Estos últimos años son suficientes para abandonar la idea de que en la institucionalidad vigente vamos a superar las graves injusticias y discriminaciones que afectan a la gran mayoría de los chilenos. Es preciso que la movilización social recupere la fuerza que siempre demostró en la historia para alcanzar los cambios. La consolidación de nuestra soberanía financiera y económica, la conquista de trabajo y salario justo, el acceso igualitario a la educación, entre tantas otras demandas, no van a derivarse de una institucionalidad autoritaria y excluyente, de un parlamento ilegítimo en su composición, en el enseñoramiento de los poderes fácticos y con políticos arrodillados ante los propietarios del dinero, la arrogancia militar y la corrupción de los partidos.
Las campañas electorales nos ofrecen superar la escandalosa inequidad, promover reformas democráticas y acabar con lacras como la delincuencia. Sin embargo, nuestro crecimiento es más que discreto; la cesantía casi llega al 11 por ciento, los niveles de sindicalización y participación ciudadana no prosperan. Así como la violencia y el crimen organizado desafían la tranquilidad de ricos y pobres. Para colmo y, pese a la crisis, los bancos y empresas extranjeras recaudan en nuestro territorio las más pingües utilidades del mundo.
Con más represión y ley antiterrorista se reprimen las justas demandas de los pueblos indígenas y con una tajada grosera del presupuesto de la nación y de las exportaciones del cobre se complace a los uniformados. Todo esto, mientras los hospitales se desquician por falta de recursos, las escuelas públicas se desmoronan ante el paso del tiempo y la convivencia nacional se deteriora cada día en las abismantes desigualdades. Para acotar más todavía nuestra precaria participación ciudadana, en el Congreso está lista una disposición para consagrar el voto voluntario y el gobierno renuncia o deja para la próxima administración las reformas prometidas al mundo laboral. En el ánimo cierto de no intranquilizar a las cúpulas empresariales y estimular sus aportes al financiamiento electoral.
Los candidatos, en fila, han ido a exponer sus intenciones ante los empresarios, el Ejército, la jerarquía eclesiástica y estas curiosas entidades que le han arrebatado a la autoridad intelectual que antes tuvieron. Nos referimos a esas llamadas “think tank” financiadas desde el extranjero o por aportes empresariales oblicuos que determinan lo “políticamente correcto”, manipulan los sondeos públicos y determinan desde los medios de comunicación qué candidatos están dentro del “establishment”, cuáles se sitúan en una posición díscola sin mayores riesgos y a quienes simplemente conviene ignorar. Total, entre la dictadura y esta post dictadura no ha habido mayores cortapisas a su propósito de que todo se mantenga igual, Chile sea la copia feliz del modelo neoliberal y nuestros gobiernos se mantengan como hijos dilectos de la Casa Blanca, el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones extranjeras en la que van a descansar o reciclarse nuestros ex ministros de Hacienda y grandes ejecutores de este milagro chileno que hace a los ricos cada vez más ricos y a los pobres se los engatusa con farándula televisiva y uno que otro bono para consumir en fechas onomásticas.
No quisiera dejar la idea de que todo está perdido y que la próxima contienda electoral nos espera más de lo mismo. Hay que celebrar algunas saludables rupturas, candidatos que desordenarán la repartija de escaños en el Congreso y abren posibilidad de que se consoliden, desde la izquierda, nuevos e indispensables referentes. En la condición humana, no hay que descartar, incluso, que candidatos multimillonarios se resuelvan ahora a repartir más desde el Estado a los pobres. Otros que, a la luz de su dilatada trayectoria en la política, se animen a ponerle término a tanta corrupción, cuoteo, como aquellas prebendas que también los favorecieron. Quizás si alguien nos brinde alguna sorpresa ya instalado en La Moneda o el Parlamento. Todo es posible. Pero ningún cambio será sólido si el pueblo sigue esperando un milagro o un mesías que nos conduzca a la tierra prometida… El desafío será siempre consolidar poder social, alentar la movilización, sobrepasar el orden vigente y reconocer como líderes a los que están dispuestos a obedecer los anhelos del pueblo. A ser mandatarios, más que sus gobernantes.