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A 20 años de la caída del Muro de Berlín

Lo que falta por derribar

El 9 de noviembre de 1989 el mundo presenció cómo los alemanes se estrecharon en un simbólico abrazo que no sólo botaba el muro que los dividía, sino que también cambiaba el equilibrio y las hegemonías de la política internacional. Una transformación mundial que aún tiene consecuencias y que, en algunos lugares como Chile, le quedan pendientes que saldar.

Vivian Lavín

  Martes 10 de noviembre 2009 12:38 hrs. 
Radio-Uchile

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El 9 de noviembre de 1989 el mundo presenció cómo los alemanes se estrecharon en un simbólico abrazo que no sólo botaba el muro que los dividía, sino que también cambiaba el equilibrio y las hegemonías de la política internacional. Una transformación mundial que aún tiene consecuencias y que, en algunos lugares como Chile, le quedan pendientes que saldar.

El 3 de octubre de 2010, Alemania estará de fiesta. Celebrará 20 años desde que se reunificó, después de haber sido divida en dos, un hecho que marcó la historia de esa nación y que reprodujo en su interior el desgarro y la tensión que significó la Guerra Fría.

Casi un año antes de esa maravillosa reconciliación celebrada frente al Reichstag en Berlín, había caído el Muro, una estructura de placas de hormigón armado, que recorría 120 km, 44 de ellos, sólo en Berlín,  provisto de 186 puestos de vigilancia, 31 puestos de control, 30 búnkers y que había sido levantado a partir de agosto de 1961 producto de las enormes tensiones que se venían acumulando desde 1949, cuando se creó la República Democrática Alemana y la República Federal Alemana, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra Fría tenía sus reglas demasiado claras. El poder de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Estados Unidos aumentaba en la medida que iban acrecentando su ámbito de influencia a través de un tensionado sistema de alianzas que se extendía como una verdadera telaraña por todos los países del planeta. Tremendamente poderosos y con ansias de ampliar su presencia, las superpotencias, sin embargo, no estaban dispuestas a chocar militarmente de manera frontal, para ello contaban con un enorme tablero cuyas piezas movían a la distancia. Eso había quedado lo suficientemente claro durante la crisis de los misiles de Cuba, en el año 1962, cuando los norteamericanos debieron aceptar que la Isla, por muy cercana que estuviera no la podían tocar, y los soviéticos, por su lado, que no podían instalar misiles a escasas millas de la costa estadounidense. Otro de los acuerdos tácitos de esta Guerra Fría era la de respetar las esferas de influencias respectivas, incluso con el ominoso costo para ambos como era el haber construido un muro en la mitad de una ciudad, como Berlín.

Se vivía un sistema que llegaba al absurdo bélico de tener perfectamente consensuada la destrucción completa del planeta, como lo era la Mutua Destrucción Garantizada, a partir de la agresión de uno de ellos.

Este ordenado y esquizofrénico equilibro precario establecía además la abstención de desacreditar o desautorizar a los líderes del bando contrario, hasta aceptar como algo natural, el espionaje recíproco, una escena que podía llevar a la risa, como la retrataba el personaje televisivo del Agente 86, pero que en verdad, era parte de ese complejo código de la Guerra Fría.

Se vivía en un escenario polarizado y complejo, pero estable, como asegura John Lewis Gaddis, en su libro La Guerra Fría: “Los teóricos de la relaciones internacionales insistían en que los sistemas bipolares eran más estables que los sistemas multipolares y en que la bipolaridad entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética se extendería al futuro visible. Los historiadores sostenían que la Guerra Fría había generado un largo período de paz y estabilidad, comparable a los que se vivieron en el siglo XIX”.

Un escenario con importantes actores

Quienes sustentaban toda esta complicada trama eran los diferentes líderes que eran parte de un escenario polarizado y complejo. Uno de los más destacados fue el Papa Juan Pablo II, cuya figura fue determinante para el joven electricista polaco que un día de agosto de 1980 se apostó frente a las puertas cerradas del astillero Lenin en Gdansk, premunido con una fotografía del Sumo Pontífice, anunciando la formación de Solidarnosc, el primer sindicato independiente en un país marxista-leninista. Junto a Lech Walesa, estuvieron figuras como Margaret Thatchet, Deng Xiaoping, Ronald Reagan, Helmuth Kohl, pero sobre todo, Mijail Gorbachov, el nuevo líder moscovita que vino a instalar una Glasnot y una Perestroika, palabras rusas que en el resto de la órbita soviética significaban un importante aumento de cuotas de libertad y transparencia en un sistema que no toleraba las críticas internas.

En la ex URSS se respiraban más aires libertarios que en el resto de su bloque, y esto comenzó a inquietar a estos satélites que ya se estaban cansando del centralismo moscovita. Quien no se enteró de esto fue el entonces ex Presidente de la RDA, Erick Honecker, quien debió renunciar el 18 de octubre de 1989 quedando en su reemplazo Egon Krenz.

