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Las razones del plebiscito


Martes 16 de agosto 2011 17:05 hrs.


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La propuesta prendió rápido en una ciudadanía que junto con querer sumar de su parte a esta democracia de baja intensidad, está segura de que en este tema es mayoría y puede vencer. Ante ello, la respuesta elocuente del presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, puede resumir el estado de ánimo de quienes resisten los cambios: “yo le tengo terror a un plebiscito, no sólo miedo”.

Este sentimiento se ha expresado de modo contundente, sostenido por el duopolio, a través de una pléyade de dirigentes, cientistas sociales y constitucionalistas dispuestos a tomar las banderas de la democracia representativa como nunca antes se había visto. Súbitamente, los que anteayer preferían el “estado de excepción” y ayer la democracia tutelada se transformaron, por cosa de contexto, en los principales adalides del gobierno de los representantes del pueblo. Este sistema, dicen convencidos, es el que garantiza que la voluntad soberana se exprese e impide que el efecto transitorio de la verborrea de algún caudillo pueda degradar la democracia con ráfagas plebiscitarias.

Esta conversión podría ser una buena noticia. Querría decir, si no es oportunista, que sus promotores estarían efectivamente dispuestos a transformar Chile en una democracia representativa. Porque, aclaremos, nuestro país no lo es, puesto que quienes realmente nos gobiernan son las minorías a través de tres mecanismos: a) un sistema binominal donde 34% es igual a 65%; b) un sistema de quórums donde la ya torcida mayoría binominal debe alcanzar más encima los 4/7 de los escaños para las leyes importantes; y c) un Tribunal Constitucional, institución única en el mundo en que diez señores designados pueden, en la práctica, vetar a las ya tergiversadas mayorías del binominal y de los quórums.

Al constatar esta realidad, nos encontramos de golpe con que la mera democracia representativa – su inexistencia más bien- no es la solución al problema, sino su causa. Si el Parlamento carece de credibilidad no es por la eventual degradación personal de los individuos que lo integran, sino porque es la transparente expresión del gobierno de las minorías. Ellos, los tribunos, mal podrían ser al final del día los representantes del pueblo porque la Constitución de 1980 no los concibió para ello, sino para defender una institucionalidad que concentra el poder de todo tipo en pocas manos. Y a eso se han dedicado.

La disyuntiva no es, por lo tanto, entre los que apoyan el plebiscito y quienes defienden la democracia representativa, sino entre quienes quieren diseminar el poder y los que defienden su concentración extrema. Se debe recordar que lo que define a una democracia no es la formalidad de votar y elegir, sino el hecho de que el poder reside en la totalidad de los miembros que la componen.

Por ello, las democracias más avanzadas del mundo combinan la democracia representativa con la democracia participativa y algunas formas de democracia directa. Esta combinación garantiza la gobernabilidad al canalizar los conflictos, además de inhibir la concentración del poder y, por lo tanto, cerrar la puerta a las aventuras autoritarias.

Siendo éste el centro de la discusión, es natural que el movimiento estudiantil llegara, madurando su reflexión a través de años, a entrelazar las razones educativas, las del plebiscito y las de la democratización de Chile.