En la historia de los países, cada cierto tiempo, se presentan puntos de inflexión que significan un profundo cambio social. Así sucede con las guerras, las revoluciones y los fenómenos naturales que, si bien tienen características distintas, provocan traumas sociales que producen profundos cambios físicos y sociales.
El terremoto que recientemente afectó a nuestro país significará un gran cambio social y físico, el cual afectará profundamente a nuestra sociedad, no tan sólo por los efectos mismos del terremoto y maremoto, sino que por el posterior proceso de reconstrucción. Es así que este fenómeno aflorará un profundo y complejo conflicto social, el cual se resolverá (utilizando una terminología pasada de moda, pero muy certera en el análisis de los fenómenos sociales) según la correlación de fuerzas existente en nuestra sociedad. No olvidemos que está en juego el diseño del modelo de sociedad, y también el modelo de ciudad, con el que queremos que se reconstruya.
Se debe hacer notar que este proceso se da en un contexto de un nivel de concentración del poder como pocas veces se había visto en nuestro país.
Esta situación se expresa también en la arena política. Los sectores llamados progresistas, políticamente la centro izquierda, que se supone tiene mayor conciencia social, que creen más en la acción del Estado y de la planificación, pese a ser casi la mitad del país electoral, no constituye una mayoría política, además de estar bastante desarticulado y desmembrado internamente. Estos grupos, deteriorados por el ejercicio continuado del poder Ejecutivo por 20 años, perdieron el vínculo con la sociedad, por lo tanto, no constituyen un contrapeso de la arrasadora concentración de poder que se presenta en estos minutos.
Por lo tanto, se puede dar el hecho que una minoría social, momentáneamente devenida en mayoría electoral, pueda imponer su modelo debido a la falta de contrapeso señalada. Cabe hacer notar que las representaciones políticas de esa mayoría social no fueron capaces de articular un discurso frente a la economía, a la sociedad y menos con respecto a la ciudad.
Los procesos de reconstrucción han constituido grandes oportunidades históricas para el mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de las personas. Pero, también pueden constituir retrocesos históricos notables. Ejemplos hay muchos. Es así que, por un lado, vemos la reconstrucción europea de la posguerra, y por otro, la reconstrucción de algunos países de Centroamérica después de los conflictos armados de la década del 70 y 80. En el primer caso hubo una clara mejoría de las condiciones de vida de la población. En el segundo caso, esto no queda claro, más bien creo que estamos en presencia de una involución.
Pero, no tenemos que ir tan lejos para analizar esta situación. Sin duda que el proceso de reconstrucción operado en Chile después del terremoto de 1939, Corfo y proceso de industrialización mediante, creó una sociedad mejor, más potente económicamente, más inclusiva en lo social y más democrática en lo político. Algo similar ocurrió con el proceso de reconstrucción del terremoto y maremoto de 1960. En ambos casos hubo un evidente proceso de profundización democrática que acompañó la reconstrucción material del país.
Este positivo fenómeno se explica debido a que se operó un acuerdo de distintos actores, más o menos equilibrados, con distintos intereses y propuestas que fueron capaces de consensuar un modelo de reconstrucción. Este necesario equilibrio no lo vemos hoy en el país, tal como lo mencionamos más arriba.
Quizás, en el proceso de reconstrucción que ya se empieza a percibir, estemos en presencia de un modelo de cambio social que será liderado, sin contrapeso, por actores que ven en el mercado y el sector privados como los únicos instrumentos posibles.
Tal como lo hemos manifestado cientos de veces, creo que el mercado y el sector privado, sin la participación central e integradora del Estado y de la sociedad civil, no garantizaran una reconstrucción eficiente y democrática.