectos medioambientales, pero no hay una estrategia transversal para la contaminación o el agotamiento de los recursos. El relativo a la producción y el consumo sostenibles (Objetivo 12) remite a una estrategia anterior al respecto, pero por lo demás es una lista de objetivos deseables. No hay ningún plan, aparte de la visión de la Convención Marco sobre el cambio climático, para mantenerse dentro de los llamados “límites planetarios” que representan puntos de inflexión más allá de los cuales el cambio medioambiental podría ser irreversible. Éstos pueden considerarse como el “espacio operativo seguro para la humanidad”6 y son fundamentales para las perspectivas ecologistas sobre la sostenibilidad. En la actualidad se considera que se han superado cuatro de los nueve límites planetarios.

La tecnología tampoco se trata de forma integral en los ODS. Se menciona aquí y allá en la Agenda como un potencial para avanzar en los objetivos de desarrollo –en medicina, energía, agricultura, empoderamiento de la mujer– pero no hay una filosofía general para la tecnología más allá de la afirmación de que el progreso debe estar “en armonía con la naturaleza: sensible al clima, respetando la biodiversidad, resiliente”.

Tampoco se la menciona más que marginalmente en la mayoría de los ODS. Sólo dos de los Objetivos tienen secciones significativas sobre la tecnología. El que se refiere a la energía lo ve como una oferta de soluciones, instando a la cooperación internacional en materia de energía limpia, energías renovables, “la eficiencia energética y las tecnologías menos contaminantes de combustibles fósiles ” (nótese la cuidadosa redacción que refleja el compromiso de la negociación), al tiempo que recuerda a los responsables políticos la necesidad de garantizar la infraestructura y la disponibilidad de energía en los países en desarrollo para alcanzar sus objetivos económicos (una cuestión central en la igualdad geográfica).

El último ODS, relativo a las alianzas mundiales, contiene una breve sección sobre la gobernanza de la tecnología, centrada en particular en la transferencia: el controvertido objetivo de que los países (mayoritariamente) desarrollados compartan la tecnología con los países en desarrollo de forma que estos últimos puedan tener más autonomía en cuanto al desarrollo de éstas. La cuestión subyacente del poder sobre el desarrollo tecnológico que ello representa está, en la práctica, sin resolver, mientras que los rápidos avances de las nuevas tecnologías (digitalización, genética, nanotecnología, etc.) están aumentando, en lugar de disminuir, su concentración geográfica.

Desde la perspectiva actual, faltan dos cosas en este tratamiento de la tecnología dentro de los ODS. La primera es que, a pesar de las presiones de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) de la ONU y de la Comisión de Banda Ancha, integrada por múltiples partes interesadas, no hay un objetivo específico para las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), sino una referencia a su posible valor y una única meta en el Objetivo 9 (sobre infraestructuras, “industrialización inclusiva y sostenible” e innovación), destinada a aumentar el acceso, especialmente en los países menos avanzados (PMA). Esto ya parecía inadecuado en el momento de la tercera Cumbre de la Tierra en 2012 (cuyo documento final tampoco decía casi nada sobre las TIC), y con mucha más razón en 2015. Hoy en día parece totalmente inadecuado cuando las oportunidades y los riesgos de las tecnologías digitales actuales y futuras se consideran tan ampliamente transformadoras (y con un impacto acelerado como resultado del coronavirus).

La segunda omisión se refiere a la ética. Cuando se hace referencia a la tecnología en los ODS, se parte de la base de que es beneficiosa: que aporta progreso, pero no problemas. Esto es obviamente inadecuado. Las revoluciones industriales de los dos últimos siglos y más han hecho maravillas para la prosperidad económica, pero también nos han dejado la amenaza existencial del cambio climático y la aparentemente incontrolable contaminación plástica. El TNT y la fisión nuclear siempre iban a tener aplicaciones pacíficas y bélicas. Internet ha demostrado ser tan eficaz en la difusión de la desinformación como del conocimiento, mientras que la digitalización permite la vigilancia con la misma facilidad con la que otorga poder. Los desafíos éticos de la edición de genes y la inteligencia artificial han saltado a la palestra en los últimos años.

En resumen: la Agenda 2030 y sus ODS proporcionan el marco crucial para la acción internacional en materia de desarrollo sostenible. Lograr un acuerdo sobre objetivos consensuados fue un paso importante para afianzar tanto los objetivos de desarrollo como la cooperación internacional. (Esto sería mucho más difícil de lograr en el entorno geopolítico actual, más polarizado). Pero el concepto de un enfoque global y holístico del desarrollo que figura en el texto inicial de la Agenda no se traduce suficientemente en la lista de objetivos y metas. Es necesario desarrollar su marco, en particular para aprovechar las oportunidades y protegerse de los riesgos que presenta el rapidísimo auge de las nuevas tecnologías.

