Una de las graves carencias de la política chilena es la incapacidad de los partidos y sus dirigentes de plantearse ideológicamente sobre los desafíos que debe enfrentar el país y la forma de consolidar una vida nacional más igualitaria, auténticamente democrática y en el que el crecimiento económico derive en prosperidad para el conjunto de la población. Nunca en nuestra historia habíamos tenido más recursos económicos para invertir y hacer frente a las demandas sociales, sin embargo hay políticos que se solazan en nuestras enormes reservas monetarias a resguardo en el extranjero y en su cortoplacismo se ufanan, incluso, de tener un superávit fiscal después de un devastador terremoto.
De esta forma, se da la situación increíble de ministerios que no alcanzar a gastar los recursos asignados y que el único gasto que satisface a los gobernantes es el militar, que, como se sabe, favorece enormemente a los países y empresas vendedoras de armas y no implica un impacto importante en la inflación, el bien supremo cuidado invariablemente por nuestros ministros de Hacienda, empeñados en restringir siempre el consumo de la inmensa mayoría de la población. Manteniendo los sueldos reprimidos para que las onerosas utilidades de las grandes empresas y el consumismo extremo de un puñado de chilenos queden lo más completamente desregulados. Favoreciendo, como lo nrpoclaman, la inversión privada y el consecuente dominio extranjero de nuestros yacimientos, aguas, empresas y servicios fundamentales.
El modelo neoliberal aquí sigue siendo el catecismo del conjunto de la expresiones políticas, cuyo quehacer ha quedado acotado casi enteramente al electoralismo y el cuoteo de los cargos públicos. Bajo las restricciones, además, de una institucionalidad poco o nada de republicana, tanto que quienes se interesan en ser ciudadanos se han reducido a menos de la mitad de los mayores de edad.
Este año se proyecta un crecimiento del 6 por ciento, pero el salario mínimo fue (con mucha presión) elevado sólo en un 5.5, en la constatación, además, de que la canasta de productos esenciales que consumen los pobres se elevó por sobre el 7. Todos los días, la prensa informa de las vertiginosas utilidades de las empresas que, en el caso de los bancos, por ejemplo, supera en más de un 40 por ciento los rendimientos de un año a otro. Apenas 6 familias o grupos económicos se hacen cotidianamente de las empresas mineras, forestales, de los fondos de pensiones, de la salud, el transporte y otros que, con frecuencia, ofrendan después a los especuladores foráneos, al grado que más de 80 por ciento de nuestros recursos acuíferos y energéticos ya pertenecen a consorcios transnacionales. Hasta los universidades que, por ley, tienen prohibido el lucro se venden y se compran en multimillonarias cifras, gracias a que el Estado no supervisa y a que esta actividad se ha convertido en el coto de caza de políticos de todos los pelajes que ven en la educación una excelente oportunidad para realizar un aterrizaje más digno en la empresa privada e incrementar sus cajas electorales. Mientras esto ocurre, más del 70 por ciento de los estudiantes se endeuda severamente y por toda la vida para financiar sus estudios que, por lo general, imparten universidades estatales y privadas desacreditadas que incumplen con los estándares de una educación de calidad.
Los trabajadores del cobre nos han advertido con una contundente paralización de faenas sobre los intentos de sus ejecutivos por seguir privatizando filiales de Codelco, nuestra principal fuente de ingresos fiscales, pero que ya representa menos del 40 por ciento de las exportaciones de cobre del país. Enormes expresiones ciudadanas, asimismo, se oponen a la consolidación de proyectos termo e hidroeléctricos que se constituyen en un horrendo crimen para nuestro medio ambiente y calidad de vida, según la certeza de los más prestigiados científicos e investigadores. Iniciativas que como la Hidroaysen, Pascua Lama y otras adjudican ingentes sumas de dinero para hacer lobby, financiar campañas políticas y comprar la conciencia de los medios de comunicación.
Con todo, la actividad de líderes sociales, de los medioambientalistas, de los defensores y promotores de los Derechos Humanos, así como de las redes comunicacionales y los medios informativos dignos, vienen ganando la guerra ideológica y convenciendo al país que sólo su indignación y protesta puede poner freno a tanta expoliación, traición y venta de soberanía. Los jóvenes y estudiantes no sólo se han activado sino que han hecho los más lúcidos diagnósticos y lineamientos de lo que hay que hacer para obtener una educación de calidad de amplia cobertura y equidad, pero también para consolidar aquella promesa incumplida en más de dos décadas: avanzar efectivamente en la consolidación de una democracia participativa, que supere el conciliábulo cupular, nazca de una Asamblea constituyente y una Carta Fundamental refrendada por el pueblo. Como lo han hecho casi todos nuestros países vecinos después de la pesadilla común de las dictaduras castrenses.
Como en las grandes gestas de nuestra historia, debe ser la confluencia de demandas, la expresión callejera y la confrontación frontal con los abusos y los intereses abyectos los que derriben nuestra institucionalidad autoritaria y que, para colmo, ha devenido en corrupta y gravemente represiva. Una movilización que desde ya le anuncie al mundo, y a los que especulan del entreguismo de los políticos perpetuados en el Gobierno y el Congreso, que nada de lo que hoy se disponga será perpetuado en el futuro. Que no les quepa duda que las privatizaciones, el asentamiento de las transnacionales, el afán de lucro en la educación, la usura bancaria y la estafa perpetuada de ciertas empresas como La Polar contra los chilenos serán revertidos e indemnizados por nuevas nacionalizaciones, expropiaciones y procesos judiciales que castiguen la práctica del delito económico. Que hoy nuestras leyes y códigos consagran prácticamente impunes para los llamados hechores de “cuello y corbata”.
Servir a Chile hoy es hacerse cargo de que la mayoría está en la inconformidad, irrumpe en las calles y se propone desalojar del Estado a los más que deslegitimados dirigentes políticos, quienes ya no representan siquiera a sus esmirriados partidos. Un renacer ideológico y una movilización que ojalá no vuelvan a ser arrebatados a sus propios y espontáneos dirigentes. Como ocurrió en el pasado con aquella Asamblea de la Civilidad que fue cooptada por los partidos tradicionales, para administrar la transición interminable y frustrada que hemos vivido. En que ojalá nunca vuelvan a presentarse esa suerte de “notables” que lo que finalmente logran es desmovilizar al pueblo con promesas y falsos diálogos como los que han frustrado una y otra vez la causa de los pueblos indígenas, la emblemática y bella Revolución de los Pingüinos y tantas demandas laborales.