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Festival de Cine de Valdivia: Entre la autoría y la audiencia

Columna de opinión por Antonella Estévez
Lunes 17 de octubre 2011 12:37 hrs.


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El Festival de Cine de Valdivia es, sin duda, uno de los más importantes de la región. En esta edición se presentaron 160 películas –contando cortometrajes- en seis días, un desafío al hambre y a la capacidad cinéfila. Críticos, realizadores y estudiantes de cine son mayoritariamente el que consume estas propuestas, que para el público general puede resultar un poco árida. Conscientes de ello, este año el FICV incluyó una excelente selección de películas infantiles con funciones gratuitas como una manera de acercarse a la comunidad y formar audiencias, una decisión que se celebra en medio de un panorama en donde cada vez es más difícil seducir a las audiencias con cine de calidad.

La organización del Festival de Cine de Valdivia puede estar orgullosa de que hoy es el escenario escogido por la mayoría de los realizadores chilenos para estrenar sus películas. Prueba de ello es que, dentro o fuera de competencia, la mayoría de las películas chilenas tuvieron en esta edición sus estrenos mundiales o latinoamericanos, entre ellas las esperadas “Bonsai” de Cristian Jiménez, “El año del Tigre” de Sebastián Lelio, “Verano” de José Luis Torres Leiva o “Bombal” de Marcelo Ferrari.  Es que los realizadores saben que además de la estupenda plataforma mediática del festival y del distinguido público visitante –que incluye numerosos productores, programadores y distribuidores- el FICV se distingue por su cariño a los realizadores con intenciones autorales. Una prueba de ello es el libro “El novísimo cine chileno” co editado por Uqbar y el certamen, y que reúne 21 ensayos de 21 críticos sobre 21 realizadores jóvenes. Un excelente compendio de lo más interesante de la producción audiovisual nacional de los últimos años, pero que –a mi parecer- peca de entusiasmo sobre algunos de los cineastas incluidos que, a pesar de tener interesantes primeras obras, no poseen aún un cuerpo de trabajo lo suficientemente extenso para hablar de cinematografías autorales.

En los últimos años el FICV ha sido muy eficiente en definir su identidad programática, algo que se agradece y que lo distingue de muchos otros certámenes del país.  Esa apuesta por un cine autoral, de vanguardia, en la línea de importantes festivales internacionales ha dado sus frutos, aunque también tiene sus riesgos. Un ejemplo de esto es la selección de las películas en competencia nacional. Casi todas ellas películas hechas con presupuestos muy limitados, con historias centradas en personajes y una puesta en escena que se aleja de los parámetros impuestos por el cine comercial. Eso se celebra ya que son históricamente los festivales los que han potenciado este tipo de cine permitiéndole a la audiencia acceder a este “otro cine”. El riesgo, como siempre, es extremar el punto y a mi parecer este año la selección de “Quiero entrar”, opera prima del actor Roberto Farías cae en ese extremo.

La cinta es más bien un ejercicio que una película como tal. Un ejercicio que comienza a partir de la obsesión de un hombre por entrar en la televisión. La exposición de esta persona –que no es un personaje, sino una persona real- y de sus múltiples participaciones secundarias en comerciales y programas de televisión podría, con toda la crueldad de la propuesta, conducir hacia una interesante reflexión sobre la fama y la obsesión de nuestra sociedad  por la celebridad y la televisión. Lamentablemente no llega allí, sino que deriva en una serie de escenas en donde actores “conocidos” juegan a improvisar delante de este sujeto. Improvisaciones que, rápidamente, dejan fuera al protagonista para centrarse en el juego de los actores que no aporta al tema que se prometió al principio. La propuesta visual, intencionalmente feísta y precaria no la hace, a mí parecer,  necesariamente vanguardista, sino más bien un desafío a la paciencia del espectador. Aunque a muchos críticos respetables les pareció interesante este muy irreverente proyecto a mí me obliga a preguntarme ¿Qué hace este ejercicio en competencia? ¿Aporta celebrar un trabajo que a propósito se aleja de lo que reconocemos como cine? Los programadores del FICV tendrán sus razones y todas las prerrogativas, a mí me queda la duda.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.