¿Quién se queda con las horas ganadas?

  • 22-11-2010

Los avances tecnológicos ocurridos durante el Siglo XX alcanzaron prácticamente todas las esferas de nuestras vidas. En la dimensión doméstica, los aparatos de aseo, lavado y cocina permiten hacer hoy lo mismo que hace cincuenta años asignando menos de la mitad del tiempo. En la esfera laboral ocurre otro tanto; los cambios tecnológicos modifican la relación entre el trabajo y el producto ya que permiten producir más bienes y servicios con el mismo trabajo o generar la misma producción trabajando menos horas. Lo que se observa en el mundo desarrollado en los últimos cuarenta años es una paulatina pero sistemática disminución de las horas trabajadas en promedio (aunque las mujeres allí han aumentado levemente las horas de trabajo remunerado, los hombres las han disminuido bastante).

En estricto rigor, la modificación del tiempo necesario para realizar tareas en los ámbitos doméstico y laboral están relacionados, ya que el consumo – entendido como el uso de las cosas y no la mera compra de ellas – requiere de tiempo. Por lo tanto, el aumento de bienes y servicios por habitante como producto del avance tecnológico en el trabajo sólo tiene sentido si los individuos podemos asignar más tiempo a gozar de ellos. Sin embargo, como planteara lúcidamente Bertrand Russell en la primera mitad del siglo pasado, la posibilidad de producir lo mismo con menos trabajo se resuelve en la esfera de la producción privada diminuyendo el número de trabajadores más que disminuyendo las horas de cada uno, creando cesantía y manteniendo la jornada laboral de quienes permanecen activos. La paradoja fluye muy nítida, pues los cesantes más bien disminuyen su consumo por menor ingreso y los activos no disponen de tiempo adicional. Para aumentar el tiempo libre disminuyendo la jornada, los trabajadores organizados han debido dar grandes peleas a lo largo de la historia, la más famosa de las cuales dio origen al día del trabajo el primero de mayo.

En Europa soplan hoy vientos en la dirección contraria. En varios países se está intentando aumentar la jornada laboral y subir la edad de jubilación; es decir, que tanto hombres como mujeres trabajen más horas durante más años. Lo notable es que en todos esos países se trabaja hoy menos que en nuestro país, donde nos ufanamos del crecimiento del ingreso per cápita pero no hemos crecido en tiempo de libre disposición. Parece que aquí el tiempo liberado por el avance  tecnológico está quedando en manos de los dueños de los medios de producción, transformado en mayores ganancias logradas en menos tiempo. No parece justo ni equitativo. La lucha por el tiempo libre es parte indisoluble de la búsqueda del Bello Sino.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X