¿Cuántos países pueden caber dentro de uno solo? ¿Cuántas concepciones de nación, de ciudadanía, de dignidad, de derechos pueden convivir sin convertirnos en un país esquizofrénico? No hablo de diversidad, que a mi parecer es buena y fecunda, sino de distorsiones en la percepción de la realidad, en cuanto ciudadanos y ciudadanas pertenecientes a un mismo Estado.
Y es que hace un buen tiempo y, sin ser siquiatra ni menos experta en trastornos mentales, me ronda la idea de que Chile padece de esquizofrenia.
No es sólo esa aberrante e hiriente desigualdad que cada vez más profundiza el foso que aleja a los ricos de los pobres como a los sanos de la plaga, sino también la manera de vivir la realidad.
Sin ir más lejos, estas Fiestas Patrias mientras algunos comíamos asados y bailábamos cueca, mientras las autoridades inauguraban banderas monumentales con aires fascistoides, en el sur 34 comuneros mapuche no comieron nada, no sólo porque no se consideran chilenos, sino porque estaban y aún están en huelga de hambre. Una protesta que se acerca peligrosamente a los tres meses de inanición para ser tratados como cualquiera de los otros ciudadanos de esta tierra, con los mismos derechos, y ser juzgados por las mismas leyes, en igualdad de condiciones. Y es que ellos enfrentan un doble procesamiento civil y militar, son juzgados por la Ley Antiterrorista por delitos que si los cometen personas no mapuches no caben dentro de tal calificación, y reciben penas que ni el más sanguinario de los asesinos chileno consigue igualar, de noventa, cien o más años de cárcel.
Da la impresión que ellos, los mapuche, viven en otro país, y no es el que desean con autonomía y su visión de mundo, sino en uno que los discrimina y castiga por no adecuarse los estándares que nuestra agringada cultura define como lo “normal”.
Pero pasa que también viven en otro país, en uno de los muchos que cohabitan dentro de este, aquellos que mantienen el discurso discriminatorio, ignorante y violento contra los pueblos originarios. Quienes los siguen acusando de flojos y curados y sitúan ahí el origen de todos sus males. Probablemente es en ese mismo país donde se establece también que los pobres están en esa condición porque quieren, porque no trabajan, y que los homosexuales padecen de una lamentable enfermedad.
Uno de los más populosos que existe en Chile es el país de los segregados, de los invisibles, de los que a nadie o a pocos les importan. La impotencia y el dolor abundan en ese lugar y el resentimiento encuentra terreno fértil para crecer y desarrollarse. Aquí viven los pobres, los trabajadores que soportan pésimas condiciones laborales, algunos enfermos, los presos, varias mujeres y más de algún niño y niña, los trabajadores independientes, los que están en Dicom, los que tienen que soportar las “externalidades” medio ambientales de las grandes empresas y una variopinta mezcla de ciudadanos venidos de otros Chiles también.
Hay otro país. El de la farándula, el consumismo, un país donde abunda el brillo, pero escasea el análisis de la realidad, donde las cosas pasan como en una pantalla de TV: con espectacularidad, llantos, risas y “rostros” que nacen y se marchitan como adorno de florero. Varios políticos han ido al menos de vacaciones y una gran masa de ciudadanos vegeta en este territorio sin preocupaciones más que las personales o las superfluas y se dejar llevar por las mareas de las modas, de lo popular, de lo masivo. También allí hay algunos inmigrantes y muchos nómades, los primeros son los que logran llegar a este Chile y hacen lo imposible por quedarse ahí; los segundos sólo van de paso, son estrujados y luego exiliados. Los 33 mineros de San José y sus familias, por ejemplo, aterrizaron de sopetón en este país de la farándula proveniente del país de los segregados, pasaje que se ganan quienes sufren un “drama humano”, como lo llama el periodismo, digno de mediatizar y, finalmente, banalizar.
Probablemente son muchos más los “países” que cohabitan dentro de este Chile de veredas separadas donde unos se paran al frente a ver pasar la felicidad de los otros al poder ejercer sus derechos y garantías.
No busco igualar las visiones de mundo de todas las personas ni mucho menos, pero no deja de conmover el desconocimiento de quienes tenemos al lado, la falta de empatía o interés, la segregación de la realidad dentro de un mismo país, del que se supone que es uno solo. Distorsiones postulantes al diván del psiquiatra y, probablemente, merecedoras de un diagnóstico lapidario.
Y usted, ¿en qué Chile vive?