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Una izquierda que desprecia al pueblo no merece llamarse izquierda

Columna de opinión por Patricio López
Martes 6 de septiembre 2022 10:25 hrs.


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Si un pueblo opta por votar contra lo que supuestamente le conviene, el hecho se vuelve de la mayor importancia y debe llevar a una profunda reflexión, en especial de aquellas fuerzas que, se supone, están llamadas a representar y canalizar los intereses de los sectores desposeídos. Específicamente a quienes se autodefinen de izquierda. El análisis en lo coyuntural irá hacia las cosas que se hicieron mal en campaña, así como en lo estructural hacia la necesidad de una mayor politización y educación de la ciudadanía. Pero lo que no se puede hacer nunca es ningunear, o como se dice ahora, rotear al pueblo, especialmente cuando se hace desde un lugar donde no se tienen las mismas privaciones ni condicionamientos.

Hay personas que gracias a las oportunidades que han recibido pueden comprender mejor que otras el significado de conceptos de reciente aparición como la plurinacionalidad o los derechos de la naturaleza. Aquello es un privilegio y no debe convertirse en el menosprecio de los demás. Los datos del plebiscito nos muestran que en los sectores de ingresos altos –y consecuentemente de mayor educación- el Apruebo alcanzó casi el 40 por ciento, mientras en los sectores pobres obtuvo menos del 25 por ciento ¿A qué se debe esa diferencia tan sustantiva? Por alguna razón, muchas y muchos sintieron amenazada su identidad nacional chilena, asunto preciado transversalmente en esta sociedad. Asimismo, hubo otras que sintieron vértigo al encontrarse con una lista de derechos nunca antes vista y se asustaron.

Si alguien cree en las mentiras de su jefe, de la televisión o de un dirigente político y en función de eso toma sus decisiones electorales, entonces esa persona es una víctima y no una culpable. Una tarea noble, por lo tanto, sería trabajar para que los ciudadanos y ciudadanas, independientemente de donde nazcan, puedan ejercer su soberanía política de la manera más cabal posible. Pero ello también implica escuchar: lo que es importante para los progresistas que tienen todas sus necesidades básicas resueltas no necesariamente lo es para la clase trabajadora, para los pobladores o para los campesinos. Aquello no se hace sin presencia territorial, habida cuenta que las organizaciones de izquierda han ido perdiendo crecientemente su presencia en los sectores más desposeídos de la población.

Uno de los mayores riesgos para la izquierda es que se transforme en algo de buen gusto. Que así como a cierta edad se toman mejores vinos que los que se tomaban en la juventud con los amigos, ser de izquierda sea algo así como una señal de refinación que le permita a algunos iluminados entender, a diferencia del pueblo al que se le mira con desdén, por qué es importante el reconocimiento de los pueblos indígenas, los derechos de la naturaleza u otros asuntos que estaban considerados en esta propuesta de nueva constitución.

El modelo neoliberal no solo ha sido solo una manera de entender la economía y las instituciones, sino también un proyecto cultural que se ha vuelto hegemónico. Muchas personas, quizás la mayoría expresada en la votación del domingo pasado, se sienten identificadas con una vida cuyo progreso dependa de los esfuerzos individuales, aun cuando ellos mismos hayan tenido mala fortuna en ese propósito. Así las cosas, quienes se consideran a sí mismos progresistas y dicen adherir a valores diferentes a los recién mencionados tienen una tarea enorme por delante. Pero, por cierto, para empezar a acometerla se debe tener claro que una izquierda que desprecia al pueblo no merece llamarse izquierda.

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.