Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 26 de abril de 2024


Escritorio

“Rompiendo el cerco” y la lucha poblacional*


Viernes 13 de enero 2012 10:35 hrs.


Compartir en

Debo confesar que la lectura de este extenso texto en que se mezcla la historia política de Chile con lo que sucedía propiamente en los diversos lugares que ocupaban las llamadas poblaciones, especialmente su sobrevivencia de los años 74 y 75 y sus posteriores tiempos de luchas contra la tiranía, me dejó un sabor amargo. La descripción de las vidas sacrificadas de los pobladores, en que el desempleo, la miseria y la carencia absoluta de algún futuro alentador, unida a la represión salvaje que se desató contra ellos sin lograr amedrentarlos y su afán por derrotar a la dictadura, sobrecoge. Y pienso cómo nosotros, los que nos hemos acomodado a los nuevos gobiernos, los echamos al olvido.

El libro “Rompiendo el cerco” no sólo tiene el mérito de una prolija investigación, sino también de indicarnos el individualismo y afán de bienestar actual que nos domina que borró de la historia y de nuestra conciencia las miserias y luchas que dieron los pobladores para recobrar la democracia, indicándonos, por último, la inmensa deuda pendiente que todos nosotros tenemos con ellos. Su abandono actual parece no preocupar a los sucesivos gobiernos de la Concertación y todavía menos al actual y me parece, por lo tanto, que este largo ensayo encierra un llamado de alerta hacia esos millones de pobladores que continúan desamparados.

Compartir la presentación de “Rompiendo el Cerco” con el historiador Mario Garcés significa para mí un desafío, pues él sabe con más exactitud y profundidad la importancia del quehacer del mundo poblacional y la realidad de su lucha que fue –por lo menos para mí– esencial en el derrocamiento de la tiranía de Pinochet.

Creo también sospechar el porqué Vivian Lavín me escogió a mí, una profesora de literatura cualquiera que poco o nada analizó el mundo poblacional, pero sí en cambio participó junto a los pobladores de su mundo de talleres y realizaciones artísticas, lo que me permitió compartir una amistad especial con ellos, al saber de sus desagracias y anhelos. Fue algo emocional muy fuerte que aparté de mi quehacer racional.

Es posible también que de acuerdo a mi disciplina de profesora de literatura conozca a través de diferentes autores del siglo pasado, –sean éstos poetas, cuentistas, novelistas o dramaturgos chilenos– la realidad, cotidianidad, frustraciones y aspiraciones de esos sectores que en el futuro serán los que actualmente las ciencias sociales denominan pobladores, en otros países latinoamericanos favelas, villas miseria, tugurios, para nosotros callampas.

Para mí el escritor, Augusto D’Halmar, nuestro premio nacional, fue el primero que nos cuenta de esos campesinos que llegan a la ciudad y se aglutinan en diferentes barrios formando los denominados conventillos que aparecen en la novela “Juana Lucero” (1903) que causó gran escándalo. Sin duda después de “El Roto” de Joaquín Edwards Bello que transcurre en las inmediaciones de la Estación Central ofrece otra mirada, más psicológica sobre estos allegados a la capital con sus frustraciones y esperanzas. El dramaturgo de esa misma época Antonio Acevedo Hernández presenta en el escenario los conflictos y adversidades con las que se enfrentan estos trasplantados. José González Vera, otro de nuestros premiados, con sus novelas “Aprendiz de Hombre” y “Cuando era Muchacho” describe las vicisitudes de estos advenedizos a la capital, un mundo para ellos tan brutal y diferente. “La Viuda del Conventillo” de Alberto Romero y Carlos Sepúlveda Leyton con la narración “La Hijuna” demuestran también las vidas difíciles de estos inquilinos, casi todos analfabetos, que deciden emigrar a Santiago.

Todos estos personajes y ambientes de lucha y miserias tan bien descritas por estos escritores serán el embrión que gestará el futuro de los denominados “Pobladores” que desgraciadamente los sociólogos en sus densos análisis de sus conductas de sobrevivencia y organización suelen ignorar.

Regresando a mi contacto personal en relación con los pobladores me referiré a la primera vez que conversé con ellos y supe de los difíciles momentos por los que atravesaban algunos años después del Golpe Militar, alrededor de 1978 cuando estaba escribiendo la biografía de Clotario Blest y en una de las visitas a su casa me presentó a un grupo de mujeres que habían acudido a él para pedirle ayuda. Allí, ellas me contaron como ante la detención de sus maridos, ellas comenzaron poco a poco a organizarse y se crearon las ollas comunes, los comités de salud, de seguridad, de cesantía, de abastecimientos, de protección y recreación de los niños y poco a poco los diversos talleres de subsistencia.

