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Cecilia Vicuña: “Lo que yo hago y lo que yo soy es parte de un universo, que es el universo del sentipensar amerindio”

Luego de ser reconocida en la Bienal de Venecia con el León de Oro a la Trayectoria, la artista nacional dijo que este premio conlleva a una transformación cultural: “Significa la valoración de una mujer artista, sudaca, mestiza e indígena”, señaló.

Abril Becerra

  Sábado 30 de abril 2022 14:59 hrs. 
Cecilia Vicuña.Cecilia Vicuña.

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La artista nacional Cecilia Vicuña (74) luce sonriente al otro lado de la pantalla. Transmite una armonía inusual para estos días de post pandemia. En su voz hay calma, una alegría reposada, un aire esperanzador y lleno de vitalidad. Son las 10:00 de la mañana en Grecia y la artista comienza a desmenuzar una pregunta que ha tenido que responder en más de una oportunidad durante estos días: ¿qué significado tuvo para ella el ser reconocida en la Bienal de Venecia, hace exactamente una semana, con el León de Oro a la Trayectoria?   

La artista cierra los ojos por un instante y respira profundamente. No quiere decir lo que ya ha mencionado en otras entrevistas y ensaya una idea nueva, pero genuina: “Creo que lo que pasó es muy grande en términos culturales. Va mucho más allá de lo personal, es decir, por supuesto que es una alegría infinita que mi trabajo sea valorado. Eso es evidente, pero hay una alegría más profunda en cuanto a que significa una valoración de una mujer artista, sudaca, mestiza e indígena”. 

“Lo que yo hago y lo que yo soy es parte de un universo, que es el universo del sentipensar amerindio, que es un universo específico, localizado y universal a la vez (..). Entonces, para mí es una valoración de eso más que de la persona, a pesar de que mi dedicación ha sido constante e infinita”, comenta.  

La poeta, cineasta y activista chilena, cuya obra ha estado marcada por la exploración de temas vinculados a la destrucción ecológica, los derechos humanos y la homogeneización cultural, también dice que la premiación fue un momento muy especial en su vida en el sentido de que pudo reencontrarse con su familia. Así, recorre su trayectoria y señala que, pese a que el ajetreo del premio ya va a la baja, el descanso no es una opción en su vida: “La única forma de sobrevivir es descansar mientras uno trabaja”, afirma. 

“Dado a la emergencia planetaria, dado que se ha producido el aviso final, dado que en un cortísimo plazo el planeta va a ser inhabitable, ¿quién puede descansar? Solamente los irresponsables, los criminales. Entonces, tratemos de no ser irresponsables ni criminales y actuemos. Hay que descansar, meditar y relajarse, mientras se está siendo activo. No le veo otra solución”, dice.  

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Cecilia Vicuña al recibir el León de Oro.

Durante la premiación estuvo presente su madre. ¿Cómo fue vivir ese momento junto a ella? 

Gracias a la fuerza y el espíritu de mi hermano, Ricardo Vicuña, que acompañó a mi madre, y también gracias a mi sobrina, Fernanda Vicuña, joven artista, tuve la infinita felicidad de tener a mi familia: mi madre, mi hermano y mi sobrina junto a mi. No me había pasado eso desde el Golpe Militar. Entonces, por más que yo he viajado siempre a Chile durante todos estos años, jamás había sucedido que ellos participaran junto a mi en un evento internacional. Fue una alegría explosiva. Caminábamos por la calle y yo me sentía como parte de una tropa hermosa y radiante de felicidad. Además, mi madre encontraba a cada paso los afiches monumentales de su rostro, el retrato que pinté de ella en el año 77. Entonces, era como entrar a otra dimensión, a otro estado mental, del alma.

Durante la premiación, la curadora de la Bienal destacó su trabajo, indicando que se adelantaba a debates sobre ecología y feminismo. ¿Se siente una adelantada en ese sentido? 

