Del dicho al hecho

  • 01-11-2009

No recuerdo quien me contó ese chiste acerca del campesino en un país de lo que se conoció como la Europa Socialista. El jefe local del partido le pregunta qué haría si tuviese una enorme cantidad de dinero, a lo que el campesino responde que lo entregaría a la colectividad para mejorar el poder adquisitivo de todos los camaradas. Cuando el jefe le consulta por lo que haría si tuviese una mansión de cuarenta habitaciones, contesta que también la cedería para ayudar a superar los severos problemas de habitación en la zona. Sin embargo calla cuando el funcionario le pregunta qué haría si tuviese veinte gallinas. Ante la duda, sorprendente en vista de las respuestas anteriores, el jefe insiste. “Es que las gallinas las tengo, compañero”, responde el campesino.

Si bien la historia tenía cierto éxito como chiste, siempre me dejó un gusto amargo. Y no debido a la caricatura que contienen la mayoría de los chistes (piense en los de gallegos o los de rubias, por nombrar dos modas recientes), sino más bien a la desconfianza en la bondad de la gente: seríamos intrínsecamente egoístas. Más aún seríamos mentirosos, pues sostendríamos una actitud genéricamente altruista que ocultaría otra – opuesta – al enfrentar una situación real. Me imagino la desazón que este tipo de historias causa en quienes predican el amor al prójimo, o el cariño a la familia, o la amistad. Gran cantidad de señales, sin embargo, sugieren que esto bien podría ser una forma de mirar la vida propia de un sector político abrumadoramente dominante hoy en nuestro país.

La distancia entre lo dicho y lo hecho puede ilustrarse de muchas formas, aún sin acudir a la más obvia en el último cuarto del siglo XX chileno: el intento de destrucción de la democracia y la libertad en nombre de la democracia y la libertad. Elijo un ejemplo reciente; en el primer decenio de este siglo XXI se nos predicó desde el ministerio del ramo primero y desde la presidencia luego, que se modernizaría el transporte colectivo de superficie en un gran plan prioritario de incentivo del transporte público y desincentivo del automóvil. Mientras tal cosa se decía, asignando cifras despreciables a su diseño e implementación, se gastaron dos mil millones de dólares en la construcción de autopistas urbanas que hoy permiten el acceso muy rápido desde el barrio alto al aeropuerto de Santiago. El subsecretario de la época llamó a este desarrollo vial el “complemento” del plan prioritario, cuyos desastrosos resultados usted conoce tan bien como yo. En nombre de la mayoría se favoreció a una minoría de altos ingresos.

Pareciera que esta forma de mirar las cosas ha permeado con fuerza hacia todos los estratos de la población, de forma tal que el engaño ha pasado a formar parte del “mercadeo” individual. Basta que un individuo engañe y alguien aplauda este rasgo emprendedor para que todos sientan que deben comenzar a venderse mejor, a engañar. Los mecanismos para que esta visión de lo que hacemos sea internalizada y se convierta en actitud, en ideología dominante, son los mecanismos de la alineación: los estímulos monetarios, el premio al dócil ignorando al indócil, el consumo superfluo convertido en necesario, y así. Esta es la batalla más difícil, la que nunca es considerada en las reivindicaciones laborales ya que pareciese que se trata de cuestiones meramente individuales. Y no lo son; la búsqueda del Bello Sino es colectiva.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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