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¿Cuánto vale la vida de una mujer?

Columna de opinión por Paula Campos
Jueves 7 de abril 2016 13:42 hrs.


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Con estupor vemos el “Fallo de Ovalle”. A la ya horrible noticia de conocer cómo una mujer más es violentada dramáticamente por su pareja, debemos sumarle la inédita decisión judicial que pone como “atenuante” de la causa la infidelidad de la víctima.

Sí, leyó bien: “atenuante” de infidelidad. Porque después que Marco Antonio Olmos Barrera golpeara en el cráneo (hasta la fractura) e hiriera con unas tijeras de podar el cuello y cabeza de su esposa, el Tribunal Oral en lo Penal de Ovalle aceptó la posición de la defensa y rebajó la pena para el homicida frustrado, considerando la infidelidad de la mujer como una razón de peso para justificar el estado emocional del agresor.

La decisión unánime pone a la víctima en el lugar del victimario. Tuerce el sentido común. Reivindica los golpes hacia las mujeres, no importando si éstos la pueden llevar a la muerte. Además, judicialmente, permite que el responsable del ataque pase sus cinco años de condena sin cárcel efectiva.

Por estos tres párrafos escritos vale la pena preguntarse ¿En qué estaban pensando esos jueces?, ¿Con qué criterio se validó la tesis?, peor aún ¿cuánto vale la vida de una mujer?

¿Menos que un robo con intimidación?, ¿menos que un “portonazo”? Esa es la reflexión que queda después de una escena como la vivida en el norte del país. O también es válido pensar que los delitos contra la propiedad privada nacen impulsados por una necesidad o carencia que el Estado no ha sabido satisfacer. Sería loco pensar a un juez diciendo “robó porque no tuvo educación suficiente para optar a mejores condiciones”, pero no es absurdo decir “obró por estímulos tan poderosos que naturalmente le hayan causado arrebato u obcecación, toda vez que de la prueba testimonial aportada se desprende que en el momento previo a la agresión se había develado la infidelidad de su cónyuge, con quien estaba casado hacía 15 años y mantenía dos hijos en común”, tal como señala la sentencia.

A otro lado con la canción de que estos argumentos nacen del feminismo creciente y descontrolado de todas las féminas de este país. No. Las quejas, los gritos, los carteles y las marchas surgen de la injusticia, del NO poder, NI querer entender por qué el nacer mujer nos suma de inmediato, casi como si la biología lo determinara, el tener que cargar con la injusticia de un mundo desigual, donde nos pagan menos por hacer la misma pega; donde nos exigen lucir bien, más que darle crédito a nuestros estudios; donde nos violan argumentando que nuestro vestido es muy corto; donde nos jubilamos con una miseria porque es nuestra culpa embarazarnos; donde nos matan “o casi matan” por ser infieles.

Basta de argumentos patriarcales para defender los privilegios masculinos. Acabemos de una vez con el poder desmesurado que los hombres tienen sobre nuestros cuerpos, pero hagámoslo todos: hombres y mujeres. La tarea de construir una sociedad más justa no solo es nuestra, sino de todos los que creemos en la democracia, en la tolerancia y el derecho a vivir en una sociedad justa, donde mi hija, mi madre, o yo, no tengamos la posibilidad de cruzarnos con hombres que validan los golpes; o jueces que los defienden, asegurando –nuevamente- como un mantra histórico, que la culpa es de quien tiene vagina.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.