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Siria: Incertidumbre en el levante

Columna de opinión por Pablo Jofré
Martes 1 de noviembre 2011 20:15 hrs.


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A 10 meses del inicio de los procesos de levantamientos sociales en el mundo árabe:  Túnez, Egipto, Jordania, su extensión por el Golfo Pérsico y con la ejecución del ex hombre fuerte de Libia, el ex Coronel Muammar el Gaddafi,  el nombre de Siria se había mantenido levemente en las sombras, aunque las noticias señalaban que las muertes y protestas estaban a la orden del día.

La República Árabe Siria, Capital Damasco, con 18 millones de habitantes y sometida a un régimen militar desde el año 1963, con una población mayoritariamente Sunnita y el árabe como lengua oficial, representa una zona estratégica que limita con El Líbano, Turquía, Jordania, Irak e Israel, con indudable importancia para occidente y para los propios afanes de potencias regionales como Turquía e Irán.

Parte de esa inicial creencia que Siria estaba al margen de las rebeliones del mundo árabe,  se debió al arraigado convencimiento de su gobierno, encabezado por Bashir Al Assad, que  el Partido gobernante – El Baaz – representa fielmente los intereses de la sociedad Siria, regida por una república presidencialista hereditaria, que apelando a ciertas nociones de nacionalismo, antiimperialismo, socialismo árabe y otras entelequias ha logrado mantenerse en el poder por 47 años.

Siria, considerado en su momento por la administración de George W. Bush como parte de los países miembros del “eje del mal” logró consolidar un sistema de alianzas y relaciones que abarcan países occidentales y asiáticos, apoyándose, además en un poderoso aparataje de seguridad y un ejército incondicional, Un aparato político, económico y militar tejido en lazos familiares, estructuras del partido  junto al apoyo de líderes tribales y étnicos (drusos e ismaelitas fundamentalmente).

La oposición al régimen tampoco lo hace mal en su lectura equívoca de su realidad, ya que representa una amplia variedad ideológica y religiosa de organizaciones e intereses, que no ha logrado aglutinar una sola fuerza capaz de enfrentarse al poder dominante. Los hermanos Musulmanes han adoptado una pragmática postura menos radical, abandonando de hecho la lucha armada pero logrando, en cambio, con clara influencia saudita el establecer madrazas y una gran presencia en materia religiosa. Junto a este grupo, y con preocupación de cuerpos de inteligencia occidental, se han manifestado organizaciones jihadistas.

Se unen a estos grupos, residuos de la vieja guardia del desaparecido padre del actual mandatario, que aún conservan ciertos grados de poder e influencia. También se adicionan-  los denominados “internacionalistas” que aspiran desde el exilio que occidente intervenga en Siria y por otro lado los denominados “gradualistas” que aspiran a una reforma del régimen más que a una revolución. Como sea Siria debe avanzar, desde su propia experiencia  hacia un desarrollo de respeto a los derechos de sus ciudadanos sin que ello implique tener tropas occidentales vigilando lo que su propia sociedad debe construir.

La porfiada realidad demostró  que la lectura crítica de lo que en esencia sucedía en Siria estaba fuera de los pronósticos del Baaz, de la familia Al Asad y de toda la Nomenklatura de este país medioriental y que hoy con  al menos tres mil muertes consignadas, la gran mayoría de ellos civiles de ciudades como Daraa, situada al sur del país y Banias, al norte tiene en jaque al régimen y con amenazas de sanciones internacionales. Las medidas de aumentos salariales a los miles de funcionarios públicos (que conforman el 50% de la masa laboral del país), el levantamiento del estado no ha logrado aplacar el descontento social en un país con un alto desempleo, principalmente juvenil, falta de competitividad frente a otras economías de la región el alto gasto militar y el ejemplo de levantamientos sociales en países de la región, que conspiran contra la estabilidad del régimen. Bashar Al Assad ha reiterado sus acusaciones contra los “poderes externos” advirtiendo a occidente y a la OTAN en específico que no intervenga en su país, so pena de “convertirse en otro Afganistán”.

Tanto en Siria como en el resto del mundo árabe requiere avanzar hacia formas de participación popular, que superen no sólo las que se han dado tradicionalmente en esa zona sino también las que pretenden influir las potencias occidentales: democracias representativas que expresan, igualmente, deficiencias que se viven en sus propias sociedades. Lo que está teniendo lugar en el mundo Árabe es un levantamiento generalizado, donde el concepto de dignidad se presenta muy visible.

En el caso de Siria ésta ha padecido décadas de continuas prácticas de violación de los derechos humanos: torturas, detenciones arbitrarias, discriminaciones y corrupción. Lo importantes es que de esas demandas y sus resultados no profiten las potencias occidentales, que se han enseñoreado en el apoyo a las fuerzas disidentes, convencidos que con ello ganarán en el reparto geoestratégico, político y económico que salga del derrumbe de estos regímenes. En ello la OTAN, Estados Unidos, Rusia y China deben tomar buena nota, para no terminar lamentando el apoyo a ciertas fuerzas que al cabo de pocos años termine derrumbando sus símbolos económicos y políticos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.