Esa es una apreciación desde afuera. Lo cierto del caso es que en los años 60, cuando empiezo a hacer mi arte, ya se sabía todo el desastre ecológico que se iba a producir. Entonces, ¿era yo una adelantada? ¿Quiénes eran los adelantados? Los chamanes del universo indígena ya lo sabían desde antes, porque ese conocimiento me llegó en sueños antes que por la ciencia. Ese es el momento de conocimiento que todavía es más certero que la proyección computacional. El método de los sueños, porque los sueños no nos pertenecen. Entonces, ¿quién se adelantó? El conocimiento se adelantó. El conocimiento siempre es anticipatorio. No era algo especial mío, necesariamente. Ese carácter anticipatorio de mi trabajo tiene que ser leído así, es decir, si lees las cosa que escribía en los años 60 o lo que yo pintaba, son cosas que están sucediendo ahora. Pero no me extrañaría que hubiera muchos otros artistas en el mundo que están sintiendo o presintiendo con la claridad con que estaba presintiendo yo. 

¿Cuál fue el sueño que tuvo? 

A los 8 años soñé que el mar se estaba incendiando y que eso provocaba un terror tan grande que las personas, los seres humanos, se morían por su propio pánico. Entonces, vi las primeras imágenes del mar incendiándose, que son las petroleras, que estallan, porque están explotando el petróleo desde el mar. Hice un video sobre eso, porque es demasiado brutal que el mar se esté incendiando y nosotros seguimos sin querer ver. 

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Cecilia Vicuña. Créditos: Daniela Aravena (2017).

Comenzó su carrera en el arte, siendo muy joven. ¿Cómo fue ese proceso de pasar de instalaciones en la calle a llegar al Museo Nacional de Bellas, al MoMA o a la Bienal de Venecia? 

No fue ni fácil ni difícil. Uno fue consecuencia de lo otro y siempre todos estos pasos son dados por interrelaciones con otras personas. Yo era una joven chilena que estaba haciendo todas esas cosas, que todavía no tenían nombre, porque yo las llamaba arte precario y todavía no sabía que existía el arte conceptual. Ahora se sabe que muchos otros artistas estaban haciendo cosas como esas antes. ¿Qué pasó? Nemesio Antúnez llegó a Santiago como nuevo director del Museo Nacional de Bellas Artes y, por casualidad, lo vi en televisión diciendo que el Museo iba a estar abierto a los jóvenes. Hasta ese momento el Museo Nacional de Bellas Artes era como una institución del siglo XIX, con suelos encerados y cerrado. Daba miedo entrar, porque parecía que lo ibas a ensuciar si entrabas. Entonces, fui corriendo a ver a Nemesio y entré a su oficina. Le dije que era Cecilia Vicuña y él me dijo: “Yo te he leído”. Porque a los 18 años ya publicaba en una revista en México, entonces, él me conocía como poeta. “¿Qué quieres hacer?”, me dijo. “Quiero llenar el Museo de hojas”. Me dijo que lo iba a pensar y a los tres días me llamó y me dijo que sí. 

¿Cómo fue el realizar esa instalación? 

Le pedí a Nemesio que escribiera una carta diciéndole a los jardineros del Parque de Quinta Normal y del Parque Forestal que me juntaran varios camiones de hojas y así lo hicieron. Llegaron y depositaron todas las hojas en una montaña gigante a la puerta de lo que en ese momento se llamaba la Sala Forestal (…). Había pedido a varios voluntarios que me vinieran a ayudar y no apareció ninguno. Solamente llegó mi mamá. Y entre mi mamá y yo con nuestros cuerpos, sin palas, sin nada, solamente tirándonos como si fuéramos animales que rodábamos, empujamos toda esa montaña de hojas dentro del Museo. No hay una sola foto de lo que te acabo de describir. Porque yo era una niña joven, creo que tenía 23 años en ese momento. No sabía que existía la documentación. Además, los voluntarios que tenían que llegar, posiblemente con cámaras, no llegaron, y nadie le dio ninguna importancia a ninguna de esas cosas. Ese es el factor más importante: la primera vez que se escribió una frase para decir que Cecilia había llenado de hojas de árboles la Sala Forestal fue 30 años después. Y la dedicación fue solo una frase. Entonces, eso demuestra la absoluta invisibilidad de esos gestos que yo hacía, y los gestos eran continuos y permanentes. 

