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Jaime Huenún: “Las comunidades mapuche pueden entregar una serie de mensajes para bajar las revoluciones neoliberales”

En el poemario Ceremonia de los nombres, el poeta huilliche teje un diálogo entre pasado y presente para relatar una historia extraoficial sobre el pueblo mapuche y su diversidad. “Hoy, están cambiando ciertos modelos de sentir, de pensar, de situarse en la realidad y esos modelos tienen que ver con volver a cierto pasado, no para estacionarse en él, sino que para, necesariamente, ver con nuevos ojos el futuro”, dice el autor.

Abril Becerra

  Sábado 8 de enero 2022 10:01 hrs. 
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Consultando archivos, revisando actas municipales y militares, regresando a la memoria oral y a los testimonios de antepasados. De esa manera, el poeta huilliche Jaime Huenún comenzó a escribir Ceremonia de los nombres (Editorial Pehuén), publicación que, por medio de 42 poemas, vincula pasado y presente para narrar una historia invisibilizada del pueblo mapuche y su diversidad. 

El texto está repleto de nombres que aluden a realidades marginadas y violentadas. Allí está la mujer que queda sola en el territorio y la que debe migrar a la urbe, dejando atrás su identidad. También emana Camilo Catrillanca, una “Joya Herida”, cuya alma transita “por los campos azotados de Temucuicui”; y la naturaleza siempre viva y amorosa.

En palabras del historiador Fernando Pairican, el poemario complejiza el tiempo y aborda períodos como el fin de la ocupación de La Araucanía y la reducción territorial. “A mi juicio, una de las líneas argumentales de Huenún aquí es considerar la colonialidad no como un tema del pasado, sino como un proceso de larga duración que  forma parte del tiempo actual”, escribe el historiador en el prólogo del texto. 

Para Huenún, asimismo, esta nueva publicación oscila entre lo mítico, lo histórico y lo simbólico. “Es un libro que está concebido como un punto de partida para conversar. Podrían parecer textos un tanto herméticos para un lector común y corriente. No lleva notas al pie de página ni glosarios, ni una explicación, porque quise que el texto se presentara al desnudo para generar la conversación, el diálogo”, señala. 

“Cada texto hace referencia a personajes tanto históricos como ficticios que están situados en territorios reales, cartografiados en la República o las Repúblicas tanto chilenas como argentinas que se apropiaron y dividieron gran parte del Wallmapu. Por otro lado, es un texto que recoge una parte muy pequeña de los más de 8 mil apellidos, nombres mapuche, que se han registrado y que, de alguna manera, son nombres o apellidos que se comenzaron a inscribir a mediados del siglo XIX o fines del siglo XIX”, aclara el autor. 

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¿Desde dónde surge este nuevo poemario? 

Es un texto que recorre una serie de memorias históricas, míticas, familiares y comunitarias que son potenciadas desde la perspectiva de la poesía. El gran tema es la identidad que se gesta a partir de una realidad histórica común a todas las culturas. Esa realidad común es nombrar seres humanos desde su nacimiento. Aquí el nombre mapuche escriturado también genera una especie de paradoja, porque muchos nombres fueron mal escritos, los nombres se confundieron con apellidos. Esto ha ido generando, a lo largo del siglo XX y parte del siglo XXI, una reacción al interior de las comunidades, una especie de reacción tanto política como cultural al interior de la ciudad letrada huinca. 

¿Cuáles fueron aquellos lugares de consulta? 

Fundamentalmente, memorias, documentos que han sido exhumados por investigadores tanto chilenos como argentinos y mapuche. Documentos que han estado en archivos extranjeros, en Alemania, en bibliotecas, archivos de alguna congregación religiosa como los Capuchinos. También actas militares, municipales. Un sinfín de documentos poco visitados y que si lo son, son visitados por especialistas. Toda esta documentación está mezclada también con la memoria oral, con la conversación que he podido sostener a lo largo de los años con personas mayores del mundo mapuche.

Los poemas subrayan, en múltiples oportunidades, la voz de los antepasados…

Creo que ningún país, ninguna nación que no mire sus orígenes puede avanzar, puede progresar culturalmente. Mirar el origen es mirar una historia. Por lo tanto, el retorno, a través de los nombres, implica una demanda política, es decir, movilizar la historia, revisar cómo se ha ido dando el proceso de despojo territorial y el despojo de las identidades de la población chilena. Durante 200 años de República o más, se ha ido despojando a la población chilena de sus filiaciones con el mundo indígena en su diversidad y hoy están cambiando ciertos modelos de sentir, de pensar, de situarse en la realidad y esos modelos tienen que ver con volver a cierto pasado, no para estacionarse en él, sino que para, necesariamente, ver con nuevos ojos el futuro.

Uno de los poemas dice “te voy a contar una historia, chileno, una historia que no te han contado ni te contarán jamás”. ¿Cuál es el mensaje que hoy tiene que darle el pueblo mapuche al pueblo chileno? 

No sé si sea un mensaje. Pueden ser muchos, porque el pueblo mapuche también es diverso. Se tiene la vaga idea de que el pueblo mapuche es uno solo en términos de un solo paquete, pero no es así. Hay diversidad dentro de la población mapuche: hay campesinos, urbanos, lafquenches que viven a orillas del mar. Por lo tanto, creo que, a partir de esta diversidad, las comunidades mapuche pueden entregar una serie de mensajes para bajar las revoluciones neoliberales, porque, así como vamos, nuestra supervivencia como especie está con los días contados. Las poblaciones indígenas en general, en toda Latinoamérica, están planteando una nueva manera de existir, una nueva manera de habitar la realidad, una nueva manera de establecer vínculos de carácter económicos, culturales, lingüísticos. Los pueblos indígenas tienen mucho que aportar. No imponer, sino aportar en un diálogo fructífero para todos. 

