Obama después de Obama

  • 05-11-2010

Nada parece haber cambiado en la política estadounidense. Ni siquiera la costumbre de los votantes de expresar su malestar con el Presidente en la mitad de su mandato, apenas dos años después de elegirlo o reelegirlo para la Casa Blanca. Es exactamente lo que le pasó a Barack Obama. Lo nuevo de su situación es que ella vino a darse después de un acontecimiento histórico: la entronización de un joven y desconocido político que supo encarnar los sueños de las nuevas generaciones –que se movilizaron usando las modernas tecnologías de la comunicación- y de los más atrasados en los repartos de la sociedad de bienestar.

Por añadidura, este líder de nombre musulmán era de raza negra, estableciendo hitos de civilización. Ninguno de esos atributos pudo contra la capacidad del gran capital para desarrollar defensas ante las nuevas crisis del sistema. Tampoco pudo contra la identificación del grueso de los votantes con el llamado “sueño americano”. En EEUU las mayorías son conservadoras, aunque sólo el 32 % se defina como tal. El 44 % de los encuestados en 2008 se considera moderado y la suma de ambas categorías hace la diferencia en contra del 22 % que se autodenomina liberal.

El Presidente Obama no tuvo la fuerza pedagógica para revertir estas tendencias y convencer al electorado de las bondades de las reformas financieras y de la salud que se propuso llevar adelante. Carente o no del  liderazgo suficiente, “los porfiados hechos” le jugaron en contra: la persistencia de la recesión económica y del desempleo del 10 % –el doble de la cifra histórica-, la continuación del remate de viviendas de la clase media empobrecida por la voracidad del sistema bancario y el déficit fiscal.

El votante no examinó si estos males derivan de la estructura del sistema y prefirió la vía rápida: enrostrarle al gobierno de turno la responsabilidad por lo que ocurre. Y tal vez éste sea el verdadero castigo para Obama: el gran paréntesis de duda sobre el impulso reformista que lo llevó al mando de la nación.

Lo más decepcionante de todo puede ser el propio “mea culpa” presidencial: la gente nos eligió para cambiar la forma de hacer las cosas en Washington y, lejos de hacerlo –dijo-, caímos en una suerte de torpe orgullo, al no prestar mayor atención a las preocupaciones urgentes.

Arriar las banderas parece, entonces, ser su opción, para entrar en un diálogo con los republicanos, inspirados ahora y movilizados como nunca por  los conservadores del grupo “Tea Party”. Lo hizo Ronald Reagan, sólo que al revés: buscó acuerdos con la mayoría demócrata que amenguó la marea conservadora que lo convirtió en Presidente. Ahora el desafío es más personal que social para el actual Mandatario: lograr romper la maldición que hace de Bill Clinton el único Presidente demócrata en ser reelecto desde los tiempos de Franklin Délano Roosevelt. Es el nuevo Obama que acaso se configure después de la derrota.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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