El pasado lunes, la investigadora Tu Youyou se convirtió en la primera mujer de China que recibe un premio Nobel en cualquiera de sus campos, además de ser el primer científico con esta nacionalidad al que se le otorga el preciado galardón.
De 84 años y formada en la Academia de Medicina Tradicional China, Tu Youyou comparte este año el nobel con el dúo de investigadores William C. Campbell y Satoshi Omura por sus avances en la lucha contra las enfermedades parasitarias, que en el caso de la doctora Tu Youyou se centraron en el combate contra la malaria, a través del descubrimiento –en 1969- de la artemisinina, un tratamiento que a la fecha ha salvado millones de vidas.
Antes que la doctora Tu Youyou, sólo once mujeres habían recibido este reconocimiento. Y a pesar de que los premios se otorgan desde 1901, hubo que esperar hasta 1947 para que el de Medicina recayera en una mujer. Incluyendo la premiación de este lunes, en sus distintos rubros el galardón ha sido otorgado 819 veces a hombres; 48 veces a mujeres y 25 veces a organizaciones.
Además de evidenciar la enorme brecha que existe en el reconocimiento a científicos y científicas, el premio a Tu Youyou marca además un hito ya que su trabajo se basa en la medicina tradicional china, que al tener una lógica distinta al método científico puro, que define las ciencias en occidente, no siempre es reconocida de este lado del mundo.
Esta noticia me recordó otra que leí hace un par de semanas. En La Paz, Bolivia, el cardiólogo Franz Freudenthal creó un dispositivo llamado Nit Occlud que se utiliza para sellar un “agujero en el corazón”, con el que algunas personas nacen y que complica seriamente su desarrollo. La mayoría de los oclusores estándar están hechos a escala industrial, pero la versión de Freduenthal se hacen tejiendo una sola hebra de un metal superelástica -utilizado en las industrias militares- y es tan pequeño e intrincado –de ahí su flexibilidad y efectividad- que es técnicamente difícil de producir en masa. ¿Cuál fue la solución del científico? Alistó un ejército de tejedoras artesanales tradicionales de Bolivia para hacerlos a mano. Al reconocer la experticia ancestral de estas mujeres, Freduenthal resolvió un desafío que ni la nanociencia había sido capaz de solucionar.
La medicina tradicional de los pueblos ancestrales, de cualquier parte del mundo, ha sobrevivido siglos de ensayo y error y ha permanecido viva gracias a la sabiduría, en la mayoría de los casos, de grupos de mujeres que han estudiado sus fundamentos, y la han aplicado silenciosa y eficientemente en sus comunidades. La ciencia occidental ha construido una manera de entender la ciencia bastante específica, con estándares y procedimientos que sin duda han sido eficaz en muchos sentidos, pero que al mismo tiempo que se ha vinculado con una industria –limitando con ello los avances de la ciencia a los intereses de los mercados- ha dejado fuera un mundo de conocimiento que se ha probado a sí mismo en su trascendencia.
La lógica de la ciencia basada en la abstracción, del sujeto racional y objetivo, y cuya garantía es el método científico se ha probado útil y también limitada, en distintos momentos de la historia. Mucho del discurso científico se ha construido desde el “dejar afuera” pensamientos divergentes, entre ellos los de las muchas mujeres que quisieron hacer ciencia desde otro lugar. En una época en que, como nunca, tenemos el privilegio del acceso a conocimientos diversos es buena señal que algunos estén comenzando a ver que hay más de una manera de acercarse a un problema, y que esa maneras pueden venir de lugares distintos, pero no por eso menos valiosos.