Siempre existe la duda sobre la capacidad del reseñador de hacerle justicia a las ideas del autor referenciado; de haberlas captado correctamente, o de pecar de sesgo de confirmación al hacer paralelismos entre las ideas referenciadas y las construcciones mentales propias. El último romántico, del profesor Hugo Herrera, ayuda bastante a despejar esos temores, pues repasa de forma muy comprensible y completa las principales ideas del pensamiento de Mario Góngora.
Sin embargo, un sano temor intelectual persiste, pues interpretar las ideas de Góngora que el libro de Hugo Herrera, El último romántico, sistematiza, no es fácil cuando se forma parte de una tradición intelectual que se deja incluir dentro de lo que Góngora clasifica como “concepciones totales” o “planificaciones globales”. Aun así, la influencia del pensamiento posmarxista, de la tradición intelectual socialista, así como de la tradición nacional-popular en mi método de análisis, me lleva inevitablemente a identificar ciertas semejanzas entre mi propia formación ideológica y las ideas sistematizadas en el libro de Herrera.
De esta forma, para alguien cuyas aproximaciones teóricas son casi todas bebedoras del materialismo, resulta intelectualmente refrescante la riqueza con la que las palabras de Góngora se involucran en el “acontecer cósmico”. Porque si bien las vivencias que nos incorporan en este acontecer cósmico pueden tratar de ser entendidas a través de las variadas aproximaciones de corte materialista, quien las ha experimentado sabe que el análisis material de este tipo de experiencias siempre es deficitario para entender la profundidad que radica en las mismas. La invitación que realiza Góngora a “perder la imbécil gravedad, la preocupación de esquematizarlo todo […]” no es baladí.
En ese sentido, la metáfora posee la capacidad de suturar ese vacío en la comprensión que nos dejan las formas racionalistas y materialistas de entender la realidad. Es la metáfora, la experiencia estética y espiritual, la que permite comprender de mejor manera este acontecer cósmico en su profundidad. “El yo va allende sus límites sin perderse simplemente”. La inmersión en el acontecer cósmico no busca eminentemente escapar de la realidad, sino, podría decirse, profundizar en ella. La metáfora no maquilla la existencia, sino que es una herramienta necesaria para comprenderla.
Asimismo, resulta útil también, para desarrollar un análisis político más robusto, tener presente la tensión, planteada por Góngora, entre los polos ideal y concreto de la comprensión. Góngora en esto parece seguir a Carl Schmitt, cuyos textos aquél empieza a citar tempranamente ya en el alemán. La importancia de esa tensión radica en que su carácter es irreductible. En consecuencia, si la comprensión política tiende demasiado hacia alguno de estos polos, soslayando al otro, ella se vuelve miope.
Lo anterior es importante para quienes pertenecemos a tradiciones intelectuales que caerían en parte, como he indicado, en lo que Góngora denomina las “planificaciones globales”. Formas de comprensión política acentuadamente dogmáticas, de categorías demasiado rígidas y elucubraciones mentales poco situadas en sus contextos, pierden posibilidades de ser políticamente efectivas, pues caen presas de sus propias limitaciones ideológicas. En ese sentido, los cuerpos doctrinarios e ideológicos en los que nos apoyemos no pueden olvidar nunca el mandato de ser capaces de hacer un “análisis concreto de la situación concreta”. La rigidez intelectual de la deriva estalinista, las limitaciones evidentes de subjetivismo extremo que ha adoptado el identitarismo progresista, son dos ejemplos que, si bien muy distintos entre sí, ilustran bien los peligros de alejarse demasiado del polo concreto de la comprensión.
Por su parte, quien pretenda hacer política sin un necesario cuerpo teórico-ideológico, sin las categorías que ayuden a comprender una realidad compleja y cambiante, corre el peligro de verse superado por la coyuntura y sumido en la intensidad de lo concreto, perdiendo la capacidad de tomar la a veces necesaria distancia intelectual que posibilita la crítica y un análisis útil para orientar la acción política.
Como advertí al comienzo de esta reseña, no puedo evitar establecer paralelismos y un diálogo entre mi propia formación ideológica y ciertas ideas del pensamiento gongoriano que se repiten a lo largo de El último romántico. Al respecto, un breve comentario.