Sobre esta misma invisibilización recuerdo una anécdota respecto de cuando usted le propone al presidente Salvador Allende celebrar un día de la semilla y él no la toma en cuenta… 

No tenía acogida en ninguna parte. Ni entre mis amigos, ni entre las instituciones ni entre la sociedad. Allende me respondió que esa idea le parecía maravillosa, pero que Chile no estaba preparado y que quizás Chile estaría preparado en el año 2000. El año 2000, efectivamente, me invitaron a hacer una muestra en la Galería Gabriela Mistral y volví a repetir la misma propuesta y le pedí a la Galería que ayudara porque, cuál era la idea, en los años 60 ya se sabía que Chile se estaba desertificando rápidamente y que lo único que podría parar la desertificación eran los bosques, la plantación de árboles. Entonces, yo proponía las semillas y una plantación universal de bosques y vergeles a lo largo de todo Chile. ¿Imagínate si eso se hubiera realizado en los años 60? No estaríamos en la situación en la que ahora estamos. Eso fue ridiculizado, ignorado. Cuando hice estas exposiciones en Chile, en el año 71, me entrevistaron en El Mercurio y yo llevé una grabadora porque sabía que iban a distorsionar todo lo que yo dijera. Y , en cualquier caso, dijeron que yo estaba plantando pequeños bosques y todos mis amigos, tanto de izquierda como apolíticos, encontraron que era la cosa más estúpida y ridícula. Fíjate el significado que eso tiene hoy. Hemos perdido 50 años de acción y, si no actuamos ahora con la velocidad del rayo, todo este planeta se va a convertir en un desierto contaminado.

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Cecilia Vicuña, 2021. Créditos: William Jess Laird.

Quiero llevarla a otro tema. En su obra hay una mirada descolonizadora. ¿Cómo se encontró con los conocimientos ancestrales? ¿De dónde surgió esta búsqueda? 

Es imposible saber desde dónde surge, pero he imaginado que surge del hecho de que yo viví hasta los 9 años en el campo. En un mundo completamente maravilloso de vida silvestre, animales, criaturas, acequias, bosques, lagunas, a patita pelada, yendo a una escuela pública, viviendo en una casita de adobe. Viví en lo que hoy parece un paraíso terrenal, algo tan bucólico que no parece verdad, sin embargo, eso era La Florida. Estábamos en una época en la que nos demorábamos como media hora para llegar a Santiago, a Vicuña Mackenna, a la ciudad. Entonces, pienso que, como crecí en ese mundo, aprendí esa sensibilidad de las plantas, de los insectos, de los bichitos, de los animales y del hecho de que mis padres no me controlaban. Ellos eran jóvenes y los niños andábamos por ahí. Eso era suficiente. 

Todo esto en medio de una familia de artistas también… 

Claro, pero nadie hablaba de conocimiento ancestral, sin embargo, yo leía unos cómics. Estos cómics eran producidos en México en los años 50 y, una vez por semana, llegaba un suplementero que caminaba de casita en casita e iba vendiendo estas revistas y, en estas revistas, aparecía mi favorito: Leyendas de América. Esa fue mi primera lectura de mitos y leyendas de una América indígena. Cuando era adolescente y me había convertido en lectora, entre los 12 y los 15 años, me encontré con una revistita que tenía unos sueños mapuche transcritos. Ahí capté la dimensión literaria de algo tan maravilloso como un sueño y yo tenía sueños muy fuertes y claros desde niña. Eso me hizo un sentido inmenso.