Era patético escucharlas, cómo después que se habían sentido todos ellos protagonistas, se dejó caer el repliegue y el silencio que dominó a las poblaciones durante los primeros años de la dictadura. Ellos que se habían creído protagonistas y se paseaban por el centro de Santiago creyéndose activos participantes de los ideales de la Revolución en Libertad y de los postulados de la Unidad Popular, bruscamente perdían toda esperanza y sólo la sobrevivencia los mantenía vivos. Sin duda pienso la larga experiencia recogida por los escritores antes mencionados, sobre su difícil adaptación y origen los ayudó a sobreponerse a esta espantosa adversidad.

Otra experiencia que desearía compartir con ustedes aparece al fundarse el Cultural Mapocho (1978-1990), pues allí se formó una agrupación de profesores de arte decididos a trabajar gratuitamente en diversas poblaciones con el objetivo de enseñar teatro, danza, talleres varios y pinturas murales. De esa época en que yo dirigía el Centro Cultural nació mi contacto entonces directo con la vida y obra de varias poblaciones: La Victoria, Santa Adriana, La Bandera, La Legua y algunas otras. Pero, sin duda, que mi experiencia con La Victoria fue la más profunda, mi amistad con Blanca Ibarra, Claudina Núñez, las dos dirigentes, con los curas obreros Pierre Dubois y en menor medida André Jarlan, Mariano Puga de la población Violeta Parra y más adelante de La Legua, Roberto Bolton de Villa Francia, los padres de los hermanos Vergara asesinados. La convivencia con esos curas obreros, la ayuda especial de la Iglesia, tanto en el Comité pro Paz, como en la Vicaría de la Solidaridad, fueron aportes en esos momentos de crisis –como lo señala la autora– esenciales. Allí junto a ellos, participando en sus talleres, me di cuenta que pese a su precaria situación económica, el afán de lucha estaba latente rebrotando gradualmente con un solo enemigo, el tirano, Augusto Pinochet, que los hacía olvidar sus discrepancias partidarias y dirigir su afán de repudio a un plan de auto defensa: barricadas, fosas, piedras, fogatas y claramente de repudio contra el plan domesticador de la dictadura. ¡Cómo no recordar el vuelo en helicóptero de Augusto Pinochet en agosto de 1983, cuando él observa desde el cielo un anillo de fuego, que nace en las diversas poblaciones y forma un círculo que rodea a la capital sofocándola! Inmediatamente, Pinochet se asusta y reajusta su gabinete incorporando a Sergio Onofre Jarpa como Ministro del Interior. En esos días se inician las conversaciones entre Jarpa y la oposición aglutinada en la Alianza Democrática. Sin embargo, los partidos políticos propios de la Unidad Popular que se autoproclaman como los únicos interlocutores válidos ante la dictadura, fueron excluidos del diálogo, y por supuesto también a vastos sectores sociales, especialmente a “los pobladores”.

Recuerdo la decepción de un Clotario Blest demudado:

–                      “Nuevamente aparecen estos politicastros traidores que durante tanto tiempo permanecieron mudos y sordos y ahora se arrogan la representación del pueblo, marginando a éstos del rol protagónico que durante tantos años y con arrojo encararon a esta tiranía”.

Sin duda las palabras de Blest indican el determinismo trágico de estos héroes anónimos, como lo han narrado no sólo nuestros literatos chilenos del pasado, sino los poetas de ese instante en la voz de Gastón Vidaurrázaga, poco después asesinado:

–                  “Nosotros ponemos el pellejo y los huesos, mientras ustedes hacen discursos y se enredan en las elecciones del tirano”.

Sin embargo, los importantes sociólogos, agrupados en SUR, tales como Eugenio Tironi, bajo la batuta del francés Alain Touraine proclaman: “Los pobladores se convierten en gente desagradable, dan miedo, son el caos, los bárbaros, hay que dejarlos fuera”. Dicen que ahora Alain Touraine ha pedido disculpas por sus sentencias, desgraciadamente el mal entendido se había extendido, los pobladores y sus luchas pasaron al olvido.

Hoy día estos pobladores y sus descendencias yacen mudos, sumergidos varios en las drogas y el mutismo, como topos encerrados bajo tierra, sin peso en nuestro quehacer político.

Esta narración prolija e importante de Mónica Iglesias demuestra el pasado y es un paso que posiblemente motive el camino de las reivindicaciones. Así sea.

Palabras pronunciadas por la escritora MÓNICA ECHEVERRÍA en presentación del libro “Rompiendo el Cerco”, de la socióloga española Mónica Iglesias. EDICIONES RADIO UNIVERSIDAD DE CHILE