La tecnología, el medio ambiente y los ODS hoy

Gran parte de la literatura sobre el desarrollo en torno a la tecnología y la innovación la discute en términos abstractos, asumiendo las consiguientes mejoras en la eficiencia y el bienestar; sin embargo, sus impactos acumulativos son a menudo subestimados. Hay cinco aspectos que son importantes para entender cómo la tecnología/las tecnologías pueden contribuir más eficazmente al desarrollo sostenible (incluidos los ODS).

En primer lugar, las repercusiones de los avances tecnológicos son muy complejas. Las innovaciones tecnológicas afectarán a los ODS –muchos, la mayoría o todos ellos– en el transcurso de la Agenda (hasta 2030): la edición de genes en la salud y la agricultura, por ejemplo, la robótica en la industria, la nanotecnología, la digitalización y la inteligencia artificial en un ámbito más amplio; y todos éstos interactúan entre sí. Hay que entenderlos tanto colectiva como individualmente.

En segundo lugar, el ritmo del cambio desde la adopción de los ODS ha sido intenso y se está acelerando. La banda ancha rápida, las nuevas aplicaciones y el big data han cambiado radicalmente muchas de nuestras sociedades, economías y culturas. La inteligencia artificial, el “internet de las cosas” y, pronto, los dispositivos autónomos volverán a hacerlo. De ellos surgen impactos irreversibles antes de que nuestras instituciones nos permitan darles forma. “El código es la ley”, escribió Lawrence Lessig hace 20 años7; el código (y otras nuevas tecnologías) también podría estar desplazando a la política (y a las buenas intenciones, como los ODS).

En tercer lugar, no hay nada que sea intrínsecamente bueno o malo en la tecnología. En cada generación de desarrollo tecnológico hay un equilibrio entre oportunidad y riesgo. El ritmo y las capacidades de las innovaciones tecnológicas actuales hacen que esas oportunidades y riesgos sean mucho mayores y más críticos que los de las generaciones anteriores: pueden aportar mayores beneficios, pero las amenazas que plantean también son mayores, y ambas cosas ocurren más rápidamente. Algunos miembros de las comunidades técnicas y de desarrollo han convertido a la innovación en un fetiche: se valora más lo nuevo que lo probado, se prefiere “moverse rápido y romper cosas” que basarse en la experiencia. Esto no es lo suficientemente sofisticado.

En cuarto lugar, este equilibrio entre la oportunidad y el riesgo requiere medidas tanto proactivas como de protección. Las nuevas tecnologías, por ejemplo, ofrecen oportunidades para controlar el impacto del cambio climático (como los sensores ambientales), reducir las emisiones de carbono (mejorando la eficiencia en el uso de la energía o descarbonizando los combustibles fósiles) y mitigar sus impactos (por ejemplo, aumentando la productividad en la producción de alimentos). Hay que maximizarlos, aunque también hay que vigilarlos para identificar los riesgos potenciales (o reales) que surjan, sobre todo las consecuencias no deseadas (por ejemplo, de la edición de genes). Pero los impactos más amplios de las tecnologías en la economía, la sociedad y el medio ambiente –causados por el modo en que se utilizan, más que por los fines para los que están pensadas– también necesitan un seguimiento constante y, cuando sean perjudiciales, deben ser minimizados. Esto requiere una intervención estratégica que se ocupe de orientar la tecnología para la configuración de la sociedad, en lugar de permitir lo contrario.

En quinto lugar, la tecnología no puede separarse de las estructuras de poder político y económico que la rodean. Los gobiernos y las empresas poderosas son los más indicados para dominar las tecnologías emergentes, que requieren altos niveles de inversión de capital, y para aprovechar sus beneficios. El desarrollo sostenible requiere que las oportunidades estén disponibles y los riesgos se compartan de forma más equitativa. Esto requiere mucho más que acuerdos de transferencia de tecnología aplicados parcialmente; requiere un cambio de mentalidad sobre la interdependencia (de la que las vacunas COVID-19 están siendo una prueba importante).

