Algunas de las discusiones en el Foro Económico Mundial de Davos (15-19 de enero) dejan en evidencia las cambiantes condiciones por las que las clásicas distinciones entre derecha e izquierda se desdibujan. Entre ellas, un contrapunto entre los argumentos de los presidentes Gustavo Petro de Colombia y Javier Milei de Argentina, lo deja en evidencia. La sociedad civil tiene la responsabilidad de rescatar esas diferencias desde una renovación de la izquierda.
Los entreveros en polémicas coyunturales contribuyen a entorpecer los análisis. Estamos frente a oposiciones de ideas que no siempre son sencillas de identificar, y que a la vez, tampoco es fácil responder ante ellas. Las distinciones clásicas en las concepciones de izquierda y derecha se desdibujan por momentos.
Varias lecciones sobre esas dificultades, sea en sus escalas globales como continentales o nacionales, surgen de examinar el reciente Foro Económico Mundial. Celebrado el pasado enero, en Davos (Suiza), contó con la presencia de más de 60 jefes de Estado y casi mil empresarios de todo el mundo, desde el primer ministro de China, Li Qiang, a los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y de Argentina, Javier Milei.
Entre los asistentes a esas conferencias y mesas redondas se detectaban distintas posturas. Algunos eran optimistas, avizorando una mejoría en la economía global y confían en que China resolvería su crisis financiera e inmobiliaria. Otros, más mesurados, seguían preocupados por la guerra en Ucrania y en Gaza, y sus repercusiones en el comercio y las economías desarrolladas. Entretanto, los técnicos del Foro presentaron su nuevo reporte sobre los riesgos globales, que una vez más fue contundente (1). En el período de diez años, los primeros cuatro riesgos planetarios son todos ecológicos (el primero son los eventos climáticos extremos, seguido por los cambios críticos en los sistemas de la Tierra, la pérdida de biodiversidad y el colapso ecosistémico, y la escasez de recursos naturales).
Amazonia, petróleo y finanzas
En tanto, los desafíos más importantes se deben al deterioro ecológico, uno de los eventos realizados en Davos fue particularmente relevante, tanto para Colombia como para muchos otros países. Es el caso de la mesa redonda sobre el futuro de la Amazonia, que contó con la presencia del presidente Petro, y la ministra de ambiente de Brasil, Marina Silva, y otros invitados.
En esa instancia, Petro volvió a defender la despetrolización del país y lo enfocó en la situación de la Amazonia. En sus aspectos generales esa ideaimplica abandonar la explotación de hidrocarburos, sea para la exportación como para el consumo interno. De hecho, el gobierno anunció que no contrataría nuevas exploraciones de petróleo, gas y carbón. El dejar atrás los combustibles fósiles usualmente es presentado bajo el rótulo de “transición energética”, y sobre lo cual hay diferencias en sus implicaciones y en su instrumentalización concreta, así como críticas o defensas que no siempre son precisas. En este artículo se deja de lado esa problemática en tanto fue abordada en otras ocasiones (2), ya que lo relevante aquí es que el presidente reconoció los impactos ambientales, tanto locales como globales, de persistir con una economía fósil. Sumó argumentos más allá de la economía convencional, como por ejemplo señalar que la “selva vale más que el petróleo” (3). Pero también advirtió que deberían asegurarse alternativas productivas para atender las necesidades de los amazónicos.
En cambio, el gobierno de Brasil no adhiere a esa idea. La ministra Silva reconoció las implicancias ecológicas positivas de una moratoria petrolera en la Amazonia, pero explicó que eso también depende de otras decisiones, tales como la política energética de Brasil y sus modos de entender la soberanía nacional, todas cuestiones que estaban más allá de sus competencias ambientales.
Lo interesante en ese intercambio fue que el presidente Petro asoció esa apuesta a la despetrolización con reformas en el financiamiento global. Repitió la noción de redigir parte de la deuda hacia la acción climática, y ahondó en ello abordando lo que se conoce como “riesgo país”. Recordemos que ese indicador pondera la capacidad de pago de un país de sus deudas. Si se estima que el deudor tendrá dificultades en hacerlo, los intereses se elevan, lo que se expresa con una calificación más alta. En ese cálculo se toma como referencia de riesgo cero a los bonos emitidos por Estados Unidos.
