Cada campaña presidencial es recordada por algo especial. Más allá del resultado, esta es la primera vez del tiempo posterior a Pinochet que hay un candidato menor de 40 años. De lo demás, nada es nuevo.
Y se ha insertado el discurso generacional, atribuyendo un mérito específico a la juventud. Y eso sucede en un electorado con pocos jóvenes y que envejece cada día.
Hay un cierto consenso en la necesidad de cambio y de apertura hacia las nuevas generaciones. Pese a eso, Arrate tiende a eludir el tema, pues parece que no le interesa; Enríquez quiere sacar partido de su posición, dejando tras él en cierta sombra a los “viejos” que lo acompañan y predominan en sus comandos; Piñera cree que él es joven y propone el recambio, suponiendo que él es de la nueva generación; Frei ha hecho una promesa, que es la de ser puente de generaciones.
Esto me gusta de él. Esto significa que su propuesta es abrir desde La Moneda espacios para que las personas jóvenes ocupen espacios en puestos de gobierno. Coincidamos en que eso no es tan nuevo, pues en estos últimos años ha habido personas jóvenes en posiciones importantes y antes en Chile, en la democracia de “antes”, la edad no era límite ni hacia arriba ni hacia abajo. Lo que ahora sucede es que se nos repiten los nombres, los parientes, los grupitos de siempre muy cerrados. El Presidente del PDC, su esposa y el hermano de su esposa, todos candidatos a parlamentarios. Tres hermanos Walker. Diputados o senadores que ya llevan 20 años. Senadores de derecha que sus nombres siguen sonando después de haber estado al mando del país en la dictadura.
La verdad es que una propuesta de renovación o de ingreso de jóvenes al quehacer político es algo muy bueno, pero no porque sean jóvenes, sino porque de ellos se espera que tengan ideas nuevas, procedimientos y estilos diferentes, otras prioridades, actitudes y que todo ello ayude a que las decisiones sobre políticas públicas sean cada vez mejores. Eso es lo que necesitamos.
Pero este tema de la edad, cronológica y mental, no tiene un solo sentido, sino que debe ser analizado con ponderación. Porque hay funciones para las que se requiere no sólo conocimientos y cursos de posgrado, sino también ponderación, sabiduría y experiencia. Y eso se consigue generalmente entre personas mayores. Por supuesto que hay otros que creen que por ser mayores – no estoy pensando sólo en Valdés – tienen derecho a decir cualquier cosa, como si no tuvieran responsabilidades políticas que emanan justamente de sus trayectorias, de sus liderazgos y de la deuda contraída por ellos con el pueblo y el partido que los llevó a las posiciones de conducción y de poder. Hay personas que deben saber retirarse, a riesgo de dar espectáculos lamentables. Creo que el ejemplo de Reagan en Estados Unidos puede ser muy orientador.
Para el tiempo que viene, ministros jóvenes, con alguna experiencia y con mucha audacia. Genial. Subsecretarios algo menos jóvenes y con experiencia en el Estado, pues deben administrar en su calidad de jefes de servicio. Genial. (Y por supuesto que los subsecretarios jamás subroguen a un Ministro, invento de la época militar propio de los regimientos pero no de la política). Para las asesorías, una combinación de personas mayores con jóvenes, de dentro y fuera del mundo político. Para los cargos de niveles intermedios, buscar a los mejores, de cualquier edad.
Poner a “jóvenes ambiciosos” a cargo de organismos como el Consejo Superior de Educación, el Consejo para la Transparencia, el Tribunal Constitucional o la Contraloría, es un error gravísimo del cual se puede lamentar por mucho tiempo. En esos organismos se necesita ponderación, prudencia, sapiencia, inteligencia y experiencia. Los hechos actuales demuestran que las personas que hoy ejercen esos cargos no han tenido la mayoría de esas características ocasionando conflictos mayores que los que tratan de resolver. Se les nota la inmadurez, la inexperiencia de Estado, la ambición de figurar y el deseo de sentirse poderosos, todo lo cual trae como resultado decisiones inadecuadas para la marcha del país. Ellos creen que están por sobre el Estado y, ciertamente, sobre el gobierno. Incluso más, hay quienes creen que un conflicto entre la Contraloría y el gobierno es un conflicto entre “poderes del Estado”.
¡Qué venga gente joven, pero que no se vayan todos los viejos!