Como intelectual pública Gabriela Mistral escribió sobre el nudo violento que sacude nuestra lengua, cultura e identidad, tanto chilena como humana. A 51 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, su poesía nos da elementos sorprendentes preñados de futuro para acercarnos desde una perspectiva desconcertante a la matriz de violencia del horror. El poema Árbol muerto es un notable ejemplo.
Árbol Muerto
A Alberto Guillén
En el medio del llano,
un árbol seco su blasfemia alarga;
un árbol blanco, roto
y mordido de llagas,
en el que el viento, vuelto
mi desesperación, aúlla y pasa.
De su bosque, el que ardió, sólo dejaron
de escarnio, su fantasma.
Una llama alcanzó hasta su costado
y lo lamió, como el amor mi alma.
¡Y sube de la herida un purpurino
musgo, como una estrofa ensangrentada!
Los que amó, y que ceñían
a su torno en Setiembre una guirnalda,
cayeron. Sus raíces
los buscan, torturadas,
tanteando por el césped
con una angustia humana…
Le dan los plenilunios en el llano
sus más mortales platas,
y alargan, por que mida su amargura,
hasta lejos su sombra desolada.
¡Y él le da al pasajero
su atroz blasfemia y su visión amarga!
Para comenzar, este poema se refiere a la vivencia de la autora en el Sur del país. A Gabriela Mistral le tocó vivir en carne propia la barbarie de la quema de los bosques milenarios y el genocidio de la “pacificación” tanto en la Araucanía como en la Patagonia chilena, hechos descritos y bien documentados por militares, agentes del Estado y colonos. Recordemos que según la Convención para la Prevención y Sanción del Crimen de Genocidio el genocidio “Es un delito perpetrado con la intención de exterminar total o parcialmente a un grupo étnico, racial o religioso”. En este poema tomamos contacto con el horror de la aniquilación total propia del genocidio, a través de un lenguaje donde la humanidad y la naturaleza están íntimamente vinculados. En efecto, la poesía de la autora nos interpela sostenida y obsesivamente a pensar sobre lo diferente y como nuestra sociedad ha sido incapaz de convivir con ello, violentándolo y reduciéndolo a condiciones infrahumanas. Las palabras subrayan el dolor, la angustia y la tortura: hablan de quemas, llagas, mordeduras y aullidos, y pintan un paisaje horrorífico y pesadillesco. Apenas quedan rastros de vida: un árbol muerto, el viento que aúlla, un fantasma, y la estrofa ensangrentada de la voz testigo que canta el poema.
Ya el filósofo Patricio Marchant en su libro Sobre árboles y madres (1986) había advertido sobre la calidad anticipatoria de la poesía de Gabriela Mistral. Al leer Árbol muerto a la luz del 11 de septiembre tomamos contacto con esa calidad anticipatoria preñada de futuro que nos permite desde el presente abrir un espacio para habitar un pasado capaz de anticiparnos el futuro: “Los que amó, y que ceñían/ a su torno en Setiembre una guirnalda,/ cayeron…” . Cuando leemos estos versos se profundiza la experiencia anticipatoria de una manera misteriosa y sorprendente: ocurre una intensificación de sentidos desde el presente donde la guirnalda de copihues en Setiembre a la vez que apunta a la fundación de Chile y los símbolos patrios, también alude a la naturaleza, la vida y la primavera, a su vez que recuerda al pueblo mapuche y su tierra. Quedan ruinas, rastros de vida que “Sus raíces” –madres, esposas, hermanas, hijas, y familiares– “/ los buscan, torturadas,/ tanteando por el césped/ con una angustia humana”.
Conmemorar los 51 años del Golpe leyendo la poesía de Gabriela Mistral se convierte así en un acto no sólo estético, sino ético y político: abre una puerta desde una perspectiva que nos muestra al igual como “al pasajero” en el poema, tomar contacto con lo más oscuro de la historia y la sociabilidad de Chile, conjugando pasado, presente y futuro para que el horror nunca más se repita.