Desde mucho antes que las propias autoridades empezaran a hablar de “desabastecimiento”, los supermercados y las casas destruidas a raíz del violento terremoto de la madrugada del sábado estaban siendo saqueadas. Imágenes de mujeres y hombres saliendo en rápida fuga con bolsas de leche en polvo y pañales, pero también otros cargando con dificultad enormes cajas con televisores del tipo plasma eran parte de las contradictorias imágenes que se han repetido una y otra vez a través de la televisión.
Muy poco tiempo después del impacto inicial que causó el movimiento telúrico, que superó los 8 grados en la escala de Richter en siete regiones de nuestro país, el pánico hundió sus helados dedos en el alma nacional.
El pavor fue tomando diferentes formas. Hubo quienes pensaron que esto se trataba prácticamente del fin del mundo y partieron en loca carrera a las bombas de bencina a llenar los estanques de sus automóviles. Otros, corrieron hacia los escasos supermercados abiertos a comprar desconociendo precisamente qué. El que estuvieran abiertos era una señal lo suficientemente clara como para colegir de que las cosas se irían reestableciendo de a poco.
Estoy segura que quienes partieron en la loca carrera del acaparamiento son quienes sufren ese mal que se ha instalado en Chile y que habla de despensas repletas de productos extra large. Es decir, un mal que padecen sociedades como la estadounidense acostumbrada al exceso y a la abundancia.
Por cierto que también se aprovecharon de la “ocasión”, esa misma que “hace al ladrón”, como dice el viejo adagio, quienes vieron acá la oportunidad de hacerse de productos, cualquiera fuera el tipo.
Ya han pasado casi 48 horas desde el terremoto, y cuando se ven algunos rostros desesperados por la falta de alimentos se entiende que haya quienes hayan salido a buscarlos a como dé lugar. Pero creo no equivocarme que quienes más sufrieron han preferido acudir a ayudar a otros. Así se ve, al menos, en tantas comunas rurales.
Sólo la destrucción material que hemos visto a través de imágenes cada vez más nítidas y dramáticas pueden explicar las enormes heridas sicológicas que puede causar un terremoto como el que vivimos.
Es difícil juzgar, pero más me cuesta reprimir lo sentimientos que me producen aquellos que se aprovechan de situaciones como éstas para dañar más la desgracia ajena y resarcirse a partir de ella.
A esos chilenos debieran quitarles la ciudadanía.