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Año XVI, 25 de abril de 2024


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Se cumple medio siglo del histórico discurso de Salvador Allende ante la Asamblea General de la ONU

La profundidad de ese discurso de hace 50 años, sin embargo, tocó puntos de trascendencia universal que siguen estando vigentes para Chile como para cada uno de los actuales 193 países miembros del organismo multilateral.

Luis Schwaner

  Martes 20 de septiembre 2022 20:49 hrs. 
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“Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi Patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”.

¡Cuánta verdad, pero también cuánta apreciación errada de la realidad en estas dos frases! Con ellas, el presidente de Chile, Salvador Allende, daba inicio -el lunes 4 de septiembre de 1972- a su histórico discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, “la tribuna más representativa del mundo, y el foro más importante y de mayor trascendencia en todo lo que atañe a la humanidad”, según sus propias palabras.

La profundidad de ese discurso de hace 50 años, sin embargo, tocó puntos de  trascendencia universal que siguen estando vigentes para Chile como para cada uno de los actuales 193 países miembros del organismo multilateral: la lucha por la liberación social, el esfuerzo por el bienestar y el progreso intelectual, la defensa de la personalidad y dignidad nacionales. Sólo que en ese tiempo y lugar, esto no era de todos los días. Sólo dos Estados en América Latina lo estaban intentando: Cuba y Chile, y en muchos sectores retardatarios surgía la falsa creencia de que el segundo se convertiría en un régimen similar al que imperaba en el primero. Percepción que no tomaba en cuenta ni las raíces de procesos históricos diferentes, ni el contexto de sus situaciones concretas de aquel momento y contingencia. Sensación insuflada artificiosamente por campañas del terror que llevaban a niveles de histeria a los grupos más desinformados, o más proclives ideológicamente al capitalismo y al liderazgo de Washington en el hemisferio, los que no sabían -o no querían- ver ni analizar que, detrás de aquella brutal deformación de la realidad, de aquel embate permanente, lo que había eran los grandes intereses de las pequeñas minorías criollas e internacionales.

Fue lo que Allende concurrió a denunciar en aquel foro mundial. Y tal vez casi a advertir, desenmascarando a los mercaderes del templo: “Modelo que va a producir mayor escasez de viviendas, que condenará a un número cada vez más grande de ciudadanos a la cesantía, al analfabetismo, a la ignorancia y a la miseria fisiológica. La misma perspectiva, en síntesis, que nos ha mantenido en una relación de colonización o dependencia. Que nos ha explotado en tiempos de guerra fría, pero también en tiempos de conflagración bélica y también en tiempos de paz. A nosotros, los países subdesarrollados, se nos quiere condenar a ser realidades de segunda clase, siempre subordinadas. Este es el modelo que la clase trabajadora chilena, al imponerse como protagonista de su propio devenir, ha resuelto rechazar, buscando en cambio un desarrollo acelerado, autónomo y propio, transformando revolucionariamente las estructuras tradicionales”.

Y no ocultó la verdad de lo que estaba sucediendo y que arrastraba el odio de los que, hasta entonces, detentaban el poder. Lo dijo claramente: Los trabajadores están desplazando a los sectores privilegiados del poder político y económico, tanto en los centros de labor, como en las comunas y en el Estado. Éste es el contenido revolucionario del proceso que está viviendo mi país, de superación del sistema capitalista y de apertura hacia el socialismo”. La denuncia de Salvador Allende continuó clara ante el mundo: “… no se trata de una agresión abierta que haya sido declarada sin embozo ante la faz del mundo. Por el contrario, es un ataque siempre oblicuo, subterráneo, pero no por eso menos lesivo para Chile (…) Nos encontramos frente a fuerzas que operan en la penumbra, sin bandera, con armas poderosas, apostadas en los más variados lugares de influencia (…) Somos víctimas de acciones casi imperceptibles, disfrazadas generalmente con frases y declaraciones que ensalzan el respeto a la soberanía y a la dignidad de nuestro país. Pero nosotros conocemos en carne propia la enorme distancia que hay entre dichas declaraciones y las acciones específicas que debemos enfrentar”, aseveró.

Denunció asimismo la “intriga política y cerco económico”, “la banca imperialista”, “el chantaje made in USA”, “la vieja agresión del imperialismo”, “el complot de las compañías multinacionales”, para concluir puntualizando: “Señores delegados: Yo acuso ante la conciencia del mundo a la ITT de pretender provocar en mi Patria una guerra civil. Esto es lo que nosotros calificamos de acción imperialista”, afirmó. Para continuar señalando el fenómeno de las corporaciones trasnacionales, cuyo peligro consiste -advirtió- en que se convierten en Estados dentro del Estado.

Y tras analizar crítica y detalladamente los complejos problemas que aquejaban al mundo de entonces (algunos de los cuales subsisten hasta hoy), el Presidente Salvador Allende concluyó diciendo ante los representantes del planeta: “Cientos de miles y miles de chilenos me despidieron con fervor al salir de mi Patria y me entregaron el mensaje que he traído a esta Asamblea mundial. Estoy seguro que ustedes, representantes de las naciones de la tierra, sabrán comprender mis palabras. Es nuestra confianza en nosotros lo que incrementa nuestra fe en los grandes valores de la Humanidad, en la certeza de que esos valores tendrán que prevalecer, no podrán ser destruidos.”

Apenas un año y una semana más tarde, su lucidez y su voz se apagarían en medio de las llamas del palacio de La Moneda. O tal vez eso creyeron, porque… habría de pasar medio siglo para que el presidente más joven en la historia de Chile inaugurara este septiembre su participación ante la Asamblea General de Naciones Unidas con la misma frase: “Vengo de Chile…”, en un nuevo gesto al Presidente mártir, a quien ya, desde los balcones del mismo viejo palacio de La Moneda, recordara el día de marzo en que asumió el mandato supremo que el pueblo le entregara: “Como pronosticara hace casi cincuenta años Salvador Allende, estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una sociedad mejor”.

Este 21 de septiembre, Gabriel Boric, el joven nuevo presidente chileno, rendirá homenaje al Presidente Salvador Allende a 50 años de aquel histórico discurso que estremeció a una Asamblea General desbordada por representantes de toda la humanidad. Y lo hará junto al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en el Instituto Cervantes de Nueva York, donde tal vez aún resuene aún el eco de la ovación más larga que se recuerde en la organización mundial. Aquella que, puesta de pie, se brindó a Salvador Allende y a lo que él encarnaba: la histórica lucha por llegar por primera vez al socialismo por la vía pacífica.

Pero también ese inacabable aplauso de 10 minutos fue para ese pequeño país al final del planeta, donde un pueblo llamado Chile había dicho ¡basta! y echado a andar.

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