¿Cuándo decide iniciar un trabajo vinculado a los pueblos indígenas? ¿Cómo se da eso? 

Eso empezó a los 9 años, porque yo veía las películas de cowboy y decía qué barbaridad estos tipos con pistola, yo pertenezco al otro bando. Desde un comienzo identifiqué que yo era una de ellos, una de ellas. También, en mi casa y en las casas de toda mi familia, había muchos libros y yo veía el arte polinésico, africano. En esos primeros años del siglo XX, los artistas europeos, quienes tenían el poder de sacar fotos y hacer libros, se fijaron en el arte nativo de África, de la Polinesia e Indoamérica. Si eso no hubiera sucedido, tampoco existirían los libros en los que podía ver estas imágenes. Si no hubiese sido por esa conjunción de cosas, ¿dónde iba a ver ese arte? No había museos que tuvieran arte precolombino, ni chileno, ni latinoamericano. Nada eso. El Museo Precolombino abre muchas décadas después de eso. 

Hoy las nuevas generaciones de artistas tienen mayormente incorporada esta perspectiva descolonizadora. ¿Cómo ve eso?

Más vale tarde que nunca. Realmente es fabuloso que esté pasando esto, pero sería fantástico que este movimiento tuviera conciencia de que ese movimiento descolonizador genuinamente en América empieza desde la llegada de los españoles y portugueses. Eso es ignorado. En los primeros poemas escritos durante las primeras masacres ya estaba ese espíritu descolonizador, lo mismo en el arte. Siempre hubo esa visión, pero esa visión fue ignorada durante más de 500 años. ¿Por qué se está apreciando ahora? Porque empezó ese movimiento con ciertos intelectuales del Caribe o del Medio Oriente. Es muy interesante que todavía, para que pueda haber un despertar intelectual de ese orden, tiene que ser bajo la influencia de las feministas del hemisferio norte, aunque las primeras ecofeministas fueron de la India. No en Estados Unidos ni en Europa. Por eso es importante el movimiento sur-sur. Que nos relacionemos con el pensamiento del hemisferio sur, es decir, de África, del universo aborigen australiano. 

¿Cómo ve que en el debate sobre una nueva Constitución se haya avanzado hacia un Estado plurinacional?

Me parece fantástico. Más vale tarde que nunca. Lo fantástico que está sucediendo ahora es que muchas comunidades están auto reconociéndose y auto nombrándose como vivas. Eso me parece algo sorprendente y está pasando por lo demás en todo el mundo. Las lenguas supuestamente extinguidas están renaciendo. Entonces, el conocimiento y la relación de cada ser con su ser es una cuestión ontológica que permite el florecimiento de una riqueza en las diferencias. Esa riqueza de las diferencias, de sensibilidades y perspectivas es como la biodiversidad. La humanidad necesita de esas diferencias. Necesitas esas diferencias para vibrar, para que haya una cultura que no empareje y desempodere la creatividad, sino que todo lo contrario. 

En una ocasión señaló que una de sus misiones como artista era el de recuperar lo borrado. ¿Qué le interesa recuperar hoy? 

La potencia desconocida que existe en nosotros mismos. ¿Qué es lo borrado? Lo borrado es ese conocimiento ancestral que existe en todos nosotros: mestizos, indígenas. No importa el color, la raza, la especie. Existe en nosotros, pero lo borrado es la necesidad de buscarlo. La necesidad de reconocerlo. Desde la perspectiva del poder, ¿por qué es necesario borrar eso? Porque eso nos empodera. Si crees que el conocimiento está fuera de ti, entonces eres dependiente. En cambio, si crees que el conocimiento está en ti y en lo que te rodea, en tu papá, tu mamá, tu abuelita, tus hijos, tu perro, tu gato, tus plantas, entonces, hay una horizontalidad que es infinita. 

Créditos imagen principal: Beach Ritual, 2017. Performance, documenta 14, Athens, Greece. Photo by Mathias Voelzke.
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