“Qué vergüenza”, “cómo Chile puede caer tan bajo”, “IG de la flojita”. Eran los comentarios que invadieron las primeras notas que la dieron a conocer en Instagram. Llovía el domingo 26 de mayo, la Plaza Gwanghwamun, en Corea, cuando personas de todas las edades y ocupaciones se reunieron en pos de alcanzar eso que cada vez se aleja de lo elemental y va camino a ser una necesidad excéntrica o quizás el acto de más pura rebeldía contemporánea: no hacer nada.
Valentina Vilches, medico chilena residente en Corea desde hace dos años, se convirtió en la ganadora de la competición denominada Space Out, o como titularon los medios nacionales la mañana siguiente, “la competencia de no hacer nada”. Con esta traducción los clics estaban asegurados, pero la performace patentada en 2014 por la artista visual Woops Yang va más allá y nada tiene que ver con el supuesto culto a la vagancia que gratuitamente se le imputó en redes.
El concurso consistía en un ejercicio de relajación sobre un matt de yoga durante noventa minutos, de forma libre y con la posibilidad de cambiar de posición. La idea, explica Valentina, era mantenerse lo más tranquilo posible, y para eso, recuerda, “nos ponían un brazalete para medir la frecuencia cardiaca. Pero no te avisaban, podía ser en cualquier momento”.
Además, contaban también los votos de los transeuntes, quienes tenían la posibilidad de elegir a su favorito, y de los jurados que calificaban patrones como la postura, la expresión facial y hasta la puesta en escena.
“Uno puede ponerse disfraces o representar algo. En mi caso, puse mi delantal y mi fonendo frente a mí, como diciendo me saco mi uniforme de médico y me doy tiempo para descansar”, explica.
Sin expectativas de ganar, Valentina dice haberse sorprendido cuando quedó entre los diez finalistas. Incluso confiesa que estaba a punto de irse cuando escuchó su nombre. Horas más tarde, su historia se haría viral en Chile. Este año, además, defenderá su título en la edición internacional que se realizará en Hong Kong.
– ¿Cómo te has tomado todo este interés mediático?
No estoy tan acostumbrada a eso, así que fueron días con muchos estímulos. Yo nunca pensé que iba a ser tan viral, pero creo que también tuvo que ver con los titulares de enganche, “chilena que hace nada”. Pero por otro lado, estoy contenta con la oportunidad de que se den estos espacios para hablar de salud mental.
– Pasaste de ser la chilena que no hacía nada a tener una agenda muy agitada.
De hecho, ese día llegué a mi casa, me dormí a las diez de la noche porque estaba muy relajada. Desperté al día siguiente y mi celular explotó. Mensajes, notificaciones, seguidores, notas, entrevistas. Fue medio paradojal.
– Cuando vi los titulares, como muchos, tuve la sensación de que también podría ganar este concurso. ¿Es tan sencillo no hacer nada?
No es tan simple. Creo que a todos nos pasa que nos desconectamos un rato del teléfono, del computador y nos vamos al sofá, pero estamos pensando en que tengo que hacer la tarea, que tengo que entregar este informe, llamar a tal persona, hacer la comida de mis niños. No hay realmente un descanso activo. A todos nos cuesta desconectar la mente. Es más fácil poner a descansar al cuerpo, pero la mente es lo más difícil de parar.
– ¿Y esto tiene que ver con las lógicas de este tiempo o siempre fue así?
Me parece que es de la época más moderna, donde siempre hay que estar al ritmo de todo. Como que si uno se detiene siente que pierde el ritmo de vida, como que se atrasa y se queda detrás de los demás. Eso genera mucha angustia al descansar porque uno se siente poco productivo. Incluso viendo los comentarios de la gente a esta noticia, la mayoría se lo toma como algo extraño, qué raro descansar, cómo son tan flojos.
– Me da la impresión que incluso en el ámbito del ocio uno puede estar angustiado de perderse experiencias…
Quizás hasta uno se siente menos que los demás. Pero creo que es un miedo que se generó porque la misma sociedad tilda a esas personas de poco productivas. A la gente que está reencontrándose consigo misma, se les dice, cómo pueden estar así y no los encuentran normales. Es más normal estar ocupado, estresado, que vivir en equilibrio.
– Esta productividad excesiva, ¿tiene algún impacto en la salud física de las personas?
Claro. Lo más frecuente es que los pacientes lleguen a consultar por molestias físicas que usualmente son a raíz de algo mental. El cuerpo da señales, estamos más cansados, tenemos más sueño, dormimos más, estamos fatigados, tenemos dolores, síntomas gastrointestinales. Entonces, las personas llegan puntualmente consultando por eso, pero indagando más uno llega a la conclusión de que están estresados, que hay sobrecarga laboral, un episodio depresivo, etc.
– Siempre se pone a las sociedades asiáticas como las que tiene un ritmo acelerado de vida. ¿Es así realmente?
Sí. La gente sale muy temprano de casa y llega muy tarde. No es raro que uno vaya a su jornada normal y que el jefe te diga de un momento a otro, necesito que te quedes. Usualmente la gente se queda y es porque hay mucha jerarquía aquí en cuanto al trabajo. En Chile uno es más de decir, lo puedo ver mañana; es más fácil expresarse de esa manera, pero acá es todo más protocolar.
– ¿Y cómo te has adaptado a todo eso?
Afortunadamente no estoy inserta en esta sociedad de trabajo, porque me dedico a la telemedicina, pero sí lo estoy en la parte social, donde todo sigue siendo muy jerárquico. Para mí ha sido difícil porque me cuesta hacer amistades con personas nativas, porque si no eres de la misma edad siempre va a haber una diferencia, siempre va a ser tu hermana mayor, tu hermano mayor, una distancia marcada por la edad. En Latinoamérica es mucho más relajado, somos muy cercanos entre nosotros y es más fácil llevarnos con gente que no conocemos.
– El concurso parece ser una metáfora de la vida actual, pero siento que en el futuro será un acto rebelde poder desconectarse.
Creo que ya se está manifestando en el presente. Se nota mucho en las diferencias generacionales. Yo tengo 30 años y, desde mi generación hacia abajo, los jóvenes se toman el trabajo de forma más ligera. Entro a un trabajo y, si no me siento cómodo, renuncio. Eso a las personas de otras generaciones les choca. Dicen, cómo no puedes aguantar y les llaman generación de cristal, pero es porque están entendiendo que es mejor priorizarse ellos que a un trabajo que no lo va a hacer. Creo que eso es un acto bastante lindo, poder decir, no está bien aunque se haya hecho así por muchos años.