Dos semanas más tarde de la partida de Honecker, en una de las habituales conferencias de prensa del gobierno de la ex RDA, el responsable de medios de comunicación del Comité Central del SED, Günter Schabowski, tuvo que referirse a un problema complejo: la huída masiva de alemanes del Este a embajadas del bloque para de ahí, sin más documento que su pasaporte, partir al Occidente. El personero estaba nervioso y frente a la pregunta de Riccardo Ehrman, corresponsal de la agencia italiana de noticias, Schabowski contesta que podrá viajar al extranjero cualquier ciudadano de la República Democrática Alemana que tenga su pasaporte en regla y lo pida, sin tener que justificarlo y sin tener que esperar una negativa o tramitado durante años, como había sido hasta ese minuto. Entonces, ¿qué va a pasar con el Muro?, replicó perplejo un periodista británico. Schabowski no supo qué contestar.
Silenciosamente, el Muro de Berlín había caído.

¿Cómo se vivió en ese momento la caída del Muro de Berlín? ¿Era algo que estaba previsto por los analistas? “Algo estaba pasando. Si pensamos en la URSS, indudablemente que algo ocurría, a pesar de que en ese minuto los analistas no pensaban que ésta iba a desaparecer, a pesar de que las reformas al sistema eran muy sustanciales. Algunos decían que era sólo un aggiornamento  y poco pensaban que era un cambio definitivo”, explica el director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, José Morandé.

El triunfo de los comunes

Tal como le dijo Mijail Gorbachov al entonces presidente George Bush en Malta, un mes más tarde de la caída del Muro, la Guerra Fría había terminado y esto había sido posible gracias a la gente común y corriente, no a los líderes de ambos bandos que seguían congelados en sus posiciones.

“Los húngaros que desmantelaron su alambrada y asistieron luego en masa al funeral de un hombre que había muerto hacía 31 años; los polacos que pusieron a Solidarnosc al frente del Gobierno con su voto masivo: y los alemanes orientales que pasaba las vacaciones en Hungría, saltaban las murallas de una embajada en Praga, humillaban a Honecker en su propio desfile, lograban que la policía no interviniera en Leipzig y abrían, finalmente, las puertas para derribar un muro y reunificar un país”, como lo cuenta Lewis Gaddis.

Y es que entonces no parecía posible en el corto plazo un cambio tan drástico como la caída del muro y todo lo que eso simbolizaba. El ex canciller alemán, Helmut Kohl recuerda de esta forma ese período histórico. “La reunificación de Alemania siempre fue una meta que quería mantener viva. Aunque no sabía cuándo íbamos a alcanzarla. Si en el debate sobre el estado de la nación de una Alemania dividida realizado el 8 de noviembre en el Bundestag, me hubieran preguntado cuándo llegaría la reunificación alemana, seguro que no habría contestado que la viviría durante mi mandato como Canciller”.

¿De qué manera ha cambiado el mundo desde ese 9 de noviembre de 1989, cuando el Muro de Berlín cayó? Llegó la libertad sin embargo, ella ha traído aparejada problemas que antes no existían, como la cesantía. Estudios realizados luego de estos 20 años, muestran cómo porcentajes importantes de la población alemana y de países de Europa del Este miran hoy con añoranza aquellos años cuando sí tenían un empleo seguro. También han surgido nuevas amenazas que ya son parte de este nuevo orden internacional. “Se ha ido produciendo una sociedad más libre, más democrática, lo que en el escenario europeo es un capital que se ha ido consolidando desde la caída del Muro. Pero desde otras esferas, han surgido nuevas amenazas que no estaban presentes hace 20 años, como el desarrollo de expresiones de violencia y terrorismo internacional. En el aspecto económico, la euforia de lo que significó en su momento el triunfo de esta libertad y la participación democrática, también ha tenido ciertos bemoles, ya que esas libertad económica absoluta ha tenido un correlato en las crisis económicas que hemos tenido y también en la desigual distribución de la riqueza a nivel mundial”, explica Morandé.

Nuevo orden, nuevos actores

Los cambios que se han producido en estos 20 años son enormes. Desde el punto de vista económico, las cifras son elocuentes: por primera vez en 140 años de la historia de la humanidad, el Producto Interno Bruto de los países en vía de desarrollo superará el de las naciones más avanzadas. Desde la óptica política, el término de la bipolaridad permitió a Estados Unidos erigirse como nación rectora, sin embargo, su influencia se ha ido acotando. “El papel de Estados Unidos lo veo hoy bastante más distante del protagonismo que tenía hasta hace poco en el escenario mundial y en particular, respecto de su liderazgo”, dice Morandé.

Sin Estados Unidos como potencia universal y con una economía en franco descenso, se han ido perfilando nuevos liderazgos, como el de los denominados BRIC. Es decir, Brasil, Rusia, India y China integran un selecto grupo que en pocos años serán las potencias económicas del orbe. De cerca, les siguen México, Indonesia y Turquía, junto a los cuales integran ya el denominado E-7, de Emergentes -7, que le disputarán el poderío a los ya tradicionales G-7, integrados por Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá.  “El gran cambio es la emergencia de China como una potencia económica formidable y un actor internacional cada vez más importante. El rol de India y también el de la Unión Europea, como un actor económico mundial, incluso, más grande que la economía estadounidense”, explica director ejecutivo de la Corporación CERC, Carlos Hunneus.

