Buscar una salida para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero ha sido el tema en el que se ha centrado el debate en la cumbre sobre cambio climático que se lleva a cabo por estos días en la capital de Dinamarca, Copenhague.
Hasta ahora, han sido escasos los avances que se han conseguido para encontrar un acuerdo, el que Estados Unidos pretende que sea de la mano de los países en desarrollo.
Si bien la llegada a la conferencia del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, generó expectativas en un comienzo por alcanzar un acuerdo, esto se ha disipado debido a la posición de los países desarrollados, los que han recibido fuertes críticas de parte de ONG ambientalistas, varios premios Nobel y destacadas personalidades de diferentes partes del mundo.
Ban Ki-Moon ha sido insistente en el encuentro al plantear que no hay espacio para el fracaso, aunque el representante internacional está consciente que con suerte se podrá alcanzar un texto carente e imperfecto de lo que realmente se necesita para evitar que los efectos del calentamiento global continúen.
Mientras, en las calles de la capital escandinava se suceden las protestas que buscan presionar a los gobernantes que ya comenzaron a llegar a Copenhague, incluido el Presidente norteamericano, Barack Obama, representante del país que más contamina en el planeta.
Paralelo al encuentro de alto nivel que se desarrollará el jueves y viernes, un equipo de la Cepal presentó un documento denominado “La economía del cambio climático en América Latina y el Caribe. Síntesis 2009”, en el cual se analizan los efectos que tendría para la región el que no se llegue a un acuerdo en Copenhague.
Según la Cepal, de no haber un acuerdo en Copenhague en las próximas 48 horas, los efectos sobre la economía de América Latina y el Caribe podrían alcanzar al 137 por ciento del Producto Interno Bruto regional para el 2100.
A pesar que la zona es la segunda región mundial que menos emite gases invernaderos, luego de África, América Latina y el Caribe está sufriendo los efectos del calentamiento global más que ninguna otra, señala el estudio. Debido a eso, es de suma urgencia que la zona reciba apoyo tecnológico y financiero de los países desarrollados en sus esfuerzos de adaptación y mitigación del fenómeno.
El estudio establece que hacia fines de siglo, la región presentaría impactos negativos en la producción agrícola y en la biodiversidad, fuertes presiones sobre la infraestructura y aumento en la intensidad de los eventos externos, además de constatar que en el Caribe el aumento de la temperatura ya ha provocado efectos en la producción agropecuaria.
Las estimaciones se basan en cálculos de quince países de la región como Belice, Bolivia, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Uruguay.
Los costos económicos que podrían traer los efectos del cambio climático serán muy heterogéneos entre los países y las regiones, poco predecible a lo largo del siglo. Es decir, mientras algunas naciones tendrían beneficios temporales en los sectores agrícolas por la elevación de la temperatura y los cambios en las precipitaciones, a largo plazo predominarían los efectos negativos.
De esta manera se prevé que Argentina, Chile y Uruguay tendrían efectos positivos en su productividad agrícola si la temperatura aumentara entre 1, 5ºC Y 2ºC en el período 2030 – 2050, pero de traspasar este umbral de temperatura los efectos serían negativos.
Para el 2100 se calcula que en Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay y Perú las tierras degradadas oscilarían entre el 22 por ciento y el 62 por ciento. También disminuirá la disponibilidad de agua, sobre todo en América del Sur.
La variabilidad climática y los eventos extremos harían que hacia 2100 el costo de los desastres climáticos pasará de un promedio anual para el período 2000-2008 de casi 86 millones a un máximo de 250 millones de dólares.
En este contexto, la Cepal destaca que es fundamental el diseño de estrategias de política pública regional, que permita reducir los impactos más graves del cambio climático que se base principalmente en preservar la biodiversidad y los recursos naturales; revisar los estilos de vida y promover un cambio cultural; promover la innovación tecnológica para un desarrollo sostenible; y, por supuesto, transitar hacia economías con baja intensidad de emisiones de carbono, un acuerdo que en Copenhague no ha podido encontrar consenso entre las naciones que participan en la cumbre.