Una forma habitual de entender las repercusiones de la tecnología es considerarlas en cuatro categorías. Las describí así, hace ocho años, en una revisión exhaustiva de la digitalización y el medio ambiente, para el Instituto Internacional de Desarrollo Sostenible, del que soy coautor:8

– Los efectos de primer orden (o directos) son los que se derivan de la existencia física de las TIC y de los procesos que conllevan su disponibilidad: por ejemplo, los puestos de trabajo creados en la fabricación y los servicios de las TIC, o las emisiones de carbono generadas por la fabricación, los centros de datos y el uso de dispositivos terminales.

– Los efectos de segundo orden (o indirectos) son los que se derivan de la forma en que se utilizan esas TIC, en particular los que se derivan de las aplicaciones y el acceso a los contenidos: por ejemplo, la pérdida de puestos de trabajo en sectores perjudicados por las empresas que utilizan Internet (como el comercio minorista de música) o las reducciones de las emisiones de carbono logradas gracias a la gestión automatizada (“inteligente”) de la generación y distribución de electricidad.

– Los efectos de rebote son los impactos de contrapeso que se producen como resultado de los cambios de comportamiento que a su vez se derivan de estos efectos de primer y segundo orden: por ejemplo, la probabilidad de que la reducción del uso de vehículos resultante del teletrabajo vaya acompañada de un mayor uso de vehículos para actividades de ocio.

– Los efectos de tercer orden (o sociales) son los resultados agregados de un gran número de personas que utilizan las TIC a medio y largo plazo de forma que alteran el funcionamiento de las economías y las sociedades: por ejemplo, cambios en la naturaleza del trabajo y las relaciones laborales, en las relaciones entre las diásporas y las comunidades de origen, en los patrones de consumo y en los asentamientos humanos.

Este marco complejo y reflexivo es bueno para construir una mejor comprensión de los impactos de todas las tecnologías, ya que se aplican a los ODS en general como también a las TIC o al medio ambiente. Sugiere tres cosas.

En primer lugar, que la tecnología y sus impactos son fundamentales para el desarrollo, el desarrollo sostenible y el enfoque de la humanidad hacia su entorno. Es necesario comprenderlos mejor y situarlos mejor en los esfuerzos por aplicar los ODS y el desarrollo sostenible en general.

En segundo lugar, que esos impactos cambian rápidamente en el tiempo. Es necesario vigilarlos y ajustar los objetivos y las metas para aprovecharlos y adaptarlos a las diferentes circunstancias que la tecnología está diseñando a medida que se producen estos cambios. Los ODS no pueden aplicarse eficazmente en un estado de inmovilidad.

En tercer lugar, que la gobernanza es fundamental. La mayoría de las nuevas tecnologías se desarrollan en un marco que respeta el principio de precaución –en términos de salud o medio ambiente, por ejemplo– y da cabida a la supervisión reglamentaria, como la auditoría medioambiental. El sector digital se ha resistido a esto, prefiriendo permitir la innovación primero y resolver los problemas después, si es que surgen. Un marco de desarrollo sostenible, orientado a los bienes públicos, requiere responsabilidad y rendición de cuentas en materia de tecnología e innovación. Los mecanismos para ello son una parte esencial de la aplicación de los ODS.

El papel de la tecnología en el desarrollo sostenible puede expresarse de forma bastante sencilla: maximizar los beneficios potenciales para la sostenibilidad (esa victoria tripartita), así como los ODS individuales, y mitigar y minimizar los daños potenciales (los que surgen de su propio desarrollo, así como de otras fuentes como los combustibles fósiles). La implementación, sin embargo, es mucho más complicada.

Un último punto. Los ODS, al igual que otros marcos internacionales como el de los derechos humanos, dependen de la inmutabilidad para su autoridad. Si pudieran cambiarse fácilmente, lo harían, y los gobiernos se centrarían en el cambio más que en la aplicación. Sin embargo, estos marcos deben interpretarse a la luz de las circunstancias cambiantes, como una mayor certeza sobre la trayectoria del cambio climático, los conflictos geopolíticos, la aparición de la inteligencia artificial o una pandemia como la del COVID-19. El papel de la tecnología para facilitar (y amenazar) el desarrollo sostenible está en constante y complejo cambio. Como se ha intentado sugerir en esta reseña, esto requiere una atención cada vez más sofisticada a las relaciones entre la tecnología, la sostenibilidad y el medio ambiente.

David Souter es investigador y escritor independiente sobre la sociedad digital (políticas públicas, desarrollo, medio ambiente, gobernanza, derechos), temas respecto a los cuales ha trabajado con la ONU y otras organizaciones. Edita un blog semanal Inside the Digital Society, publicado por APC.

Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 554: Tecnología y medio ambiente: Respuestas desde el Sur 02/11/2021

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.