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Están tristes… se nos mueren

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Viernes 6 de enero 2012 16:42 hrs.


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Chile tiene la segunda tasa de suicidio juvenil más alta del mundo. Una horrible realidad que se convierte en un mero dato para la mayoría de los analistas y en una situación desconocida, impensada para el resto del país.

Nuestros hijos tienen los índices de felicidad más bajos de la región es lo que deja ver un estudio de próxima publicación encabezado por un destacado grupo de académicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

La frustración se siente en el aire en una semana especialmente difícil y reveladora para muchos de ellos cuando se han dado a conocer los resultados de la Prueba de Selección Universitaria, PSU. Los puntajes no sólo resuelven una cuestión práctica como es hacer el corte para saber quiénes podrán comenzar sus estudios superiores a partir de marzo, sino que marcan de manera poderosa, casi permanente, la autoestima de esos adolescentes.

La crueldad del modelo exitista de nuestra sociedad encuentra en esta selección universitaria su primer hito. Una barrera elitista, segregadora, injusta que enfrenta a estos chicos al “mundo real”, constituyéndose en el primer acto discriminatorio del que son objeto, justo en momentos en que hacen ingreso a su mayoría de edad. Muchos de ellos se sienten engañados, cuando se les dijo de manera majadera que tenían que estudiar mucho para alcanzar sus aspiraciones. Ya saben que eso era una mentira y que, para la mayoría, sus puntajes ni siquiera pellizcan el sueño de obtener algún día el tan ansiado diploma profesional.

Quienes estuvieron toda su educación en gran parte de los colegios particulares subvencionados o en la mayoría de los establecimientos públicos hoy entienden con demasiado dolor que lo que les prometían era un paraíso en el cual nunca estuvieron considerados. Resuena a lo lejos la melodía del Baile de los que sobran de los Prisioneros y que duele tanto por su letra pero más por su persistencia, una canción de la década de los 80´ que se mantiene vigente en su excluyente verdad.

Y si bien esta generación no conoce de miedo como su predecesora empieza a saborear con la PSU el sabor amargo del golpe seco y sordo del descarte. Ni qué decir del altísimo porcentaje que ni siquiera atendió a esta prueba, demasiado conscientes para entender que fueron sacados de la pista de baile antes de que empezaran sus primeros sones.

Un puñado de jóvenes contados con los dedos de una sola mano obtuvo el mejor puntaje en su parte de Lenguaje. Una sección en la que los alumnos chilenos se ven sometidos a una prueba que fácilmente puede ser comparada con la de un idioma extranjero, cuando las expresiones allí utilizadas como el nivel de complejidad en torno a la lengua allí expuesta, versan sobre una jerga que no se escucha en parte alguna. Los medios de comunicación exhiben un castellano bastante parco en sus significados que llega a la inanición en el habla coloquial. ¿Dónde se contactan estos muchachos con el lenguaje que se mide en la PSU? Difícil respuesta, cuando los hábitos culturales indican que el primer pasatiempo de los chilenos es la exposición a la televisión. La Prueba de Lenguaje se convierte en un examen de una lengua muerta en vida y cuyos estertores resuenan en cada pregunta.

La crueldad es imponerles a las nuevas generaciones dominar una lengua que es la propia, pero tan lejana, sólo para responder una prueba.

Y si les preguntamos a los jóvenes de hoy cómo están, qué es lo que sienten, responderán es posible que respondan con monosílabos ininteligibles…Diremos luego que son una generación difícil y testaruda y estaremos tranquilos pensando que esas son las reglas del juego y que no hay nada que se pueda hacer. Y nos quedaremos sin saber por qué nuestros hijos están tristes y por qué se nos están matando en silencio.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.