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La izquierda intrascendente

Columna de opinión por Patricio López
Domingo 17 de agosto 2014 10:03 hrs.


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Desde que la Unidad Popular fuera bombardeada, hace ya 41 años, las palabras “unidad” e “izquierda” nunca más se llevaron bien. Siempre ha habido razonables explicaciones para ello: la persecución de la dictadura, la renovación del socialismo, la caída del Muro de Berlín, el efecto del sistema binominal en los tres tercios históricos, la hegemonía neoliberal y así sucesivamente. Mientras tales acontecimientos retrasaban la rearticulación del sector, nuestro país se fue tiñendo de un sentido común neoliberal, hasta el punto que –sesgos en la encuesta CEP aparte- hay increíblemente un grupo de chilenos que prefiere pagar por la educación que recibirla gratuitamente.

Ya se sabe que contra tal paisaje, la gran disrupción han sido los estudiantes. Y cuando les preguntan a sus líderes del año 2011 cuáles fueron los motivos del éxito del movimiento, suelen enfatizar en la capacidad política de identificar nítidamente al adversario y las coincidencias propias, poniendo en el lugar subordinado que corresponde a las diferencias. Esa idea, en todo caso, no pareció permear a los referentes políticos formales: dos años después, cuatro candidatos autodenominados de izquierda concurrían a la elección presidencial, sin que ninguno saliera de la barrera del 10 por ciento y lograra pasar a la segunda vuelta. Peor que eso: una abstención de más de seis millones de chilenos hablaba de una gran y mayoritaria orfandad política en el país.

Durante los últimos meses, y mientras el país discute la posibilidad de avanzar en reformas estructurales que superen la institucionalidad de la dictadura, se han dado a conocer una serie de documentos, congresos, nuevos partidos y fundaciones en la izquierda chilena, todos los cuales aportan con interesantes diagnósticos sobre el presente político y sobre su contribución a él. Sin embargo, y habidas excepciones, la mayoría de esos esfuerzos han circulado en ámbitos restringidos e ilustrados, convocando a unos pocos y sin hacerse la pregunta sobre la profunda desconexión que sigue existiendo entre las movilizaciones sociales y los referentes políticos formales. Como si hoy en Chile fuera preciso ser culto para ser de izquierda.

Hoy la izquierda reflexiona, escribe, se reúne y a veces baja a las universidades, pero no le alcanza para llegar a la calle. Está en Ñuñoa, pero no en las poblaciones. A pesar de que es en esos lugares, donde transcurre la vida cotidiana, de donde han surgido las reacciones a los efectos del neoliberalismo, que no se traducen en posiciones ideológicas demasiado articuladas, sino en constataciones: la educación es cara y mala, la salud y el transporte público también, las ciudades son poco amables, las empresas abusan de los consumidores, las condiciones de trabajo no son dignas, el endeudamiento aflige y los sueldos son bajos para la gran mayoría de la población. Esa es una realidad mayoritaria, pero la izquierda no lo es.

En otros países de América Latina, las reacciones sociales a la década neoliberal (los Noventa) terminaron traduciéndose en que nuevos referentes y líderes llegaran al poder. En Chile la explosión se produjo con diez años de atraso, pero aún no se ve con claridad en el horizonte que ese proceso pueda articularse en una mayoría política y culminar en La Moneda. Si es más claro que, en estos primeros meses, el gobierno de la Nueva Mayoría ha mostrado sus límites a quienes creyeron que en él podrían encarnarse las aspiraciones de cambio de la ciudadanía.

Hoy, urgentemente, se requeriría una voz clara de la izquierda para dos aspiraciones irrenunciables: la profundización de la democracia y la justicia social. No solo en la retórica, sino en el debate contingente. Pero tal sector no participa, y no puede culpar solo al bloqueo mediático, de los enormes alcances de la reforma tributaria, la reforma educacional o la reforma al sistema binominal. Por poner un solo ejemplo, en este último tema se ha instalado sin resistencias la idea de que la reforma electoral por sí sola supone profundizar la democracia, sin que haya una voz política clara que plantee que el verdadero cambio radica en la Constitución.

La izquierda no puede pretender hacer política omitiéndose de estos debates. Ni puede desconocer que la crisis de representación política también le afecta, aunque no haya estado en el poder. O precisamente por eso. Porque mientras la derecha y sus medios satanizan la “política de la calle”, la izquierda no está haciendo ningún esfuerzo significativo por comprenderla y representarla, más allá de las consignas. Lograr tal propósito no solo supone dar a luz a nuevos documentos y referentes, sino que especialmente superar una cultura política sectaria ¿Cuántos grupos tiene la izquierda chilena? ¿Cuántos tienen más de cincuenta o cien militantes? ¿Cuánto tiempo le dedican a distinguir los matices del rojo, y cuántos a la construcción unitaria? ¿Qué esfuerzos se hacen, más allá de llamar a los convencidos de siempre, por circular por las venas de la sociedad neoliberal?

Mientras no se hagan esas preguntas, seguirá resonando en los oídos el verso de Redolés: y la viejita se preguntaba ¿cuándo llegará el socialismo?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.