Junto a estas nuevas naciones emergentes, se ubica un nuevo actor del escenario internacional que llegó para no irse más. De la misma manera como la gente de la calle fue la que derribó el Muro de Berlín, hoy la denominada “sociedad civil internacional” es parte fundamental de la discusión de los grandes problemas. La opinión que generan organizaciones no gubernamentales, fundaciones y nuevos liderazgos, son prueba elocuente de ello. “En estos últimos 20 años, se ha producido una mayor heterogeneidad del poder internacional, una expansión de lo que se llama hoy la sociedad civil internacional, lo que es positivo si se compara con lo que ocurría en el período de la Guerra Fría donde todo estaba concentrado en la acción de los estados. También la ONU ha tenido una activa participación,  ha sido un gran articulador y promotor de esta verdadera revolución de la sociedad civil internacional”, enfatiza el académico José Morandé.

Y si aún no se convence de que el mundo ha cambiado, ¿se habría imaginado hace 20 años que un obrero siderúrgico, pasara desde un sindicato a la presidencia de Brasil y desde allí espetara al mismísimo presidente de los Estados Unidos, respecto de su política para América Latina, diciéndole con toda ironía: “Querido compañero Obama: no necesitamos de las bases americanas en Colombia para combatir el narcotráfico en América del Sur. Nosotros vamos a ocuparnos de combatir el narcotráfico acá, en nuestras fronteras, y tú debes ocuparte de tus consumidores. Así el mundo queda mejor”.

¿Cómo han pasado estos 20 años en América Latina que permita al presidente de Brasil, Lula da Silva decir esto? “En América Latina es interesante conjugar las dos variables del mundo post Guerra Fría, como son las variables políticas y las económicas. Es decir, cuánto se ha avanzado en la consolidación democrática y las amenazas que han surgido. Por otro lado, vemos que si bien nuestras economías han crecido en los últimos 20 años, también se han visto afectas a los vaivenes de las crisis internacionales. En cuanto a la consolidación de las economías nacionales han habido trabas y problemas estructurales, como la desigualdad y el escaso acceso a los beneficios del crecimiento económico”, explica Morandé. “En todo esto, la gran perjudicada ha sido América Latina, porque los esfuerzos de reconstrucción económica y política se han concentrado y siguen concentrándose en Europa, recursos  que dejaron de venir a los países del sur”, acota Carlos Hunneus.

La caída del muro en Chile

En 1989, mientras Alemania iniciaba un proceso hacia la reunificación después de décadas de división, Chile también vivía momentos trascendentales de su historia. Un año antes, los chilenos habíamos optado por decirle no al dictador quien aspiraba a quedarse en el gobierno hasta mediados de la década de los noventa. Esto significaba la reordenación de los partidos políticos que estuvieron proscritos durante 17 años y su preparación para las primeras elecciones presidenciales desde 1970.

Para que ello fuera realidad, la comunidad internacional y ciertos líderes estuvieron fuertemente comprometidos con el “proceso chileno”.

 “Alemania tuvo una activa participación en la recuperación de la democracia y el caso de Helmut Kohl es muy notable. Desde que asumió como Canciller en 1973, tuvo una muy buena sintonía con el ex Presidente Frei Montalva, luego con Gabriel Valdés y Patricio Aylwin… numerosos diputados de la social democracia alemana vinieron a Chile: pensemos en la enorme ayuda que le dieron a la Iglesias en Chile. No hay que olvidar que el primer país que visitó Kohl después de la reunificación alemana fuera del contexto de la OTAN, fue Chile”, recuerda Hunneus.

A 20 años de la caída del muro de Berlín, Chile también ha avanzado en una transición que  ha sido aplaudida en el exterior, más que nada por los éxitos macroeconómicos. Sin embargo, persisten demasiados resabios de la época dictatorial que le impiden corregir falencias profundas del modelo heredado. “Yo veo luces y sombras. Se ha consolidado una democracia, pero los problemas que tenemos son importantes y tiene que ver con una coalición de gobierno que lleva mucho tiempo en el poder, con una menor renovación de las ideas y de sus cuadros directivos. No olvidemos que este es un país pequeño donde la transformación de las elites es limitada. Además, tenemos problemas políticos heredados, con una modernización económica hecha en dictadura y no en democracia, que tuvo una importante repercusión en las privatizaciones. Hay componentes culturales y políticos que han perdurado de esos tiempos. El problema de la desigualdad, del bajo reconocimiento de los derechos de los trabajadores y  un sistema político que tiene falencias, como el sistema binominal, que ha sido un cáncer que ha dañado a los partidos políticos y la competencia. También ha sido nociva la primacía del crecimiento económico en desmedro de los objetivos políticos que debe haber en una democracia. El problema hoy es la calidad de la democracia que tenemos, la que es menor de lo que debiéramos haber alcanzado a la luz del buen desempeño que hemos logrado en el crecimiento económico y en el combate a la pobreza”, finaliza Hunneus.

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