Actualmente, esa prima de riesgo está en el orden de 700 puntos para Colombia, lo que es más alta que, por ejemplo, la de Chile (en el orden de 150 puntos) o de Uruguay (la más baja de la región, ubicada por debajo de los cien puntos). En el otro extremo, la calificación de riesgo de Venezuela supera los 43 mil puntos, la de Argentina en el orden de los 2 mil puntos y para Ecuador los mil puntos. Esas son situaciones ya conocidas en América Latina, ya que varios países sufrieron por años calificaciones muy desventajosas que los dejaba atrapados en intereses muy costosos que se alargaban por años.
En Davos, Petro propuso reformular el uso de la calificación de riesgo país, de manera que esos intereses adicionales en lugar de ser tomados por el prestamista, se invirtiera en protección ambiental, transiciones energéticas o alternativas productivas. Mas allá de si será posible instrumentarlo, la propuesta fue audaz.
Es más, el presidente también acierta en su énfasis ambiental, lo que se corresponde con el informe de los riesgos globales presentados en Davos, así como con las advertencias de la academia. En esos mismos días de enero quedpó en evidencia el desarreglo climático ya que, por un lado se registraron records de frío en localidades del hemisferio norte y, por otro, fue el mes más caliente en comparación con la referencia (que remite al siglo XIX).
Es también apropiado sostener que las medidas ambientales ya son inseparables de cuestiones económicas y políticas internacionales, lo que hace que estén enmarcados en la institucionalidad y gobernanza de la globalización. Entonces es válido entender que la protección ambiental requiere cambios en los flujos internacionales de capital, lo que lleva a reclamar modificaciones en las reglas de financiamiento. Dando un paso más, eso también implicaría reconsiderar los roles de instituciones tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los fondos de inversión privados.
A tono con las confusiones actuales, no puede pasar desapercibido que los demás gobiernos latinoamericanos, ni siquiera aquellos que se identifican como progresistas, acompañen esos planteos. Ni Lula da Silva en Brasil o López Obrador desde México defienden como prioridad la despetrolización, y Luis Arce de Bolivia como Nicolás Maduro en Venezuela, por el contrario, buscan explotar más hidrocarburos.
La amenaza socialista
En el Foro Económico de Davos, casi al mismo tiempo, el nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, brindó una conferencia que comenzó con una dura advertencia: “Occidente está en peligro” al estar “cooptados por una visión del mundo que –inexorablemente- conduce al socialismo, en consecuencia a la pobreza”.
Milei, quien al igual que Petro es economista, desplegó una enérgica defensa de lo que describe como capitalismo de la libre empresa como la “única herramienta” para terminar con la pobreza. Explicó a los que estaban en Davos que ese tipo de capitalismo ha hecho que el mundo se encontrara hoy “en su mejor momento” y con la “mayor prosperidad”. Fiel a su estilo disruptivo, agregó que “el capitalista es un benefactor social que, lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general”, rematando que en “definitiva, un empresario exitoso es un héroe”.
Esa descripción de un paraíso capitalista es opuesta a los diagnósticos de muchos organismos internacionales, e incluso a los aportes del propio Foro Económico. Es además, una posición opuesta, ya desde sus bases conceptuales, a las que esgrimen otros presidentes, como oblicuamente expusieron los jefes de Estado de Francia y España en Davos, así como a las de Petro. Milei atacó la validez de la idea de justicia social, afirmando que en realidad no produce justicia ni aporta al bienestar general. En cambio, expresaría una violencia que limitaría la libertad, y lo explica diciendo que eso ocurre con la imposición de impuestos. A su juicio, de ese modo el Estado castiga al capitalista.
A pesar de tanta prosperidad, Milei insistió en advertir que las ideas socialistas están avanzando. Señaló que éstos abandonaron los modelos colectivistas y la lucha de clases para dedicarse a nuevos temas como “conflictos sociales”, el “feminismo radical” y la crisis ambiental. Rechazó esas cuestiones, y hasta parecía burlarse de algunas de ellas. Entiende que los “neo-marxistas han sabido cooptar el sentido común de occidente”. Sin embargo, en su análisis, el mayor peligro se origina entre los mismos capitalistas.
En efecto, eso se debería a errores en la teoría y la ambición de poder, que alcanzaría incluso a quienes describe como “nuestros propios líderes, pensadores y académicos”. En un giro sorprendente, Milei termina atacando a la teoría económica neoclásica. Dicho de otro modo, el Presidente argentino se coloca en un extremo tan a la derecha que las posturas neoclásicas que han dominado a la economía contemporánea las considera “funcionales” al socialismo.
