¿Existen dictaduras mejores y peores? Sin duda alguna. La dictadura de Ibáñez no fue igual a la de Pinochet. ¿Existen democracias mejores y peores? Sin duda alguna. La democracia actual de Suecia es muy distinta a la que existe en Chile.
Daniel Kahneman, el psicólogo que en 2002 ganó el Premio Nobel de Economía, acuñó el concepto de “la falsa ilusión del éxito”. Se trata del síndrome que tiene atrapada a nuestra elite política en su botella de cristal.
¿Cuáles son los incentivos que hoy tienen los partidos de la Nueva Mayoría para mantenerse fieles a la Presidenta? Ninguno. Es más, todos los estímulos apuntan a alejarse de ella y de su gobierno y tratar de salvar el propio pellejo. En otras palabras, los partidos están mirando hacia los comicios legislativos del próximo año. Y están actuando de manera acorde.
Los líderes de ultra-derecha occidentales comparten un discurso similar: están en contra de la globalización, la que en las últimas décadas ha pauperizado a las clases medias trabajadoras. Curiosamente, se trata de una visión que originalmente fue concebida por la izquierda. Entonces, ¿qué ha sucedido en los últimos años para que una causa “progresista” se transformara en una bandera electoral de la extrema derecha?
Ricardo Lagos es nuestro conde von Metternich, el diplomático austríaco que en 1814 presidió el Congreso de Viena para restaurar el viejo orden europeo que se había desmoronado tras la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Metternich, como Lagos, fue el estadista convocado para restablecer un pasado reciente de orden y sumisión de las masas.
El temor no verbalizado de la élite política es que la elevada abstención pueda resquebrajar el modelo político al restarle, en los hechos, toda legitimidad representativa. Peor aún para el orden establecido, una parte importante de esa abstención puede ser en realidad un voto político duro.
Las democracias representativas no establecen un quórum para legitimar sus resultados. Así, la abstención –alta o baja– solo debería ser tema por unas pocas semanas. Pero, ¿qué pasa con los resultados del duopolio?
Los actuales tambores de guerra, los ánimos de desafección, el auge del neo-nacionalismo, el descontento con la globalización financiera, la crisis global de refugiados, tocará más temprano que tarde a las puertas de Chile.
La rabia contra los gobernantes de las democracias occidentales florece por todos lados y a cada rato. Y da bastante lo mismo si esos líderes son de un partido u otro.
Después de que el movimiento ciudadano “No + AFP” movilizara a cientos de miles de personas durante este invierno, exigiendo el fin del sistema privado de pensiones, sus dirigentes todavía esperan una respuesta seria de la Presidenta Michelle Bachelet respecto de sus demandas.
Las ceremonias “republicanas” de estas Fiestas Patrias fueron una vez más una demostración del abismo que existe entre los representantes que dicen resguardar el patriotismo y La República de Chile, con lo que verdaderamente sucede entre la ciudadanía. Y, como siempre, nuestros gobernantes se prestaron servilmente para agachar el moño y rendir tributo a la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas.
¿Por qué Chile ha caído, una y otra vez, en esta trampa del exportador de materias primas? La respuesta más sencilla es: el rentismo de su élite empresarial y estatal. En efecto, mirado de manera fría, Chile es un país rentista, es decir, donde sus élites prefieren las ganancias seguras de hoy a la ganancias futuras que dependen de inversiones, innovación y –peor aún- de la movilidad social.