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Año XVI, 19 de abril de 2024


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Mentalidad y cambios

Columna de opinión por Juan Avendaño Reyes
Martes 6 de septiembre 2022 12:09 hrs.


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Las pulsiones de la política chilena oscilan como una aparente montaña rusa a la luz de las definiciones electorales de los últimos 17 años. Hemos transitado por gobiernos socialistas, conservadores y progresistas, mezclado cada cual con Congresos que hacían contrapesos casi perfectos para impedir mayorías que permitieran cambios constitucionales profundos (2/3).

Lo menciono intencionadamente como una oscilación “aparente” porque es precisamente lo que quisiera destacar dentro de este análisis: los tiempos ciudadanos no conversan con las lecturas de la política tradicional. Este desfase ha generado un constante y permanente devaneo que termina complotando contra la propia clase política, incapaz en todos estos lustros, de poder generar proyectos de continuidad que permitan cambios sustantivos.

La reciente bofetada del triunfo del Rechazo es una muestra más de este columpio en el que se ha transformado la acción política. Lo interesante acá es descubrir si es que efectivamente esa sensación de movimiento es real, es decir la población chilena vota como las veletas del viento o simplemente responde a una cuestión más profunda y consistente.

Resulta evidente que en un análisis rápido a la reciente elección, hay muchísimas luces que nos indican la ruta que explica la derrota del Apruebo, que van desde los maximalismos inentendibles e indefendibles de muchos constituyentes durante el desarrollo de la Convención, hasta las paupérrimas y desorganizadas campañas en las que se contaron hasta 5 comandos diferentes y que nunca pudieron ponerse de acuerdo en la cuestión más mínima que era ganar una elección.

Pero en ese análisis quisiera detenerme en un factor que solemos pasar por alto y que es el que conversa con este bamboleo que sugiero al comienzo del texto: el elemento mayoritario que convoca a la sociedad chilena es la estabilidad financiera, cruzada con una altísima expectativa de lujo y confort en sectores poco acostumbrados a niveles de vida de alto gasto y consumo hasta fines de los años 90 y principio del 2000.

Buena parte del estallido social de 2019 es posible explicarla desde esta variante y no desde una corriente ideológica, como muchos en la clase política intentaron hacer ver. La explosión está, sobre todo, asociada al alto nivel de endeudamiento y el sobreconsumo de las familias, expresión propia de la desigualdad de nuestro sistema y que ha ido generando un choque de la realidad sobre las expectativas. Hay que agregar que los salarios más que insuficientes para el nivel de gasto que ofrece la sociedad chilena, terminaron generando un cóctel al cual sólo le faltaba una mecha para explotar, juntándose todo en una juguera de demandas históricas de movimientos sociales y políticos.

En ese momento, en el que más se necesitó de un Estado fuerte para sostener la demanda ciudadana que penetró en la clase media, terminamos dándonos cuenta que era absolutamente insuficiente e incapaz de dar respuesta a las grandes mayorías. Porque ha sido un Estado siempre enfocado en soluciones al quintil de menores ingresos, pero que es profundamente débil cuando tiene que atender requerimientos de familias con ingresos permanentes, pero que siguen siendo insuficientes para llegar a fin de mes. Esta es la gran derrota de la clase política.

Finalmente la ciudadanía termina preguntándose: ¿de qué me sirve el Estado si es incapaz de darme una buena vivienda, una buena educación y una buena salud? Cuestiones mínimas de la convivencia nacional.

Ahora bien, esta demanda está lejísimos de ser ideológica desde un punto de vista marxista. No es una lucha de clases, no se concibe el proletariado a sí mismo como un elemento atomizador y generador de revolución. Es una respuesta genuina, expresada probablemente a partir de lo que Chile ha construido con la política económica neoliberal de los últimos 40 años.

Roger Chartier, al analizar las razones que permitieron la Revolución Francesa, detectó que el elemento central anterior que permitió generar un proceso de cambio social profundo en la sociedad gala, se afincaba en la mentalidad. Entendida esta como el cúmulo de factores que permiten pensar que una determinada cosa o acción es posible de llevarla a cabo. La mentalidad social imperante en las y los franceses es lo que permitió que la sociedad generara los cambios necesarios. Habría que decir, en el caso chileno, que no existe posibilidad de un cambio de las dimensiones propuestas por la Convención Constitucional, porque sencillamente no existe una mentalidad imperante que lo permita ser pensado, imaginado y posible.

Esto explica que en el reciente Plebiscito en algunas comunas de menores ingresos la opción Rechazo haya logrado sacar ventajas de hasta 50 puntos porcentuales sobre el Apruebo. La cuestión allá no es cambio o no cambio, simplemente es asegurar una opción que garantice que el dinero va a circular, que la atención en el consultorio no va a ser peor de lo que ya es, que la vivienda que tanto cuesta conseguir no será más chica de lo que ya es, o más accesible para unos que otros o que se va a poder andar más tranquilos por las calles.

En otras palabras, el cambio que se propone desde la ciudadanía es, en realidad, una interpelación a la clase política. Al exigirle acuerdos que superen las barreras partidarias y logren confluir en el ritmo que ha transitado la sociedad en los últimos años: uno en el que se privilegia la estabilidad económica, el desarrollo equilibrado (no igualitario) y la garantía de la propiedad como elemento central de toda familia que se constituye.

Los partidos políticos de la centro izquierda deberán decidir si conversan con el pulso que ha marcado la política progresista en los últimos 10 años o bien asume la tarea e interpretar y conducir el proceso social. Nos guste o no, la mentalidad imperante nos obliga a hacer los cambios posibles en vez de los deseados.

Juan Avendaño Reyes
Jefe de Comunicaciones Partido Radical

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.