Haciendo la maleta

  • 11-10-2010

Los gringos usan su idioma de manera muy práctica, no exenta de creatividad. Así, cuando los jóvenes profesionales residentes en un área urbana adquirieron ciertas características sociológicas que se convirtieron en una suerte de patrón relativamente preciso de comportamiento y consumo, fueron bautizados como yuppies, sustantivo que nace del término “young urban professional”. Y cuando los pasajeros comenzaron a llevar parte de su equipaje en la cabina del avión, provocando la necesidad de limitar sus dimensiones por razones de seguridad y espacio, las maletas que cumplían con tales condiciones pasaron a ser llamadas “carry-on” (literalmente lo que se carga o se lleva puesto), sustantivo que hoy es de uso generalizado para referirse al tipo de maleta que es permitido llevar consigo en el compartimiento ubicado sobre el asiento del pasajero. Lo que caracteriza al “carry-on” son sus dimensiones máximas.

Luego de varias malas experiencias con el equipaje decidí – hace ya muchos años -llevarlo siempre conmigo, lo que requirió desarrollar cierta habilidad para cargar de manera ordenada lo estrictamente necesario cuando se trataba de estadías no tan breves, digamos de siete a diez días. La práctica me enseñó que, dependiendo del clima en el destino, el “carry-on” puede ser usado como único equipaje en viajes de hasta dos semanas si no se considera lavado de ropa. El límite físico impone un límite de tiempo.

He llegado a ser un experto en esto de decidir- mediante prueba y error – qué llevar y como acomodarlo en el pequeño embalaje. Incluso he creado una medida de éxito, verificando al final del viaje si he ocupado todo lo que llevado o si he necesitado algo más. Si no he ocupado todo, he llevado de más. Si he necesitado algo, he llevado de menos. Le transmito algunos trucos que me han servido a lo largo de los años para decidir qué y cuánto llevar, considerando de partida que las mudas de ropa interior – calzoncillos, calcetines – deben coincidir con el número de días. No ocurre igual con las camisas, que pueden ser usadas hasta dos días, sobre todo si lleva camisetas. Un pantalón formal y uno de batalla (que se usa en el viaje) son en general suficientes aún para un viaje de trabajo. Lo mismo con los zapatos. Con eso, hasta la chaqueta me cabe en el equipaje. Si el clima en el destino impone una parka o un abrigo, lo llevo puesto. Pero la cantidad impuesta por el uso esperado no lo es todo; la estética también juega un papel importante. Las prendas exteriores deben combinar razonablemente, lo que hace recomendable llevar colores más bien neutros o cargarse a un lado del espectro (café o azul, por ejemplo). Los zapatos de color burdeo, los pantalones grises y las chaquetas de tweed han funcionado muy bien. En climas fríos, las chombas de cuello alto son particularmente útiles pues pueden ser usadas con camiseta. Por último, debe pensar en cómo acomodar su ropa en el carry-on con el doble propósito de usar bien el espacio y de no arrugar las prendas exteriores. He terminado por usar cuatro capas, comenzando por depositar en el fondo – adecuadamente dobladas – todas las piezas de ropa interior distribuidas homogéneamente, poniendo las camisetas sobre el resto. A continuación va el pantalón formal ocupando toda la superficie mediante sólo un doblez, seguido de un delgado separador plástico sobre el cual distribuyo las camisas, poniendo los zapatos en la orillas. Finalmente, las sandalias plásticas (que sirven tanto en la ducha como al levantarse) y, de ser necesario, la chaqueta cuidadosamente doblada.

Con esto no debo esperar equipaje en el destino ni corro el riesgo de extravío o demora. Claro que debo cargar el bulto por todos lados, agradeciendo al ingenioso que puso ruedas en las maletas. Lo imagino un aliado en la búsqueda del Bello Sino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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