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A 60 años del Concilio Vaticano II, Papa Francisco conmemoró aniversario histórico

En la misma Basílica de San Pedro que fue el escenario del Concilio que cambió a la iglesia católica, se efectuó una gran eucaristía para enmarcar la celebración de este hito que fuera preparado por el entonces Papa Bueno y hoy Santo, Juan XXIII.

Luis Hernán Schwaner

  Martes 11 de octubre 2022 17:31 hrs. 
Papa Francisco

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El Concilio Ecuménico Vaticano II. es el acontecimiento más relevante en la historia de la Iglesia católica del siglo XX. Y en lo que va del s. XXI. La Iglesia, por iniciativa de san Juan XXIII, convocó tres años antes -en 1959- a un Concilio para 1962, habida cuenta que sólo se han celebrado 20 concilios en toda la historia del cristianismo. El propósito era que la Iglesia se abriera al mundo, a los demás credos (ecumenismo), a todos los hombres y que lograra realizar un profundo y sincero examen de conciencia que le permitiera adaptar la presentación del Mensaje Evangélico a los tiempos modernos. El Concilio fue clausurado por el papa Pablo VI tres años más tarde, el día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 1965. El resultado fue amplio y exitoso: no solo participaron las otras iglesias cristianas, especialmente las ortodoxas, sino que el mensaje del Concilio abarcó todos los temas candentes en el mundo, desde la carrera armamentista y la mantención de la paz, hasta proclamar que la dignidad de todos los seres humanos en el mundo es igual ante Dios, sin distinción alguna, por lo que la Iglesia reclama el cumplimiento de los derechos humanos para todos.

De ese modo, la importancia del Concilio supuso la apertura de la Iglesia católica al mundo, pero no cambió los principios de la fe y el dogma. El Concilio cambió la forma para explicar la fe, intentando lograr que ésta fuese más comprensible para los seres humanos de mediados del s. XX. Y como se trataba de un Concilio pastoral, modificó la liturgia, modernizándola y empleando en ella la lengua propia de cada pueblo. Y llegó al punto de afirmar que la santidad no es cosa de obispos, o de religiosos, frailes o curas, sino que la santidad es cosa de todos y cada uno de los fieles que cumpla con los deberes cotidianos, con la familia y que mantenga buenas relaciones sociales, cualquiera fuese su condición, raza, lengua, oficio o estado. Es lo que se define como la “llamada universal a la santidad”.

En ella se realza el papel de los laicos y de los seglares en la Iglesia, otorgándoles un protagonismo que ya habían tenido en la época de los Apóstoles, pero que con el tiempo se había restringido prácticamente solo a los célibes, es decir, religiosos y religiosas. De tal manera que esta apertura a los laicos significó un importante florecimiento de instituciones y movimientos laicales a través del mundo, a la búsqueda de la santidad personal en su propósito de extender la presencia de la Iglesia entre todos hombres y mujeres a lo largo y ancho de la geografía mundial.

Además, el Concilio aprobó un documento de trascendental importancia: la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG), la indica un derrotero para lo que debe ser la Iglesia en tiempos modernos. Así, define a la Iglesia como un “sacramento o señal de la íntima unión con Dios” y con el género humano, reafirmando que la Iglesia es una institución jerárquica que tiene al Papa como cabeza y reafirmó también la infalibilidad de éste. Por otro lado, definió muy claramente lo que es el sacerdocio (mediador entre Cristo y los hombres, a través de la administración de los sacramentos, en especial la confesión y la Eucaristía). Este sacerdocio ministerial tendrá de ahí en adelante una especial vocación por el cuidado de los pobres a través de los sacramentos y de la palabra.

También el Concilio Vaticano II fijó el concepto de “Pueblo de Dios”, es decir, el conjunto de los fieles que peregrina, como un pueblo, a la morada del Padre: “Este pueblo tiene como condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo. Tiene por ley el mandato del amor, como el mismo Cristo nos amó. Tiene por fin la dilatación o ampliación del Reino de Dios… hasta el fin de los tiempos”, rezaba la mencionada Constitución.

Esta monumental reforma al interior de iglesia católica implicó el cumplimiento del precepto de defensa de los derechos humanos para todos. Y en Chile, la iglesia católica hizo suyo este predicamento bajo la presidencia del cardenal Raúl Silva Henríquez, quien formó parte del Concilio Vaticano II., especialmente con la creación de la Vicaría de la Solidaridad y la férrea defensa de la vida que llevó a cabo contra la dictadura cívico-militar.

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