A su juicio, Occidente se está doblegando, aceptando regulaciones en los mercados como subsidios, limitar los intereses o controlar precios, todo lo cual es intolerable por su capitalismo libertario. Llama a los empresarios a no dejarse amedrentar por la “casta política” o los “parásitos que viven del Estado”, ya que ellos son los reales benefactores sociales, ellos son los héroes.
Este breve recorrido muestra que las posturas de Milei no sólo contradicen al progresismo petrista, sino que incluso negaban los reportes sobre los riesgos globales del propio Foro Económico Mundial. También apuntaba en sentido opuesto a la propuesta de reformular el capitalismo que se defiende desde ese foro, la que incluye medidas tales como regular los mercados, despetrolizar las economías y estatizar sectores claves como la salud.
Es posible anticipar que como la postura de Milei es tan extrema hacia la derecha política, ese plan del “reseteo del capitalismo” de los empresarios y políticos en Davos se ubicaría a la izquierda. El desarreglo es tal, que el llamado de reforma de unos millonarios se asemeja a un progresismo moderado.
Las tribus de los economistas
Es oportuno sumar una nueva complejidad apelando a otro evento que tuvo lugar en Davos. En una mesa redonda disertaron Christine Lagarde, la presidente del Banco Central Europeo, y que antes fue directora del Fondo Monetario Internacional, Michael Sandel, un muy reputado filósofo político que enseña en la Universidad de Harvard, y Martin Wolf, el conocido columnista del periódico Financial Times. El tema que abordaron era “cómo creer en la economía” (o en los economistas) (5), y mucho de lo que allí se dijo está directamente relacionado con los dichos de Petro o Milei.
Lagarde, quien es abogada, sostuvo que los economistas constituyen una “tribu” que se citan solo entre ellos, y no ven más allá de su “mundo”. Considera que abusan de los modelos, y los que emplean no incorporan adecuadamente problemas exógenos, como ocurrió con la epidemia de coronavirus o con el cambio climático. Algunos problemas actuales, a juicio de Lagarde, no se pueden remontar apelando a la eficiencia del modo en que lo estipulan los economistas, y según ella eso es lo que sucede con el cambio climático. Los modelos convencionales brindan proyecciones desconectadas de lo que debía explorarse, y es por ello que Lagarde dijo que hubiera preferido también contar con epidemiólogos o climatólogos.
Sandel, quien es muy conocido por su ataque a las filosofías utilitaristas, retomó sus cuestionamientos al reduccionismo de mercado y a la globalización financiera. A diferencia de Milei, tiene una muy mala evaluación del proceso de mundialización reciente y demanda, a su manera, un regreso de la justicia social.
Ambas presentaciones, cada una a su modo, se oponían a un capitalismo desregulado. Siguiendo a Lagarde, los problemas actuales van más allá de la economía y no pueden solucionarse desde ese campo. Retomando a Sandel, la prosecución del beneficio individual es en su esencia injusta, y por lo tanto produce injusticias. Están, por lo tanto, a la izquierda de Milei, aunque una nota de precaución obligaría a preguntarse si eso convertiría, pongamos por caso, a la ex directora del FMI en una figura progresista.
Para hacer todo un poco más complejo, el moderador de esa mesa, Martin Wolf, es el autor de un reciente libro que aborda la idea del “capitalismo democrático” (6). Esa variedad de capitalismo es justamente la que desea implementar Petro, pero según Wolf, estaría agotada o fracasó. Un síntoma de ese derrumbe es que una persona como Donald Trump hubiese ganado la presidencia de Estados Unidos, lo que es análogo a la victoria de Milei en Argentina. Ante esto, alguien podría argumentar que Petro se aleja de la izquierda al esperar lograr un capitalismo que es añorado con nostalgia por uno de los promotores mediáticos de la globalización, como fue Wolf.
Muy a la derecha
Estamos en un nuevo contexto donde se aceptan y legitiman posturas políticas ciertamente de derecha, pero además ubicadas en un extremo anclado en el dogmatismo de concebir a cualquier otra posición como una amenaza. Esa es la posición de Milei, que seguramente alimentará una profunda crisis social y ecológica, con el riesgo de hundir a Argentina en un período de inestabilidad.
