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La segregación del fútbol

Columna de opinión por Julio Hurtado
Lunes 21 de diciembre 2009 19:18 hrs.


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No es que estas columnas, buscando mayor rating, se hayan convertido en deportivas. Digo esto, ya que volveremos a tratar, tal como muy brevemente lo hicimos hace algunas semanas, acerca de la final del fútbol profesional chileno.

El club de la Universidad Católica, después de mucho tiempo, disputó la final del campeonato nacional de fútbol. Sin embargo, en vez de ser una fiesta deportiva, este evento, previo al partido mismo, se convirtió en un asunto judicial, incluso con la intervención de la Corte de Apelaciones de Santiago.

Este hecho dejó a la vista la profunda segregación física, social y cultural de la cual adolecen nuestras ciudades.

La situación anómala que estamos comentando, paradójica y preocupante,  es que dicho club cuenta con un magnifico estadio, ubicado en la parte alta de la ciudad. La pregunta que surge es para qué tiene un club un estadio si no puede, o no quiere, jugar ahí sus partidos más importantes.
A este respecto hay varios asuntos a considerar que demuestran lo irracional de nuestra ciudad y sociedad, segregada y temerosa.

Por un lado, tenemos barras bravas descontroladas social y culturalmente, a veces, verdaderos delincuentes urbanos. Estas barras son, en la mayoría de los casos, irresponsablemente promovidas por las dirigencias deportivas (quienes, debido a la conversión en sociedades anónimas de los clubes, son personas muy cercanas a las elites sociales y económicas del país) que encuentran jóvenes marginados, lejanos y rabiosos, que viven en las extensas zonas de no ciudad en que se han convertido los sectores “beneficiados” por las políticas de vivienda social.

Por otro lado, vemos gente de mayores ingresos, vecinos del estadio de la Universidad Católica, y seguramente vecinos de aquellos directores de las sociedades anónimas en que se han convertido los clubes deportivos, que se sienten asustados de los “extraños” que eventualmente puedan usar “su” parte de la ciudad.

Apegándose a las atribuciones que la ley les confiere, las autoridades político-administrativas (la Intendencia de la Región Metropolitana), y la dirigencia del fútbol profesional chileno, decidieron que este encuentro de fútbol se realizara  en el estadio Santa Laura, en el barrio de la plaza Chacabuco.

Es decir, se evita realizar este evento que naturalmente debió realizarse en el estadio de la Universidad Católica (con un vecindario de clase media alta y alta), y se decide que se haga en otro lugar, donde los vecinos y potenciales perjudicados del posible vandalismo, sean sectores sociales de clase media y baja.

Es decir, conciente y voluntariamente las autoridades del fútbol (ahora ligadas a las elites) y las autoridades político-administrativas (al menos, con un discurso no segregador) deciden de manera  segregadora. Es frente a esta flagrante discriminación que el alcalde de la comuna de Independencia interpone un recurso de amparo ante la Corte de Apelaciones de Santiago.

Esta situación de segregación e intolerancia extrema, que este simple y cotidiano hecho demuestra, es producto de esta ciudad segregada social, económica y espacialmente que, sin duda, es un proyecto de construcción social y urbana que no tiene viabilidad. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.