Como la primera chispa que enciende la mecha de la dinamita fueron las imágenes de decenas de personas que se abalanzaron al supermercado Líder de Concepción para saquearlo pocas horas después del terremoto. Con la respiración contenida presenciamos cómo muchos de ellos salían del local cargando leche, pañales y los víveres básicos que hubieran alcanzado a agarrar para enfrentar las largas jornadas de carencias que ya empezaban a soportar. Pero también vimos cómo muchos otros llevaban lavadoras, televisores y artículos de lujo. ¡La oportunidad hace al ladrón!, gritó un hombre en medio del desorden y las bombas lacrimógenas.
De ahí en más una serie de saqueos se comenzaron a suceder en distintas ciudades asoladas por el terremoto y no tardó en llegar también la sicosis y los calificativos de lumpen, vandalismo, incluso, de anarquía.
¿Qué motivó a estas personas a realizar los asaltos? Hay quienes lo atribuyen a la desesperación, al trauma, al pánico, incluso algunos siquiatras lo han calificado como una reacción “normal” frente a una catástrofe, pero también se habla de maldad en su estado puro liberada por el descontrol social.
Nunca he creído en la maldad intrínseca del ser humano, sino más bien en las acciones motivadas por el entorno social, familiar, por las vivencias personales y, en ese sentido, tienen razón quienes hablan del descontrol social como el causante de los saqueos.
Una sociedad extremadamente desigual, expuesta a constantes incentivos de consumo como el único medio para alcanzar el bienestar y la felicidad, pero sobrendeudada, con sueldos de miseria, que acumula frustraciones observando cómo los “afortunados” tienen lo que ellos desean y no pueden conseguir, cómo unos son mejores que otros porque pueden comprar más. Y de repente, de un segundo a otro, ya no hay control, ya no hay dios ni ley que ordene, que reprima, que culpe, y lo que siempre desearon está ahí, al alcance de la mano, sin nadie que lo vigile…
Aunque sí los observaban. Vestido de militar y confundido entre las hordas de asaltantes, Nicolás Ibáñez, accionista y director de D&S, e hijo del creador de Líder, los miró de cerca, a los ojos, para luego concluir que “la figura de la autoridad se ha ido menoscabando paulatinamente en la última década” y que “es una situación que ocurre en toda sociedad cuando reina la anarquía”, haciendo gala de su conocida simpatía a la dictadura.
La energía planetaria que nos sacudió el sábado al parecer también liberó la frustración y el resentimiento acumulado en años en que el neoliberalismo extremo ha funcionado como la fuerza regidora de esta sociedad. Y motivó la rebelión.
El valor atribuido en tiempos pasados a la superación por medio del trabajo y el esfuerzo parece haber ido quedando de lado en la medida en que las chilenas y los chilenos fueron constatando cómo sus sacrificios individuales y familiares no eran suficientes para satisfacer el infinito número de necesidades que el mercado crea a diario. Y se ha ido implantando la cultura del “winner”, de aprovechamiento, el reino del lumpen que sale a las calles a exigir sus derechos (de consumidores, no de ciudadanos) y a atemorizar a quienes han estado contemplando desde la comodidad, camuflados, cómo el país se transforma en lo que hoy se nos devela desde lo más profundo de la Tierra.