Llevando ya varios meses desde el ingreso presencial de estudiantes a clases, y luego de un importante perÃodo de confinamiento derivado de la pandemia por el Covid-19, las consecuencias para la salud mental de niños, niñas y adolescente, aún no son posibles de deducir en su totalidad.
Lo anterior no quita que podamos vislumbrar signos y señales de malestares psÃquicos emergentes, que no dudamos en asociar al extraordinario aislamiento vivido por casi dos años. Algunos de éstos han sido objeto de una amplia cobertura noticiosa, difundida a través de diversos medios de prensa y redes sociales.
Los registros y relatos han evidenciado un clima de agresividad entre estudiantes, haciéndose frecuentes las peleas, amenazas y tensiones en espacios educativos, preocupando tanto a apoderados como a las comunidades educativas, la opinión pública y al mundo polÃtico.
Ahora, en un intento por explicar parte de esta irrupción de agresividad en un lenguaje asociado a la salud mental, es posible pensar que una porción de estas manifestaciones obedecen a algunas formas de malestar psÃquico, posibles de agrupar dentro de los llamados fenómenos externalizantes. Estos últimos hacen referencia a conductas que incluyen dificultades relacionadas con la agresividad, la falta de atención, la desobediencia y la conducta delictiva.
Frente a lo anterior, somos capaces de percibir sin ningún tipo de conocimiento especÃfico que tras estas conductas algo le ocurre al niño, niña o adolescente, que actúa de ese modo y que merece atención y cuidado. En ese sentido, la agresividad, la desatención o las conductas delictivas son fáciles de verificar, ya que se presentan ante nuestros ojos, ya sea por una acción puntual o por determinados signos que dan cuenta de su presencia.
Esto último propone una ventaja, ya que ante lo evidente existe la posibilidad de actuar, algo que ocurre en la mayorÃa de los establecimientos educacionales, a través de estrategias y protocolos diversos, que permiten en la generalidad de los casos, inhabilitar, encausar o remediar los conflictos.
Sumado a esta consideración sobre los fenómenos externalizantes, quisiera referirme a los fenómenos internalizantes, los que entenderemos como manifestaciones de tipo ansiosas, del ánimo y problemas relacionados a malestares fÃsicos o somatizaciones, como dolores de estómago, cabeza, mareos, palpitaciones, etc., causando daños al individuo que las padece.
Los fenómenos internalizantes encarnan una tendencia a vivir los descontentos de un modo mayoritariamente subjetivo. Estas alteraciones emocionales no afectan directamente el ámbito social, por lo que no siempre suelen llamar la atención de quienes cuidan o atienden a los niños, niñas y adolescentes.
Como es posible deducir, estas expresiones conservan un componente interno para quien experimenta estas formas de sufrimiento, ya que se sitúan en una dimensión intrasubjetiva que se expresa fundamentalmente a través de fantasÃas, pensamientos o ideas que se viven en la mente del sujeto, y que escapan a nuestra vista, a diferencia de los fenómenos externalizantes.
Si bien estas formas de malestar psicológico presentan señales, no siempre es fácil identificarlas, y en muchas ocasiones requieren de un trabajo más profundo de escucha para acceder a lo que el niño, niña o adolescente piensa, cree o siente.
Sin duda, en ambos casos nos enfrentamos a escenarios que ponen en riesgo la integridad fÃsica y psÃquica de los estudiantes, sus familias y la comunidad a la que pertenecen, pero ambas categorÃas guardan diferencias relevantes que requieren de un abordaje especÃfico.
Para la primera resulta evidente el malestar y los riesgos de su expresión, y en general, los establecimientos educacionales cuentan con protocolos estandarizados para la atención de estas situaciones.
Para la segunda categorÃa es requerido un trabajo distinto y sus riesgos se encuentran frente al desconocimiento de qué es lo que se manifiesta en ese mundo interno, el que en no pocas veces, genera formas de agresión contra sà mismos, expresadas de múltiples formas, que pueden ir desde el aislamiento, la tristeza, el rechazo activo a la alimentación, el uso de sustancias, las autolesiones, e incluso ideas o planes suicidas.
AsÃ, lo evidente de la agresividad externalizada nos alerta en su realidad irrefutable, haciendo indiscutible la necesidad de nuestra participación, carácter que hasta ahora, los fenómenos internalizantes no comparten.
La invitación a quienes dirigen establecimientos educacionales y sus profesionales del área psicológica, social y pastoral, si la hubiere, es a prestar especial atención a los estudiantes que parecen encontrarse en un espectro cercano a los fenómenos internalizantes, y aplicar medios de entrevista y pesquisa por parte del personal especializado, ya que asà como ha habido una clara evidencia de fenómenos externalizantes, no podemos confiarnos de que aquella agresión interna que no se aprecia fácilmente, no se encuentre generando daños en nuestros niños, niñas y adolescentes, para los que también necesitamos actuar a tiempo.