¿Qué pasa ahí que no podemos internalizar ese mensaje? 

Todo ese lastre, todas esas marcas negativas que se manifiestan como racismo, clasismo, de negación, provienen de la instauración de una cultura hegemonizante, de una sociedad que se esgrime como la única, la más válida, la que tiene mayores elementos para autodenominarse civilizada, pero toda civilización está enraizada en una serie de actos barbáricos y los actos barbáricos, en el contexto chileno, han sido el racismo, el clasismo, la negación, el exterminio, la usurpación. Eso también se ha traducido en dispositivos que tienen que ver con la educación, con las comunicaciones, con la cultura. Hoy todavía ciertos sectores mapuche son denominados ya no como terroristas, sino que como narcoterroristas, con una palabra que encierra no solamente un estigma de carácter jurídico, sino que también humano, cultural, que se amplifica a todo un pueblo. Por lo tanto, creo que es la educación la que permitiría una apertura mental para reconocer que somos parte de esas realidades que parecen nuevas, pero que han estado siempre y han estado negadas. La chilenidad tiene la posibilidad cierta de reencontrarse con sus orígenes a partir del diálogo con los pueblos originarios. Y reeducarse , establecer nuevas sensibilidades para el buen vivir, para una vida más justa, un poco más amable y una vida que no necesariamente nos conduzca a la depresión. 

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Imagen: ©Álvaro de la Fuente/Proyecto Diálogo.

Ahora, en el último tiempo también se han desencadenado procesos importantes de descolonización. ¿Cómo ve esa transformación cultural? 

Todo tiene que ver con la llegada de personas indígenas a la ciudad o a las grandes ciudades. En Santiago de Chile hay casi 600 mil mapuches viviendo. Eso ha significado una instalación y una recuperación de pequeños espacios territoriales para generar una cultura más o menos propia, dentro de lo que se puede, en el contexto de la urbanidad. Entonces, creo que la población indígena, en las grandes ciudades, tiene una serie de tareas, de labores cotidianas como mantener su identidad, generar comunidad, establecer discursos coherentes con esa identidad y ese acervo comunitario. Hoy, en la Región Metropolitana, hay más de 20 rukas mapuche funcionando. Eso da cuenta de que la población mapuche está reactivando su cultura tradicional para ajustarla a los tiempos presentes. Lo mismo sucede con los pueblos andinos. Hay muchas organizaciones aymaras, quechuas, collas, que están presentes en la Región Metropolitana. Por lo tanto, creo que esta diversidad de la población indígena nos está señalando una ruta distinta para la vivencialidad y la habitabilidad de la urbe.

Recientemente, se aprobó la extensión del estado de excepción en la zona sur. ¿Qué opinión tiene sobre este tema? 

Me parece una pésima política del Estado que no ayuda en nada a la constitución de una paz consensuada, justa, equilibrada, simétrica, entre las partes que están en esta conflictividad en el sur de Chile. Imponer más fuerza, más presión a un polvorín como lo es la zona roja o la macrozona sur como la llama la policía y el aparataje jurídico-político es conducir los procesos a un oscurantismo, porque no se derrota la violencia con más violencia. No se derrota el dolor con más dolor. No se derrota una demanda histórica con una serie de procedimientos policiacos o jurídicos o militares. Lo que genera, finalmente, es una reacción mucho más fuerte. Eso está probado en la historia de muchos pueblos subalternos en el mundo. 

Frente a ello ¿Cuál es el camino que debe seguir el futuro Gobierno? 

Hay un terreno caliente en el sur de Chile, pero no sólo en el sur, sino que también en otros territorios. Creo que caminar sobre esas brasas que ha dejado la política oficial en los últimos 30 o más años no será fácil. Hay que apelar a una total desnudez de intenciones y a una fortalecida nueva fe en el diálogo para con todos los implicados y reconocer además que hay sectores que tienen intereses económicos muy grandes en estos territorios, sobre todo, en la Macrozona Sur así llamada por la policía. La política debe, necesariamente, poner el acento en un diálogo constructivo, que además sea justo en el sentido de escuchar de manera atenta lo que tienen que decir estas comunidades, los pueblos, acoger lo que estas comunidades puedan plantear y además posibilitar mejoras reales, tal vez graduales.

En ese sentido ¿Cuáles son sus expectativas respecto de la Convención Constitucional? 

Se ha puesto el acento en generar una nueva Constitución que reconozca la plurinacionalidad del Estado. Ahí hay un punto interesante que seguramente se va a discutir en este último tramo con la nueva presidenta de la Convención y la nueva directiva. Esa discusión también va a tener sus pro y sus contras, porque no todos están dispuestos a reconocer ciertas autonomías, la autodeterminación que ya han establecido ciertos documentos de la ONU y el Convenio 169 de la OIT que tienen que ver con el control de ciertos territorios por parte de los pueblos indígenas con participación política activa y más o menos simétrica. Y, por supuesto, generar una autonomía cultural, reparación histórica. Hay un montón de elementos que ciertos sectores no están dispuestos a reconocer y avalar, pero creo que hay una sensibilidad mayoritaria de poder avanzar en ese tema. 

Imagen principal: ©Álvaro de la Fuente/Proyecto Diálogo.
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