En Chile se está dando un incipiente debate, muy primitivo aún, acerca del tipo de ciudades que queremos. Aún falta que las autoridades políticas se den cuenta que fenómenos como la exclusión, la delincuencia, la inseguridad, el narcotráfico, tienen un importante grado de explicación en la ciudad segregada que estamos construyendo.
Lamentablemente esta campana presidencial todavía no toma con fuerza esta discusión, pese a que dos de las candidaturas (la de Frei y la de Arrate) lo manifiestan en sus discursos y en su propaganda. Sin embargo, no hay un cuerpo ideológico que refuerce una tan necesaria reflexión y propuesta de política pública respecto de la ciudad.
No basta con que una de las candidaturas sostenga que la delincuencia se debe a la ciudad tan segregada que estamos construyendo. Ni que otro candidato sostenga que en su gobierno la ciudad será de los ciudadanos y no de las empresas inmobiliarias.
Este debate se debe colocar como una de los ejes neurálgicos de las presidenciales, ya que sin una ciudad equilibrada, ya que sin un desarrollo regional equilibrado, no hay democracia posible, ni política social eficiente.
Ocurre que cuando algunos actores preocupados del tema, entre los que se incluye esta radio y específicamente este comentarista, plantean que es necesario un mayor diálogo entre los distintos actores, surgen voces que plantean, con algo de razón, que cualquier artificialidad que se introduzca en la construcción de la ciudad, hará mas ineficiente este proceso.
Es decir, que si se introducen nuevas exigencias respecto a la creación de espacio público y a la localización de las viviendas sociales, pueden aumentar los costos de construcción a las inmobiliarias y a la banca. Lo cual podría desalentar el ímpetu que tiene la actividad de la construcción. Reitero que algo de razón tienen los que de esa manera reaccionan. Pero, debemos acordarnos que los pobres también son habitantes de la ciudad.
Por otro lado están aquellos que sostienen, también con algún grado de razón, que el sector privado sólo se lleva las ganancias, dejando externalidades insoportables dentro de la ciudad, que gravan a la inversión pública y afectan a los sectores más pobres.
Lo que subyace detrás de estas posiciones encontradas es que la aspiración para la construcción de una ciudad más equitativa, sería contradictorio con las ganancias del sector privado.
En lo personal pienso que, si bien ambas posiciones tienen algún grado de razón, creemos que es posible compatibilizar estos intereses. Es decir, es posible la construcción de una ciudad más justa, bella y equitativa, con las legítimas ganancias de la banca, las empresas constructoras e inmobiliarias.
Para ello es fundamental el acuerdo y trabajo conjunto del sector público, la empresa privada y la población organizada. Creemos que si este trabajo conjunto no surge de una ley específica, debería ser producto de la iniciativa de alguno de estos actores.
Mientras esperamos que se produzca este acuerdo espontáneo, o que llegue una ley, la ciudad se deteriora y se hace más difícil su gestión.
Recuerde que esta es una tarea de todos, incluyéndonos.