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¿Reconciliación?

Columna de opinión por Wilson Tapia
Lunes 22 de diciembre 2014 9:03 hrs.


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A veces, los términos que utilizamos para las acciones cotidianas no pueden usarse en las relaciones entre Estados. Limitación que es especialmente válida cuando se trata de naciones de poder tan disímil como la primera potencia militar del mundo y una pequeña isla del mar Caribe. Sobre todo que, en el caso entre Cuba y los Estados Unidos, volver a las relaciones anteriores al distanciamiento significaría tratar de retrotraer el tiempo a una época -hace seis décadas- en que la isla caribeña era una especie de casino privado de magnates norteamericanos. Por lo tanto, lo que hoy habrá que preguntarse es: ¿Cuáles son los beneficios que logran los dos países al normalizar sus relaciones?

En el caso de los Estados Unidos, la respuesta surge por el lado de la imagen internacional. Una imagen bastante deteriorada por acontecimientos que se vienen sucediendo desde hace varios años y que redundan en un daño, tal vez irreparable, a la coherencia democrática de Washington. Entre los casos que se podrían citar: las cárceles secretas que mantenía en Europa, el espionaje telefónico a dignatarios de países amigos, las torturas aplicadas por la Central Inteligence Agency (CIA) a personas sospechosas de ser terroristas, la ocupación de países de manera unilateral o con el apoyo de coaliciones internacionales realizadas ad hoc supuestamente para imponer formas democráticas con resultados a menudo desastrosos -Afganistán, Irak, Libia-, el uso de fuerza excesiva contra civiles en territorios ocupados. Todos elementos que no ayudan a dar solidez a la política que los Estados Unidos sigue respecto de Rusia por el caso de Ucrania. ¿Un país que mantiene a una isla bloqueada desde hace casi 60 años, tiene estatura moral para predicar procedimientos democráticos y de convivencia internacional sanos?

Además, una apertura hacia Cuba dará más fuerza a políticas orientadas hacia América Latina. Cuestión nada desdeñable, sobre todo ahora que los polos de contradicción se han abierto y suman fuerzas importantes como Brasil, séptima economía del mundo.

Sin duda, el presidente Obama está jugando una carta que le puede dar un espacio en la historia de su país. Ubicarlo en el nuevo escenario mundial, aggiornando su postura en un área en que Washington es especialmente renuente a marchar con los tiempos. América Latina ha sido, y sigue siendo, su patio trasero y es tratada como tal. Y en una economía globalizada como la actual, eso puede significar amenazas serias para grandes negocios. Es el caso, por ejemplo, del canal interoceánico a construirse en Nicaragua. La mega obra se haría con capitales chinos.
Restablecer las relaciones diplomáticas entre EE.UU. y Cuba involucra un proceso largo. Y otra cosa será eliminar el bloqueo económico que tanto daño ha hecho a la economía isleña. En esa área tiene mucho que decir el Partido Republicano, que domina la cámara alta norteamericana, y que ya ha manifestado, vociferante, su desacuerdo.

A Cuba, el restablecimiento de relaciones le puede significar un respiro para su maltrecha economía. Sobre todo en este momento en que, a nivel global, los índices económicos están deteriorados. Y las naciones que alguna vez fueron sus puntales -la Unión Soviética y Venezuela- o desaparecieron o se encuentran inmersas en situaciones complejas.

Para quienes esperan que el restablecimiento traiga aparejada la democracia representativa con las características que la distinguen en Occidente, el paso puede resultar un tanto decepcionante. Es posible que Cuba se acerque más al modelo impuestos por los chinos: capitalismo económico, manteniendo el esquema político de la democracia popular socialista, con un Partido Comunista definiendo los asuntos esenciales.

Las repercusiones en América Latina serán más colaterales que determinantes. Para quienes creen que el restablecimiento significa el aislamiento total de Venezuela, la realidad puede sorprenderlos. Entre otras cosas, porque si Caracas contara sólo con el respaldo cubano, su posición sería mucho más débil de lo que es. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) es una realidad que no debe desconocerse ni despreciarse. Tal entidad está integrada por Cuba, Venezuela -sus creadores-, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Antigua, Barbuda, Dominica y San Vicente, Las Granadinas, Santa Lucía, Surinam y Haití. Recientemente han solicitado su ingreso Granada, Saint Kits y Nevis. Guste o no, este conjunto de naciones pesa en las decisiones de organismos multilaterales, como las Naciones Unidas.

Mientras los entendidos hacen sesudos análisis de este acontecimiento político, las redes sociales lo ubican en lo cotidiano. Una foto de época muestra a Fidel Castro conversando con Ernesto Che Guevara. Este último le pregunta a Fidel:
-¿Crees que alguna vez puedan reanudarse las relaciones con Estados Unidos?

-Mira, chico -le responde Fidel- para que eso ocurriera tendrían que suceder cosas tan extrañas como que en Washington hubiera un presidente negro y el papa fuera argentino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.