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Los fisgones que observan a la gran casa chilena el día antes de votar

Columna de opinión por Eduardo Gudynas
Miércoles 31 de agosto 2022 20:47 hrs.


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Todos conocemos a algún fisgón. Es quien desde afuera mira, por las ventanas o las puertas entreabiertas, hacia el interior del hogar. Es un entrometido, a veces un curioso obsesionado, que observa lo que ocurre dentro de una casa ajena. Si Chile es una gran casa, hoy está rodeada de fisgones que desde el exterior observan el tramo final de las campañas, debates, explicaciones, denuncias y aclaraciones, sobre una nueva Constitución.

Ha sido un largo camino, que de alguna manera comenzó con el estallido social de 2019. Todo cambió desde aquel momento. Las imágenes de un país donde casi nadie gritaba, policialmente disciplinado y políticamente conservador, se derrumbaron. Semanas después las calles estaban invadidas, los carabineros acorralados, los conservadores encerrados y los más pobres en las calles. Así como es indispensable recordar ese empuje también es necesario tener presente que el debate constitucional discurrió durante la pandemia por coronavirus.

Ahora, a pocos días de la votación, los fisgones apuntan a lo que pueda ocurrir en unos días. Pero cuando observamos por la ventana, el primer impacto es que unos pocos acumulan casi todo lo que hay dentro de ese hogar. El 1 % más rico controla casi la mitad de la riqueza chilena. Entretanto, unos 19 millones de personas están arrinconados en pequeñas habitaciones, muchos lidiando con la pobreza y otros sin adecuados servicios.

Asimetrías como esas sirven para entender el tono y contenido de algunas polémicas sobre la nueva constitución. Así se nutren los repetidos intentos para asustar, diciendo, por ejemplo, que el triunfo del Apruebo llevaría a expropiaciones o pérdidas de derechos, todo lo cual es falso. Le siguen las letanías economicistas alertando que el cambio constitucional provocaría una caída económica, se perderían empleos y espantaría a los inversores. Esos recitados son también exageraciones, y ocultan, pongamos por caso, que las empresas mineras son tan obsesivas con su ganancia que nada les asusta y hasta operan en países en guerra.

Cualquiera de esas oposiciones son esperables. La polémica ante un nuevo texto no solo es inevitable sino que es necesaria para poder explicar y sopesar sus nuevos contenidos, y fortalecer una apropiación democrática desde la ciudadanía. Entonces nadie debe sorprenderse que la derecha convencional ataque el nuevo texto, en unos casos por nostalgias con el orden pinochetista y en otros por entender que la nueva propuesta es muy radical.

Pero al fisgonear dentro de Chile, porque es necesario reconocer que apenas soy eso, otro fisgón, hay debates y posiciones que llaman la atención. Algunos reconocen que la Constitución de 1980 está políticamente muerta, pero rechazan la actual propuesta y plantean como solución relanzar un nuevo proceso constitucional. Quieren romper con el pasado, y lo dicen muy alto en la televisión y la radio, pero a la vez son temerosos de hacerlo, y sólo lo reconocen en voz muy baja. Es una actitud que en su desenlace regresa al país a la Constitución de 1980. Ofrecen una retórica florida pero que lleva a la inacción.

Otra de las circunstancias destacables fue la composición de la convención. La novedad estaba en que, por un lado había partidos políticos muy conocidos que quedaron en minoría, y por el otro lado, se contó con un numeroso contingente de convencionales independientes, muchos provenientes de movimientos sociales o grupos locales.

La izquierda siempre alentó la participación popular, y es por ello, que al fisgonear lo ocurrido en las últimas semanas, no se entienden posiciones como las del Partido Socialista cuestionando a esos convencionales, achacándoles responsabilidades por un texto final que consideraban deficiente y que llevaría al rechazo. Hay una contradicción fundamental donde la presidenta del Partido Socialista o bien no entiende el espíritu del socialismo (que le debería llevar a amparar la representación y delegación desde los movimientos sociales), o bien piensan cambiar el nombre del partido dejando atrás el calificativo socialista.

Pero ese caso, a su vez, ejemplifica otros tironeos constitucionales que también dejan enseñanzas. Es que algunas de las ideas más innovadoras fueron criticadas, reformuladas o anuladas por la derecha pero también por el progresismo. Un resultado estridente fue la incapacidad para completar una reforma sustancial del régimen en minería.

Siempre estará la pregunta si es una constitución ideal que resuelve todos los problemas. Pero la respuesta es sencilla porque debe admitirse que no lo es. Pero a la vez, esa es una interrogante insostenible, porque es obvio que habrá muy distintas interpretaciones sobre cuál debería ser ese texto ideal. Dando un paso más, debe reconocerse que el proyecto constitucional está repleto de novedades muy positivas. Entre ellas se cuenta un tipo de reconocimiento de los derechos de la Naturaleza, la apuesta por la paridad de género, apuntar hacia la plurinacionalidad e interculturalidad para reconocer autonomías para los pueblos originarios, y abrir las puertas a para dejar atrás la privatización de servicios como salud o educación, e incluso comenzar a revertir la escandalosa privatización del agua. Resuelve muchos de los problemas de la Constitución de 1980, abre las puertas a futuras legislaciones más avanzadas, y alivia múltiples presiones sociales.

Pero como todo buen fisgón, hay que reconocer que también hay contenidos que no comparto. Un ejemplo de ello es haber anulado a existencia de dos cámaras de legisladores, aunque reconozco que para sanear el funcionamiento y representatividad de una cámara de senadores y otra de diputados, sería necesaria una reforma electoral radical.

Como balance, observando el proceso en todo su despliegue, el saldo es muy positivo. Es notable que el estallido social pudiera encausarse en un carril democrático, y el país esquivara, por ejemplo una deriva bolsonarista. Logró encauzarse en redactar una nueva constitución, desechando otra que parecía eterna. La convención fue muy diversa, con destacada presencia de voces muchas veces excluidas, mantuvo su ritmo de trabajo (a pesar de la mezcla de desatención y hostigamiento del gobierno Piñera), y completó la redacción de un texto. Muchos tuvieron la intención, y en buena medida lo lograron, en ofrecer una constitución que asumiera las nuevas circunstancias del siglo XXI, como el papel de la mujer o la crisis ecológica, y que además buscara resolver problemas que se arrastran desde el siglo XIX, como la situación de los pueblos indígenas. Es por ese balance muy positivo por lo que muchos ahora miran a Chile.

Sean esos aspectos como otros comentados aquí, todos ellos resultan de la tarea del fisgón. Por ello, para ser serio, y como ocurre con muchos fisgones, posiblemente esté equivocado en varios asuntos. Así es que, en estos días, antes de ir a votar, porque no debe dejar de hacerlo, mire por sí mismo lo que le rodea dentro de la gran casa chilena, para así tomar su propia decisión.

Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES) en Montevideo; investigador asociado en el Observatorio de Conflictos Ambientales (OLCA) en Santiago.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.