A riesgo de pecar de sesgo de confirmación, y pese a las posiciones influidas por la idea de un “orden natural”, así como por concepciones más bien orgánicas del cuerpo social que manifiesta Góngora, me da la sensación, al leer ciertas ideas que se repiten a lo largo del libro y de las obras de Góngora consideradas en él, de que existe en el pensamiento de Góngora y en el libro de Herrera una comprensión sobre la hegemonía, que, aunque no explicitada, sí se puede apreciar nítidamente. Un ejemplo de ello, es la idea de que “el orden determina la tierra y la tierra, a su vez, determina al orden”. El estudio sobre la relación entre “el orden social y la conformación de la tierra, vale decir, acerca de la manera en la cual el orden social incide en la configuración de la tierra, tanto la jurídica como la geográfica; y el modo en el que, de su lado, la tierra y sus características influyen en la conformación y en el desarrollo del orden social”, es, a mi entender, una forma de análisis sobre cómo las relaciones hegemónicas y las formas en que se articula lo social se manifiestan en los espacios que habitamos.
Siguiendo esa veta, el estudio de la “historia telúrica” por el que aboga Herrera interpretando a Góngora, puede resultar un complemento interesante de las ideas del geógrafo y urbanista David Harvey, y su estudio sobre cómo el proceso de circulación de mercancías y acumulación capitalista ha moldeado nuestros hábitats, tendiendo a una alienación masiva respecto de los espacios que habitamos. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en la segregación urbana, la construcción de ciudades que giran en torno al consumo y carecen de una adecuada oferta de actividades de recreación, esparcimiento y despliegue cultural y comunitario que no dependan del consumo de bienes o servicios en el mercado.
Otro indicio de un pensamiento con conciencia sobre el carácter hegemónico de la realidad social se aprecia en la idea de que “La mentalidad de una colectividad está en la base del orden social”; así como en la caracterización que se hace, en El último romántico, de la teoría política de Góngora, según la cual “él [Góngora] entiende a la política como un ámbito y una actividad marcados por los vínculos entre un grupo humano y las articulaciones mediante las cuales ese grupo se estructura y se le brinda, a él, expresión y cauce de despliegue. Desde un inicio, desde que la comunidad es humana y dotada, en consecuencia, de lenguaje, se trata de un grupo ya articulado en algún grado. El Estado, por su parte, si bien tiene para Góngora un carácter institucional que se manifiesta en funciones, reglas y principios generales, solo en un momento de decadencia se desata de su existencia concreta como organización vital y efectivamente realizada”.
Si la política es el campo en el cual se articula la comunidad humana, creo que esa articulación no será nunca el despliegue armónico o lógico de un determinado orden social-natural, sino que será siempre una articulación de carácter hegemónico. Siguiendo a Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, la hegemonía se puede caracterizar como un tipo de relación en la que lo social es producido como una totalidad universalizada. La hegemonía pretende constituir lo social como totalidad cerrada, “suturando” el carácter abierto de lo social. Pero nunca puede lograrlo del todo, pues la totalidad hegemónica está siempre imposibilitada por el carácter antagónico de la realidad social. Los intentos por construir una lectura totalizada de la realidad resultan finalmente siempre fútiles frente al peso de la contingencia y las distintas formas de procesar el conflicto que no logran ser subsumidas dentro del pretendido esquema total, y que, en último término, tienen la posibilidad de desafiar la hegemonía existente y fundar un nuevo orden político-social.
Para cerrar creo que es necesario decir que, frente a la crisis orgánica del régimen neoliberal, los esfuerzos, como el de El último romántico, por recuperar y debatir autores que entreguen luces sobre nuestra tradición republicana y político-institucional deben ser celebrados. Frente a la crisis de la racionalidad técnica moderna y las deficientes respuestas de los representantes políticos –de izquierda y derecha– del liberalismo realmente existente, es imperativo ahondar en el debate dentro del amplio arco republicano, nacional y popular. Por eso establecer un diálogo entre autores tan dispares como lo pueden ser Mario Góngora y la tradición intelectual socialista, me parece un ejercicio dialógico en el que vale la pena profundizar.
Jan Boelken
Derecho, Universidad de Valparaíso