Esas posturas son tan extremas que las ideas de Petro, Lula e incluso las de los millonarios que desean resetear el capitalismo, quedan a su izquierda. Pero esa posición relativa de unos contra otros en el extremo político no hace que Petro, Lula o esos millonarios, expresen las ideas y aspiraciones de una izquierda política en sus sentidos de justicia social y ecológica. Eso no debe sorprender, ya que el examen atento, pongamos por caso, del programa del capitalismo democrático, encontrará que no expresa ni un socialismo ni un comunismo, y menos aún, una alternativa más allá del desarrollo.
Lo que está ocurriendo es que existe una deriva hacia la derecha, que no solamente se ha radicalizado, sino que se ha potenciado al contar con mayores respaldos ciudadanos. A sus ojos, cualquier llamado a intervenir en los mercados, a la acción estatal, o a la regulación de los mercados, es inmediatamente calificado como izquierdista. Como todo el espectro político se está corriendo tan a la derecha, aquellos que desean reformar el capitalismo para asegurar su viabilidad, son denunciados como izquierdistas, y se los ataca como si fueran radicales aunque en realidad son muy moderados. Dicho de otro modo, hay sociedades que se están escorando tan a la derecha que los pocos que no lo hacen son señalados como parte de la izquierda.
Resulta obvio que posiciones como las del progresismo actual son preferibles, e incluso un alivio, frente al extremismo de políticas como las que desea implementar Javier Milei. Del mismo modo, ante el dogmatismo autoritario de Trump, para muchos en Estados Unidos, Joe Biden era la alternativa necesaria. Pero eso no implica que Lula, López Obrador, Petro o Biden, sean la izquierda política que se ha reclamado desde las organizaciones populares.
Tampoco debe desatenderse que calificar a ese conjunto como si todos fuesen parte de una misma izquierda, deja por el camino advertir las diferencias que hay entre ellos. No se sopesa una heterogeneidad en los progresismos, que va desde la coparticipación con la centro-derecha en el gobierno Lula hasta los sesgos militaristas de López Obrador.
No debe caerse en apresuramientos ni en inmovilismos anclados en disciplinas partidarias que se contenten con calificar esas expresiones como la mejor manifestación de la izquierda latinoamericana, porque no solo desatiende esas diferencias, sino que además eso lleva al al estancamiento. Se desestima evaluar los desempeños, explorar temas pendientes, y apostar a la renovación.
Esta es una problemática compleja ante el petrismo, ya que sus propuestas están claramente a la izquierda de las nuevas derechas, pero también a las de los otros líderes progresistas. El ejemplo más claro es que sigue siendo el único que reclama la despetrolización. Eso ha hecho que algunos lo presenten como si fuese la única expresión de una verdadera izquierda continental. Sin duda se han dado pasos muy relevantes, pero como ya se indicó, el horizonte de cambio sigue enmarcado dentro del capitalismo. Siguen pendientes las reflexiones y ensayos para que, desde la justicia social y ecológica, sirvan para reformular los mercados, encarar la cuestión de la propiedad, e iniciar transiciones más allá del capitalismo.
Tampoco debe olvidarse que la extrema derecha de Bolsonaro en Brasil, o ahora Milei en Argentina, ganaron elecciones después de administraciones progresistas. Los progresismos en aquellos países no fortalecieron la reflexión propia, considerándose a sí mismos la única izquierda posible. Los reclamos de renovación fueron mal interpretados como críticas, y atrincherados, su desempeñó empeoró, y se generaron reacciones en su contra que la derecha supo aprovechar.
Si organizaciones ciudadanas, como grupos barriales, sindicatos o en las universidades, asumen que basta ubicarse a la izquierda de la extrema derecha, terminaría conformándose con reformular los capitalismos. El horizonte de los reclamos, las movilizaciones o las luchas se alcanzaría, pongamos por caso, con un Estado de bienestar. Se perderían muchas batallas, tales como la conservación de la Amazonia, lo que sin duda es imposible dentro de un régimen capitalista. Se configuraría una auto-limitación entre los actores populares y desde las organizaciones partidarias. Se debilitaría esa actitud crítica que es propia de la izquierda, que le obliga a repensarse y renovarse, desde América Latina y en el siglo XXI. Se perdería ese talante que siempre alimentó hurgar más allá de los simplismos para no quedar empantanada en los fetichismos.